''Silencio. Al final es lo único que queda. Toda una vida completamente sumida en silencio.'' El profesor de filosofía me miró extrañado como si aquella no fuera la respuesta que esperaba a su pregunta. Cuestionó cómo resumiríamos el curso de nuestra vida llegados a este punto de madurez mental. Todos callaron. Murmullos desde el fondo de la clase. No me importaba. Era la única realidad que sabía a ciencia cierta. Todos nacemos solos y morimos sabiendo ciertamente solo aquello que oculta nuestro silencio. Esta es mi historia.
No es que me encante tener que hablar de mi infancia, que conste. Pero hoy mi pluma brinda por mi gran y valiente abuelo, que allá donde quiera que esté, cuidará de mí. Y yo de sus voluntades.
Todo iba completamente bien hasta un día, hasta una llamada que marcó completamente un punto y final en mi vida. Algo mayor que un debastador fuego que arrastraría todo a su paso.
Yo tan solo tenía seis años. Seis años en el seno de la inocencia y de la unidad familiar en estado puro. Seis años de parques, de juegos, de creer que volaba a los brazos de mi padre impulsándome hacia el cielo. Seis años de amor y de abrazos curativos de mamá.
Hasta que un día ocurrió. Quizá no le pasaría a nadie más en cincuenta kilómetros a la redonda, pero hubo de ocurrirme a mí. Hubo de ocurrirle a ellos.
Mis padres fallecieron el 20 de Noviembre de 2003.
Mi abuelo me fue a recoger al colegio. Intentando disimular las lágrimas que le decoraban el rostro, abrió la puerta de mi clase y, mi profesora, sorprendida, fue corriendo a hablar con él. Se conocían desde hace tiempo. Jamás había visto a mi profesora tan asustada como cuando volvió a clase. A la vuelta, sin gesticular una sola palabra, me hizo ademán de acompañarles.
El abuelo me explicó que papá y mamá habían tenido un accidente. Ambos me abrazaron al recibir la noticia y sentí como un trozo de mi corazón emblandecía y se congelaba a la vez, rompiéndome lentamente. Volví a clase sollozando y recogí mis cosas. Regresamos a casa. Pude observar, con el paso del tiempo, como mi abuelo se encerraba en sí mismo. Su hija había fallecido ahora, pero rehuía el hecho de que esa fuera la realidad que le envolviese. Ya perdió una mujer antes, pero eso es una historia que desconozco. No hacía falta demasiada capacidad de observación para darse cuenta de que el corazón de mi abuelo había sido ametrallado lentamente. Así es la vida. A veces eres el cuchillo y a veces la herida.
Desde ese instante la vida pareció seguir más lentamente, sin mirarme a los ojos, como al borde de la muerte constantemente. Vacía. Las noches se tornaron más frías todavía y ni la más gruesa de las mantas ni el mayor de los abrazos sabía arroparme más de lo que podían conseguir los brazos de mis padres. Pero acabó pasando el tiempo, y éste me miraba de reojo, como cuchicheando de mí a mis espaldas. Jamás noté la vida pasar tan cruelmente como lo hice a la edad de 6 años. Tengo constancia de que nadie, y mucho menos ningún niño merece tal tipo de daño a esa temprana edad.
Y aquí estoy. 11 años más tarde, donde no obstante, vuelvo al principio de mi anticipado final: mi abuelo falleció hace exactamente un mes. El 24 de Julio. Ahora es Agosto pero siento mucho frío. La última voluntad de mi abuelo fue confesarle al mundo todo aquello que por desgracia viví. Él decía que todos teníamos un propósito en la vida.
Hoy vengo a contaros una historia.
***
Podéis preguntarme lo que queráis sobre la historia en mi ask:
http://ask.fm/eplacebo
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Afterlight [PAUSADA]
Romance''Silencio. Al final es lo único que queda. Toda una vida completamente sumida en silencio.'' El profesor de filosofía me miró extrañado como si aquella no fuera la respuesta que esperaba a su pregunta. Cuestionó cómo resumiríamos el curso de nuestr...