Capítulo 4

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A la mañana siguiente logré tener la fuerza de despertarme considerable rato antes para prepararle un desayuno digno a mi abuelo. Sabía como era cuando se ponía triste; podía pasarse días así. Eso es algo que heredé de él. Juraría que hay veces que el cielo oscurece y yo no siento haber amanecido del todo.

Al llegar a la mesa mi abuelo quedó sorprendido. Le gustó tal sorpresa, y aunque sé que permanecía triste, me dedicó una pequeña sonrisa que acogí y devolví empáticamente. No intenté forzarle a hablar, pero me sorprendió que más tarde fuera él quien lo hiciera. Sin embargo, algo que tenía claro es que mi curiosidad en cuanto a las cartas no cesaría hasta descubrir la historia que estas escondían, por lo que seguiría leyéndolas sin ningún reparo.

Una vez en el instituto todo marchó según lo corriente. No se puede destacar demasiado de la vida académica de un adolescente frustrado por los exámenes. La vida en el instituto fluía con aires de monotonía extrema. Nunca llegué a entender como un estilo de vida así pudiera resultar atractivo para alguien a nivel de ejercer de profesor. No era algo que me llamara para nada la atención. Quizá sea por el hecho de que para aquel entonces, y aún actualmente, aspiraba a ser psiquiatra. Siempre lo he considerado una de las vocaciones más dignas de indagar e interesantes. Mi mente volaba y divagaba sobre ello.

La hora del recreo ya se hacía tarde para mí. Justo llegaba al comedor cuando me topé con Nina.

Estaba preciosa.

El tirante que tenía bajo su jersey yacía caído. Siempre me fijé en esos detalles. Era precioso el modo en que su pelo se deslizaba por sus hombros. Ella siempre trató a todos con la misma igualdad y un amor especial, por lo que nunca tuve la suerte, o al menos al principio, de pensar que aquel brillo deslumbrante me pertenecía. Pero no me rendí jamás. Y jamás me arrepentí de ello.

Donna estaba a su lado. Nina me sonrió. Con un simple 'Hola, Max' mis oídos parecieron darme las gracias. Era la chica de mis sueños.

Donna me saludó de igual manera, saludos que devolví de manera cordial, pero sólo ella permaneció mirándome sonriente. En aquel momento solo bendecía la imagen que mis ojos me otorgaban.

Llegué a casa agarrotado pero satisfecho. Después de comer mi abuelo me esperó en la mesa principal del salón. Me llamó y acudí. 'Tenemos que hablar' creí escuchar, por lo que me acerqué.

- Creo que ya va siendo hora de que te cuente lo de las cartas.. ya sabes, las cartas que encontraste. Ya te has echo suficientemente mayor. Podrías haber escuchado esta charla mucho antes, de hecho, pero yo... bueno, ya sabes lo pésimo que soy en cuanto a comunicación. ¿Tienes alguna pregunta?

No supe que responder. Permanecí callado unos segundos hasta que por fin reaccioné. Quería resolver mis dudas.

- ¿Qué le pasó a la abuela Susanne?

- Verás, hijo... La abuela contrajo cáncer siendo ambos muy jóvenes. Tu madre era solamente una cría.

Aquello era algo que ya deducía, pero quedé anonadado. La sanidad de Alemania era una de las más prestigiosas pero aquello repercutía en el precio igual.

- Sin embargo, sí puedo asegurar que tuvimos una ventaja. Para aquel entonces la ciencia había logrado comenzar a trabajar con el cáncer e intentar curarlo. Aún así, todos éramos conscientes de las posibilidades de supervivencia. Tu madre simplemente tenía 2 años. El tratamiento era posible, claro, pero conllevaba su precio. Tu abuela y yo acabábamos de tener una niña, cosa que requería muchos gastos. Por si fuera poco, los recursos laborales no eran, que digamos, abundantes. Me ví obligado a abandonarlas temporalmente para trabajar en una ciudad bastante lejos de donde vivíamos. No tenía otra opción. Aún ahora me arrepiento de ello. Quizá si pudiera volver al pasado hubiera buscado bajo las piedras una manera de supervivencia que supusiera estar al lado de mis dos preciosas chicas. Pero tuvo que ser así.

Permanecimos en silencio durante segundos que se me antojaron una eternidad. Yo me mantuve pensativo y cabizbajo. Mi abuelo tomó eso como el fin de la conversación. Pude notar en sus ojos una pequeña y profunda onza de desesperación y añoranza.

Nos mantuvimos toda la cena en silencio, y cuando acabamos, antes de irme a estudiar (puesto a que estábamos en época de éxamenes) le abracé.

No tenía ningún motivo. Pero precisamente por eso, esos son los mejores abrazos.

 ***

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Afterlight [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora