Después de dos semanas sin asistir a clase, el tercer lunes decidí ir. Tenía introducción a la filosofía.
Era una mañana soleada. Los pájaros le cantaban a la brisa y los niños llevaban mochilas con ruedas que causaban pequeños terremotos al pasar. Me había acostumbrado de tal manera a estar drogada constantemente que un día sin fumar se hacía eterno. Pero antes de todo esto los días eran normales, así que quizás sólo debía esperar.
Llegué diez minutos tarde y todo el mundo estaba ya en clase. Unas treinta personas escuchaban a un señor mayor hablar de Nietzsche. Esto lo conocía. Entré a hurtadillas y me senté en la primera fila, la única libre. Nadie dijo nada, ni siquiera me miraron. Pero todo lo que decía el profesor me sonaba. Era lo que contaba César. Era lo que leía todos los días. Saqué un folio y comencé a tomar algunos apuntes. El profesor era un hombre de unos 60 años con signos de calvicie. Llevaba un jersey verde oliva con una camisa rosa claro por debajo que sobresalía por sus mangas. Sus pantalones negros se pegaban sin quererlo a sus piernas y le hacían parecer más bajo de lo que era. Hablaba con ánimo y pasión, explicando el tema que probablemente había ensañado cientos de clases antes pero del que no perdía el gusto. No hablé con él esa clase, ni la siguiente, pero siempre le tuve una admiración silenciosa.
Las dos horas pasaron como un suspiro y ya era hora para la siguiente clase. Leí en el horario que tocaba historia contemporánea en otra aula así que recogí mis cosas y comencé a salir cuando un chico me paró.
-Hey -me giré. Era joven, podría tener mi edad. Lo primero que vi fueron sus ojos claros, fríos como el hielo. Lo segundo, un corte en el labio. No supe qué contestar, tan sólo le miré-. Eres nueva, ¿no?
-Sí -dije, aunque no era verdad. Estuve matriculada desde el principio pero no me dio la gana ir hasta ahora. Aunque eso no sonaba bien así que dejé que el misterio me llenase.
-Soy Mario, encantado.
-Anna.
-¿Quieres ir a desayunar?
-Tengo historia ahora...
-Ah, ni te preocupes. El profesor nunca viene.
-¿De verdad?
-Yep. Vamos, me muero de hambre.
Me cogió del brazo y me arrastró por pasillos llenos de gente y rincones que no había visto nunca. La facultad era grande, mucho más de lo que imaginaba. Nuestro edificio tenía cuatro pisos con decenas de clases en cada uno; era fácil perderse. Pero cualquier persona sabría que Mario y sus ojos claros no me estaba llevando a una cafetería.
-Creo que no estamos... -comencé pero me cortó.
-No vamos a la cafetería donde va todo el mundo, si es lo que te preguntas -lo miré inquisitiva y el sonrió. Teniéndolo tan cerca pude oler el aroma a tabaco y menta en él, algo tan familiar para mí.
-¿Y a dónde entonces? ¿Me estás secuestrando?
Se limitó a reírse y continuamos andando hasta que llegamos a un jardín muy alejado de todo en general. Era pequeño, rodeado de setos y justo detrás pude acertar que estaba el aparcamiento reservado a los de máster. En el centro había una pequeña fuente sin agua y al lado izquierdo un banco donde se sentaban un grupo de personas: dos chicas y dos chicos. Nos dirigíamos hacia allí.
Todos fumaban y uno de los chicos bebía un botellín de cerveza. Eran las diez de la mañana. Me recordó demasiado a mis días rebeldes en el instituto, pasando más tiempo fuera que en clase. Las dos chicas se sentaban juntas en el banco, uno de los chicos tenía un brazo sobre una de ellas y el otro se sentaba en la parte superior, con los ojos cerrados.
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Bad guy
Teen Fiction"César llegó, y con él, la tormenta. Estar con él era caer de lleno en el ojo del huracán y saber que en cualquier momento puedes perderte en el viento". Anna vive una vida monótona en su ciudad de siempre. Una noche conoce a César en una fiesta, u...