Vivir en una ciudad como la nuestra no era tarea fácil, en especial si a lo que te dedicabas era a vender cocaína.
Déjame explicarme.
Yo venía de la nada, sin padre, con una madre apenas presente, en una casa de dos habitaciones en las que ahogar penas y un sueldo que a veces no nos dejaba ni comprar pan. No, la vida no me lo puso fácil. Por suerte, conseguí entrar en la universidad local gracias a una beca, que si bien no era la mejor, era algo. Comencé un grado de filosofía porque, ¿qué otra cosa iba a hacer? Lo que me faltaba en economía tampoco me sobraba de inteligencia, mi madre me lo dejó claro desde pequeña. Pero es algo con lo que se aprende a vivir. Ser alguien completamente mediocre que nunca llegará a nada a veces tenía sus cosas buenas, después de todo.
No me gusta decir que él me salvó, pero a veces es agradable pensarlo. César llegó en el momento más oscuro y dio luz a toda la ansiedad que andaba escondiendo. Me tocó una vez y a partir de ahí sólo hubo brillo.
Le conocí en una fiesta de bienvenida en la universidad. La noche era clara, iluminada por los faroles y los fuegos artificiales. El campus olía a cerveza, perfume y sudor. La música hacía temblar el suelo, mis oídos y mi corazón. Yo llegué allí sola, con un vestido blanco corto a modo de faro para los chicos que quisiesen mirar. Mi coeficiente no sería muy alto pero no era tonta. Sabía que si querías avanzar, debías codearte con aquellos en lo más alto. Así que con mi cabello suelto y mi sonrisa entré allí, dispuesta a deslumbrar y causar una impresión de muerte.
Todo aquello se desvaneció en cuanto le vi. ¿Fue amor a primera vista? No sabría decirte. Fue sin duda un flechazo, el curioso saber de que él iba a ser quién me guiase durante muchos años después. En un instante, la música tomó mil revoluciones y así lo hizo mi corazón, latiendo sangre hasta llegar a mis mejillas, que se sonrojaron nada más verle sonreír.
¿Y lo primero que me dijo?
-Bonita pulsera.
A pesar de que quisiera dejar mi realidad pobre y de clase baja atrás, no pude soltar la pulsera que me regaló mi madre cuando era pequeña. El único gesto de cariño que jamás tuvo conmigo. No era bonita, ni cara. Un pedazo de cuerda violeta con una luna pegada. La mantuve siempre.
-Gracias.
¿Sintió él lo mismo que yo aquella primera noche? Nunca se lo pregunté. Las presentaciones quedaron atrás después de que me invitase a una copa y hablásemos hasta que amaneciera. Desde aquellos primeros instantes ya tenía una sensación extraña y nueva en mi estómago, algo que nunca había sentido antes. No eran mariposas, ni espinas. Era la certeza de que allá donde estuviese, e hiciese lo que hiciese, sería lo correcto si era con César. Y llamadme romántica o cursi todo lo que queráis, yo era feliz.
Pero esta historia no es sobre felicidad, ni buenos momentos, ni nada por el estilo. César llegó aquella noche con pasos de esperanza, pero también con una terrible esencia de perdición. Estar con él era caer de lleno en el ojo del huracán, y saber que en cualquier momento puedes perderte en el viento.
Pero no me voy a adelantar a acontecimientos. Volvamos a aquella noche.
-¿Te puedo invitar a algo? -me dijo en ese tono que llegaría a reconocer tan bien, una voz suave y dulce, como la miel.
-No diré que no a una cerveza -le sonreí, como me habían enseñado a hacer. Pero esta vez no se sintió falso. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que sonreía de verdad.
-Muy bien. ¿Y qué te trae por aquí, uh...?
-Anna, me llamo Anna.
-Anna. Precioso nombre.

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Bad guy
Ficção Adolescente"César llegó, y con él, la tormenta. Estar con él era caer de lleno en el ojo del huracán y saber que en cualquier momento puedes perderte en el viento". Anna vive una vida monótona en su ciudad de siempre. Una noche conoce a César en una fiesta, u...