Duchas (+18)

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Otro éxito más para Horacio y... El CNI.

El de cresta agradeció que en las nuevas instalaciones del Cuerpo Nacional de Inteligencia hubieran duchas. Estaba harto de llegar a su casa cubierto de lodo, o sangre, o mugre en general, porque ensuciaba todo a su paso y Perla no paraba de olfatearlo. Además de que su bañera quedaba hecha un asco y no había cosa que detestara más que limpiarla. Era increíble cómo la roña se pegaba ahí.

Ya había pasado un año desde la desaparición de Gustabo. Por más que Conway torturara uno por uno a los integrantes de The Union, ninguno cantó. A lo mejor estaban diciendo la verdad al decir que no tenían idea de su paradero.

Horacio atravesó la puerta que conectaba el lavabo de hombres con la zona de las duchas, dejando caer su mochila con objetos de higiene personal y ropa limpia en una banca. Se sacó la remera (que olía a monte, no había otra forma de describir ese olor), tirándola luego al suelo. A continuación, tomó asiento para poder sacarse las botas y los calcetines, que dejó bajo la banca. Por último, se puso en pie, para poder desabrocharse el pantalón y sacarse los bóxers. No le molestaba quedarse desnudo en ese lugar puesto que, sospechaba, era el único agente que lo usaba. Con toda la tranquilidad del mundo, tomó del bolso el jabón, el shampoo y la toalla, y se dirigió a la ducha del medio.

Abrió el grifo de agua caliente, colgó la toalla en el gancho que había a su izquierda y cerró la cortina de plástico. Dejó que el agua corriera sobre su cuerpo, cayendo desde su cuello a lo largo de toda la espalda. Se quedó así unos minutos, observándose mientras entraba en calor.

Claramente no tenía el cuerpo de su juventud, ese que, sin importar cuántos golpes le diera o las pocas horas que durmiera, se mantenía firme. Ahora, cada golpe que recibía dejaba una marca que tardaba semanas en desaparecer (si es que lo hacían) y el dolor persistía varios días. Iba al gimnasio diariamente y comía lo más sano posible, pero el paso del tiempo no perdonaba a nadie: sabía que le habían aparecido nuevas arrugas, que había pequeños pliegues de piel en su cuerpo que antes no existían... Incluso había llegado a encontrar una cana en su vello púbico.

Soltó una risa melancólica. ¿Quién hubiera dicho que llegaría a esa edad? Cincuenta años. Teniendo en cuenta su pasado delictivo junto a Gustabo, hubiera jurado que no pasaba de los cuarenta por estar siempre metido en líos. Sin embargo, esa habilidad innata para meterse en los peores sitios le había servido para trabajar para el gobierno.

Comenzó a frotarse el jabón sobre la piel cuando escuchó que alguien entraba a la zona de las duchas.

- Priviet- saludó Volkov del otro lado de la cortina. Horacio permaneció en silencio, muerto de la vergüenza. ¿Qué hacía el ruso de los cojones ahí?

Escuchó atentamente. Un sonido amortiguado seguido del sonido de un cierre al abrirse le indicaron que, efectivamente, Volkov iba a ducharse allí. Horacio se sonrojó al notar cómo reaccionaba su cuerpo con tan sólo imaginarse al comisario desvistiéndose.

Se maldijo mentalmente. ¿Hasta cuándo seguiría así? La relación que mantenía con Volkov se restringía únicamente a lo laboral y no habían vuelto a verse fuera de las oficinas, comisaría o alguna misión (exceptuando para las fiestas de Navidad y Año Nuevo, ya que Conway los obligó a que las pasaran con él).

A lo mejor, si se apresuraba a bañarse, saldría con suficiente antelación para cambiarse y retirarse de la zona antes de que el ruso terminara de bañarse. Escuchó que la ducha a su derecha se abría y una cortina se cerraba, por lo que se apresuró a enjabonarse y tirarse shampoo en la cabeza. Lo refregó con tanta rapidez que hasta se lastimó el cuero cabelludo en algunas zonas. No importaba. Una vez hubo eliminado cualquier rastro de jabón, tomó la toalla y se secó rápidamente para luego envolverla alrededor de su cintura.

One-shots [VOLKACIO/HORACIO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora