Viejos amigos

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La posada "Luz de Luna" estaba al estilo mudéjar con sus característicos ladrillos rojizos. La fachada estaba adornada con cerámica verde y azul. La entrada, más moderna y en contraposición con el resto, poseía un pórtico de madera de roble y cubierto con cepas que ascendían por sus columnas y formaban un techado natural típico de las zonas rurales de la región.

En su interior se encontraba varios campesinos discutiendo sobre temáticas del campo. Varios lugareños en la penumbra bebían de sus jarras y escuchaban desinteresadamente la conversación. El fuego de la chimenea emitía destellos y con sus llamas caldeaba tenuemente la estancia, no pudiendo avivar el ambiente lúgubre de la noche.

El mulo, con su imponente figura cuyo pelaje predominante era el blanco acompañado de distintos tonos de marrón y negro color, estaba bebiendo vino directamente de la botella de cuello ancho, que se antojaba pequeña frente a él, y así decía:
—Entonces el desgraciao de Pedro estaba quitándome unos tomates de las que puse dos semanas antes de lo correspondido, le pregunté de mala manera qué hacía allí ¿Sabes lo que contestó?

—Sorpréndeme — respondió el asno mientras comía de un cuenco de cerámica.

— "Azí como el otro día vi que tenías las tomateras secas decidí azí venir a regar varias noches a ver si cogía color la planta. Y que justo me has pillado viendo si había recubrado la vitalidad".

—Y yo le dije: que vitalidad ni ocho cuartos, cabrón que has venio a robarme. Entonces le pegué un estacaso con la hazá en toa la cabeza que casi se la parto.

—Se lo tiene bien merecido —respondió el asno el cuál acabó su cuenco y sacudió la cabeza meneándose sus largas orejas.

Joer, claro que lo tiene merecido, hace un mes Juan casi lo escalabra por colárse en su casa y meterle mano a su hija Luisa. Oye, ponle así a mi primo algo para digerir la cena — dijo el mulo haciendo un gesto al tabernero, éste saco una botella de cristal con aguardiente de hierbas cuyo olor impregnó toda la sala al descorcharlo.

— Fran, somos hermanos —dijo el burro mientras se sacudía los restos de hierbajos de su camisa amarillenta, antaño blanca.

—Es cierto que tenemos el mismo padre — dijo mientras se giraba a él con el ceño fruncido—. Aunque mi madre azí sea su hermana. No me hagas arrimarte con la hazá a ti tambié.

Entró un viejo perro labrador cuyo pelaje resplandeciente como el oro al sol había perdido su brillo, manteniendo ahora un aspecto áspero y apagado como la paja al cosechar el trigo maduro. Andaba ayudado de su Cachava, portaba una boina verde oscuro, el tapabocas que estaba encima de su chaleco de lana era marrón, unas polainas muy desgastadas atadas sobre sus botas, la bota de vino hecha con cuero atada al cinturón y de éste un cencerro que sonaba a cada paso que daba pendía sobre él.

—Un poco tarde se nos ha hecho hoy eh — dice el mesonero al verle.

—Anda que...me habrás visto alguna vez llegar tarde de guardar a las cabrejas.

Le puso un poco de anís en un vaso. El pastor lo bebió de un solo trago.

—Me entretuve hablando con los del pueblo de al lado— le pusieron más anís bebiéndolo de inmediato. La muchacha de la familia que vino hace dos primaveras ha desaparecido.

—¿Se quedaron en el pueblo con la leyenda que circula? —preguntó mientras limpiaba con un trapo sucio.

—Pensaban que era un disparate —le hijo un gesto al recipiente, el cual sufrió el mismo proceso que antes, esta vez el labrador hizo una mueca y lo colocó despacio—. El disparate fue... haberse quedado y no hacer caso a los vecinos.

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⏰ Última actualización: Sep 03, 2020 ⏰

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El ser que hablaba con las manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora