Lejos de casa

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— Anderson — mi abuela entra a nuestra casa escoltada por dos muchachos, luce un traje sastre verde limón con un ostentoso juego de perlas, luce igual que en mis recuerdos, parece que no ha envejecido un solo año desde la última vez que nos vimos.

— Marina, ojalá pudiera decir que es un placer verte — mi padre luce serio, y más viejo de lo que es, sus ojeras son pronunciadas y su cabello luce desordenado.

— Serena, mira que... — arrastra su mirada por toda mi cara y mi cuerpo con una mezcla de desprecio y desagrado — feliz cumpleaños.

Sonrío forzadamente pero no respondo, mi madre decía que si no había nada amable que decir era mejor que no se dijera nada.

— Bueno es hora de irnos, no hay tiempo que perder — Dice mi abuela con un suspiro, da la media vuelta y mira al muchacho de la izquierda — Alexander, sube sus maletas al yate — Sin más sale de la casa junto con el otro chico y se encaminan al muelle donde está situado el pequeño yate blanco en el que llegaron.

Alexander toma mi pequeña maleta negra con puntos blancos sin dirigirme la mirada y sigue los pasos de los otros dos dejándonos a mi padre y a mí solos.

— Serena, recuerda lo que tú madre escribió, no confíes en nadie... — toma mis hombros con sus manos y me mira a los ojos — Lamento que todo esto haya sido tan rápido, tu madre debería haber estado aquí para  acompañarte y guiarte por este viaje que estás a punto de emprender — toma una bocanada de aire — Sé que parece difícil de comprender y que probablemente creas que todo esto es una broma, pero pronto entenderás todo.

— Padre, por favor — Mis ojos están llenos de lágrimas y hundo mi cara en su pecho respirando su aroma, esperando que este quede grabado en mi memoria, esa mezcla de sal y leña que impregna todo mi hogar.

— Es hora de que te vayas, piensa en todo lo que hablamos anoche y ten la certeza de que nunca te apartaría de mi lado si no fuese necesario — me planta un beso en la frente y se limpia las lágrimas que se le han acumulado en los ojos, solo había visto a mi padre llorar una sola vez, en el funeral de mi madre.

Agarro mi bolso y camino al muelle, doy una última mirada a mi pequeña casa, y una lágrima resbala por mi mejilla, no puedo creer que vaya a dejar este lugar, todos mis recuerdos felices se encuentran dentro de esa vieja caja de madera junto a ese hombre que ha cuidado de mi por años.

Alexander me espera a lado del yate, y sube detrás de mí. Entramos por la escotilla a una pequeña sala con sillones de piel y una pantalla plana, mi abuela está un poco más atrás en el minibar tomando de una copa un líquido azul.

— Toma asiento Serena, va a ser un largo viaje.

— ¿A dónde vamos? — me siento en uno de los sillones y Alexander se sienta frente a mi, el otro muchacho es el que está dirigiendo el yate.

— A dónde debiste haber vivido toda tu vida, a tu verdadero hogar — finaliza mi abuela, dándome la espalda.

Me cruzo de brazos y noto que Alexander está mirándome atentamente, me revuelvo incómoda en mi asiento y desvío la mirada, sin embargo el sigue observándome con gran intensidad.

— ¿Qué? — usualmente no soy tan brusca, pero realmente hoy no es un buen día para hacer amigos.

Alexander examina mi rostro y simplemente bufa volteando los ojos y prendiendo la televisión, aprovecho ese momento para poder verlo bien y noto que no es nada feo, tiene una piel bastante clara, y aunque es un poco más bajo que mi padre aún así puede considerarse alto, su cuerpo está bien trabajado y su rostro es bastante anguloso, su pelo es de un color cobrizo y luce una barba recién afeitada pero bastante abundante, aún así de todo su cuerpo lo que resalta son sus ojos, que son ligeramente achinados y de un color gris con destellos púrpura, algo que jamás había visto.

— No seas maleducada Serena, es de mala educación mirar fijamente a las personas — dice mi abuela desde el otro lado de la habitación. Siento que mi cara arde y rápidamente retiro la mirada del chico.

— Señora, tenemos un problema — el otro muchacho baja las escaleras rápidamente y se para en el último escalón, luce como si acabara de correr un maratón y mira a mi abuela esperando órdenes, Alexander se para rápidamente poniéndose en alerta.

— Bueno Thomas, no te quedes ahí como estatua, dime qué pasa — mi abuela ni siquiera se inmuta y da un sorbo a su copa.

— Estamos rodeados, vienen por ella — veo como se oscurece la mirada de mi abuela y sé que realmente estoy en peligro.

SerenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora