Capítulo 1.

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Hace tres meses... en el bar, en algún lado de la ciudad.

 

— ¡Salud! — brindamos con tequila. Tres de mis amigas y yo, vistiendo nuestras mejores galas. Y jugando, como siempre.

 

El bar de la semana lucía repleto de gente. Sabado en la noche, y de milagro teniamos una mesa donde sentarnos y no ser víctimas de los que retozan de acá para allá buscando ligue. No que la mesa nos protegiera de tales trolls. No poseía poderes mágicos, era un simple mesa.

Mónica, era la tímida del grupo, y la que atraía la mayoría de los abusivos, pero nos tenía a Teresa y a mi para ahuyentarlos, a empujones a veces. Teresa, ella era la guapa del grupo, era capaz de hacer que todas las personas en un lugar voltearan a verla en cuanto entraba. Altísima, de casi un metro ochenta con tacones  y con una melena que provocaba la envidia, propia y demás mujeres. Y luego estaba yo, la cínica del grupo, la loca. No soy fea, de hecho, soy bastante atractiva, pero dicen mis amigas que tengo problemas de "actitud" en ciertas ocasiones. En más de una ocasión les he enseñado el dedo de enmedio cuando me lo dicen. Saben que las amo, son mis chicas.

 

— De esta no te escapas, llevas perdiendo por dos semanas consecutivas— se quejaron mis amigas del alma. Teníamos un juego: la que rechazara más invitaciones a bailar o tragos de calenturientos desconocidos, le tocaba escoger a alguien del bar, e invitarlo a bailar. Y de tres salidas, la que perdía dos era yo. Me parecía horrorosa la idea de dejar que algún desconocido se acercará demasiado a mí, con aliento alcohólico y con planes de llevarme a la cama. Cosa que nunca pasaría, por supuesto, pero el disgusto no me lo quitaba ni Dios padre.

Tomé el caballito de tequila y tragué el líquido hasta el fondo, si iba a hacer esto, necesitaba estar borracha para no fijarme en lo mucho que me pesaba seguir con este tonto juego. De verdad amaba a mis amigas para seguir tolerando tales barbaridades.

Ellas escogieron a la víctima y yo tendría que pasar la vergüenza de mi vida.

Casi al otro lado de donde estábamos sentadas, estaba un grupo de chicos demasiado animados, bebiendo cerveza, y riendo como estupidos. Puse los ojos en blanco, y tragué saliva. Si me ponían con el regordete ahí mismo se acababa nuestra amistad. No me tomen a mal, lo regordete no me molestaba, sino el hecho de que no dejaba de babear casi encima de la chica de al lado que no sabía como decirle que la dejara en paz.

Pobre, pero tonta, bañarlo con su propia bebida funciona a la perfección. Pensé, y tomé valor cuando señalaron al que hasta ese momento había estado riendo y bromeando pero con una lata de refresco en la mano. Al menos no estaría borracho.

Me tomé un minuto entero para ubicarlo, estudiarlo un poco.

No estaba mal, el cabello ligeramente largo, castaño y arreglado. Una simple y elegante camisa oscura y jeans, un reloj de pulsera y manos elegantes, bonita sonrisa. Sí, todo bien, pero hasta ese momento me di cuenta de que en todo ese tiempo en que estuvimos estudiando a él y a sus amigos, jamás miró a las chicas de al lado.

Tendría que ser más que sutil para llamar su atención. Estupendo. Gruñí entre dientes.

Sin pensármelo mucho, le pedí al mesero que le llevara una coca cola  e informarle que iba de parte mía. Si algo no temía era tomar al toro por los cuernos, lo peor que podría pasar era que declinara la invitación y me habría salvado de bailar con otro desconocido. El tío de la última vez, no solo aceptó, sino que se sintió tan halagado que pensó que tendría suerte. Si claro, con suerte no le daría una descarga eléctrica con mi arma personal.

Para mi sorpresa una gran sonrisa iluminó su rostro y alzando el refresco hizo un gesto de saludo. Bonita sonrisa, pensé.

Aproveché para indicarle con el dedo índice que viniera a mí.

Sin esperar a que respondiera me dirigí a la pista de baile ante la mirada divertida de mis amigas.

Cuando estuvo a mi lado, la estridente música nos impidió decir una palabra, solo bailamos, y para mi sorpresa, no intentó hacer nada más que bailar conmigo. Pude ver sus ojos de cerca, marrón claro, unas espesas y largas pestañas, labios carnosos y boca generosa, su sonrisa ligeramente torcida, más alto que yo y con buen sentido del ritmo. Nunca intentó hablar, ni tocarme. Eso me gustó mucho.

Su cálida sonrisa tenía algo que me llamaba fuertemente la atención. Y cuando mi cuerpo se pegó al de él, el aroma de su piel o de su colonia me abrazó. Por primera vez en mucho tiempo sentí que algo dentro de mí se movía, esa dormida y controlada lujuria. Puse atención en la curva de su mandíbula, en el color de sus labios, y esos ojos que me miraban con gran curiosidad, pero con cierta timidez que me pareció encantadora. Era guapo, muy guapo. Observé con descaro el resto de él, la breve cintura y la espalda de hombros esbeltos no demasiado musculoso. Se notaba que se ejercitaba, y por dios si sabía moverse al ritmo de la estridente música. Suave, cadencioso, sin presumir demasiado. Cómo atraída por la fuerza de un imán, mis manos se posaron en cada lado de la solapa de su camisa, y sus manos tocaron gentilmente mi cintura. Me miró fijamente como esperando a ver si había algún otro acercamiento. Sonreí y me deje llevar, por su gentileza, por esa velada sensualidad latente en sus manos posadas en mi espalda. Me sentí, como si lo conociera, como si pudiera confiar en él. Sin palabras, eso era una locura.

Mis alarmas comenzaron a sonar como locas y supe que tenía que salir de ahí. Me deshice del abrazo y di media vuelta. Sin voltear atrás, salí de la pista de baile y corrí fuera del bar, un poco temblorosa y con ese abrumador sentimiento casi olvidado.

El aroma de su piel, la calidez de su sonrisa, nunca intentó propasarse, aún cuando hice de todo para provocarlo. Era guapo, pero no fue eso lo que despertó mi lujuria, me conocía demasiado bien.

Ese hombre era del tipo que me gustaba, pero aún no estaba lista. Aún no era tiempo de volver a salir.

Salí de ahí y prometí jamás volver a pisar ese lugar.


 

Rendición (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora