Capítulo 9.

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Me estaba volviendo loca.

Ahí estaba yo pensando que pondría en apuros a mi fabuloso jefe, sacándole de sus casillas con cada capricho que se me ocurriera. ¿Porque los hombres suelen odiar las compras, no? De acuerdo a mis anteriores parejas, no hubo uno que pudiera aguantar mi paso cuando iba de tiendas, terminaban cansados, molestos y poniendo los ojos en blanco, lo que provocaba mi enojo. ¡¿Cómo es que se atrevían a ponerme límite de tiempo?!

—Esta camisa azul te quedaría fabulosa, mídetela con estos pantalones de acá— dije por enésima vez. Y él sólo hizo lo que le pedía.

—Claro, saldo en un momento —respondió, y se metió una vez más al cambiador de caballeros de aquella tienda en la que estábamos.

Era la tercera tienda y los pantalones formales con camisas de seda le sentaban tan fabulosos como los jeans ajustados y las camisetas. Estaba modelando un elegante traje en color gris con camisa azul celeste, lo que resaltaba el color de sus ojos. Antes de eso se había lucido caminando por la elegante alfombra de la tienda de jeans sin camiseta ni zapatos, solo para asegurarse que me gustaba el corte y el tono azul de los vaqueros. O eso era lo que quería hacerme creer, a estas alturas de no ser porque era mi jefe, pensaría que me estaba coqueteando. ¡Oh pero no! No caminaría por ese campo minado. Yo llevaba todo de perder, sin embargo, después de mirar esos largos músculos de su espalda desnuda, mi mente se nublaba y nada parecía ser más importante que verificar por mí misma si esos músculos se sentirían tan duros como se veían, y ese duro trasero corría el riesgo de ser azotado por la palma de mi mano si volvía a ponerse otro jeans ajustado. "¡Controlate Isabel!" gruñí, tomé una bocanada de aire y cerré mis ojos unos segundos. Bebí casi de golpe, de la copa que Claudia, la encargada de la exclusiva tienda me había servido, la garganta se me secaba con cada desfile que Lucián hacía para mí.

Le había hecho probarse infinidad de prendas y lo había hecho cada vez sin perder la sonrisa. Eso estaba más allá de mi comprensión y mi cerebro se estaba sobrecalentando. ¿Qué clase de hombre era este que me atormentaba dándome gusto, y deleitando mis fantasías? ¿Y porque me estaba quejando de ello? "Demente" me regañé y puse atención cuando estuvo vestido.

La corbata en color vino tinto completó el traje, con ayuda de la encargada de la tienda que no perdía detalle de cada movimiento de Lucián, intentaba ser profesional y no mostrarse demasiado entusiasmada pero nos observaba con curiosidad, estuvo atenta a cada solicitud mía, que elegí cada prenda, cada color, cada conjunto de los tres que se llevaría de ahí.

— ¡Me encanta! — Exclamé — te sientan bien estos colores sobrios para la oficina, llámame aburrida, pero es que el gris y el azul resalta el color de tus ojos.

— Me alegra que te guste, y que me puedas ayudar, la verdad nunca pongo demasiada atención a la ropa, pero me gusta lo que has elegido para mí — replicó y se observó a sí mismo en el enorme espejo, me miró a través del mismo. Esa mirada me derretía algo en mis entrañas, una deliciosa sensación que me abrumaba y amenazaba con salir, me disgustaba un poco no poder ver qué más podría hacerme sentir. Suspiré casi imperceptible. "Es tu jefe, boba" — dijo la voz en mi cabeza.

— Claudia... — me dirigí a la encargada, desviando mi atención a algo menos peligroso — nos llevaremos todo esto y todas las camisas que se probó, también agrégale calcetines que vayan con los trajes y estas tres corbatas más.

— Claro que sí — sonrió y presurosa comenzó a poner todo en bolsas y paquetes

— Creo que es todo por hoy — miré el reloj, las horas habían pasado demasiado rápido.

— Bien, ya he tomado demasiado de tu tiempo, es un alivio no hacer esto solo, es incómodo para mi venir a una tienda a comprar ropa, no tengo mucho sentido de la moda — comentó mientras de su cartera tomaba su tarjeta de crédito que seguramente llegaría al límite en cualquier momento — ¿Cómo podré darte las gracias?

— No tienes que, esto ha sido divertido para mí, pensé que te rendirías después de hacerte probar toda esa ropa en la primera tienda.

— ¿Y perderme de todo esto? Claro que no, sólo que he tomado toda tu tarde, y es hora de cenar. ¿Quieres acompañarme? — preguntó, su expresión parecía una mezcla de timidez y excitación, sólo que no me creía que un hombre tan guapo como aquel pudiera sufrir de timidez, seguramente no le faltaba mujeres que quisieran salir con él. Pero como todo respecto a él, me resultaba un enigma y una contradicción. Me gustaba mucho, si, pero mis inquietudes me las tendría que guardar.

— Claro que sí, pero sólo si yo escojo donde cenar — respondí después de unos segundos, al darme cuenta de que seguía esperando mi respuesta.

— No lo querría de ninguna otra manera — contestó.

— Estás alimentando a un monstruo... — murmuré, como advertencia.

— ¿Lo estoy haciendo bien? — provocó.

— Veremos si dices lo mismo cuando esté fuerte y con ganas de devorarte — advertí. Pero sólo me devolvió una sonrisa — ¿Si te acuerdas que eres mi jefe, verdad?

— Claro, ¿cómo olvidarlo? Espero no ofenderte, lo menos que necesito es una demanda por acoso o algo así.

— SI, nadie quiere eso — zanjé — veamos, estamos cerca del PF-Chang, tienen la más deliciosa comida oriental.

— Lo que elijas me parece bien, conoces mejor la ciudad — respondió mientras salíamos de ahí con más cajas y bolsas de las que podíamos cargar — pero creo que tenemos que ir a dejar esto al auto o no podremos avanzar.

—De acuerdo con eso.

Una vez que llegamos al auto y dejamos paquetes, bolsas y demás, nos dirigimos a pie al restaurante donde cenaríamos. Un restaurante de moda, y en el que constantemente quedaba con las chicas. ¡Las chicas! Había prometido regresarles la llamada la última vez. Seguro se verían el fin de semana para salir a algún lado.

Había desaparecido toda esa semana, ninguna sabía de la sanción que me habían impuesto en el trabajo, o que visitaba a la Dra. Cisneros, ni tenían ni idea de que en los últimos días había estado a punto de lanzarse sobre su nuevo jefe, varias veces, o que había vuelto a ver a Micah, claro que ellas no sabían quien eran ellos, porque no se había dignado a llamarles y verlas durante esos días en que parecía que su vida había cambiado.

Y luego estaban Micah y Lucián, había estado tan encerrada en su pequeño mundo que ni siquiera se había puesto a pensar en aquello.

Ambos le gustaban, claro que Lucián estaba fuera de mi alcance, siendo mi jefe y eso. Pero eso no me quitaba el cómo me alborotaba las hormonas, de una manera distinta a como Micah lo hacía. ¿Es que acaso estaba loca? ¿Porque no me había dado cuenta de ello?


Rendición (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora