⟨ 9 años ⟩

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Sanji regresó de su entrenamiento con las piernas cansadas y el rostro nuevamente lleno de moretones. Las rodillas le dolían y sentía que no podía mantenerse en pie.

Se apoyó en una esquina de un mueble y suspiró, tenía que hacerlo, su padre lo obligaba y en parte era siguiendo el consejo de Zoro.

Escuchó un ruido de fuera y se asomó por la ventana. Por un árbol que estaba justo afuera, vio a un niño con cabello de alga trepar hasta alcanzar su habitación. Era Zoro. Llevaban ya más de un año de conocerse y cuando el rubio se atrasaba en sus entrenamientos y no podía reunirse en "su sitio" al mediodía, Zoro siempre buscaba la manera de colarse y escalar ese árbol hasta su ventana, para asegurarse que esté bien.

-Lamento atrasarme, ya voy. -Dijo Sanji con una media sonrisa.

El de cabello verde se sentó en el marco de la ventana y lo miró.

-La cocinera del dōjo se desmayó, dice que fue por cansancio. ¿Quieres ir a cocinar tú?

El de ceja rizada sintió que el dolor en sus piernas desaparecía y su corazón latió a prisa. Comenzó a temblar y tartamudear.

-¿Y-yo? Yo no podría, sólo he leído lo que está en los libros, jamás he cocinado de verdad y cuando lo hice, yo...

-Escucha, idiota. -Interrumpió Zoro - Sé que puedes hacerlo. Conoces de eso y cuidas tus manos para eso. ¿No? Además, no vas a estar solo, la cocinera te va a supervisar. Tienes que empezar tu sueño por algo.

Sanji sintió que empezaría a llorar en cualquier momento. Quería abrazar a Zoro por tal oportunidad que le estaba dando.

-Me-me tengo que cambiar de ropa primero. -Explicó mientras se señalaba.

-¿A quién le importa si estás un poco sudado o no? Vamos. -Dicho esto se arrojó hasta el árbol y comenzó a descender.

Sanji se preguntó si sería mejor salir por la puerta, pero conociendo a su amigo no lo esperaría, así que con un poco de temblor salió por la ventana y con temor siguió a Zoro en su travesía de descender el tronco.

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-Sensei, aquí está. -Dijo Zoro mientras señalaba a un sucio -de tantas caídas en el camino- Sanji.

El Sensei sin saber qué decir exactamente comenzó a reír.

-Zoro, me dijiste que traerías a un cocinero, no a un niño.

-Él es cocinero. -Exclamó con seguridad.

Y ante eso no hubo pero que valga. El Sensei sabía que Zoro no era un niño que disfrutara de las bromas. Así que accedió, preguntándose qué le pasaría si descubrieran que un príncipe le estaba cocinando a un dōjo de espadachines.

En cuestión de minutos, Sanji estaba arrodillado sobre el piso de tablones de madera de un cuarto adaptado a cocina, picando con destreza un par de rábanos frescos. Sobre la fogata en medio de la habitación había una olla con fideos cociéndose. La cocinera estaba a un lado observándolo y enseñándole uno que otro detalle sobre la comida tradicional.

A una distancia considerable, Zoro estaba espiando al pequeño cocinero. Cruzado de brazos, Roronoa sabía que no se había equivocado en sugerirlo.

-Se ve más feliz de lo que había estado en los últimos años desde que mamá murió. -Escuchó tras de sí.

Saltó y se puso en guardia. ¿Su sistema de alerta se estaba deteriorando o estaba tan ensimismado que no la había escuchado llegar?
Una niña más alta que él, de cabello rosa y ojos azules lo estaba mirando. Tardó en notar la característica ceja rizada, pero cuando lo hizo empuñó la espada con funda y mango blancos que cargaba siempre que se encontraba en el dōjo, aunque no la usaba. Wadō Ichimonji.

-No te alteres. No vine a llevármelo. Me llamo Reiju.

-Sé quién eres. -Sin embargo, Zoro no quitó la mano de la espada. - ¿A qué viniste?

-Los vi salir del castillo. Así que los seguí. ¿Sabes? No soy como mis hermanos y padre. No me interesa cómo sea Sanji o si es débil o fuerte, pero mamá lo apreciaba. Y yo quizá lo aprecio lo suficiente como para querer que esté bien.

Zoro levantó una ceja. Su pequeño cerebro todavía no terminaba de entender las palabras de la hermana mayor de su amigo. Ella lo supo así que suspiró y continuó.

-Me alegro que haya encontrado a alguien más. Así que les cubriré la espalda, con tal de que él continúe haciendo... -Miró la escena dentro de la habitación, el rubio estaba apagando una pequeña flama que se encendió en su ropa al acercarse al fuego. Zoro se avergonzó un poco y llevó una mano a su rostro. - ... lo que sea que esté haciendo.

Reiju dio la espalda a ambos amigos y se fue por donde vino. ¿Podía creerle?

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La comida de la señora que les cocinaba era insípida, pero cuando Zoro probó los fideos de Sanji sintió que su paladar daba brincos de alegría. ¿Cómo podía cambiar tanto el sazón pese a usar los mismos ingredientes?

Todos los demás aprendices, mayores y jóvenes, exhalaron de gusto cuando probaron el primer bocado. En segundos Sanji estaba siendo elogiado y felicitado por su talento a su temprana edad, algunos no conocían su verdadero identidad, así que de ninguna manera lo hicieron sólo por compromiso.

Zoro terminaba su ración cuando el rubio se acercó dando brincos hacia él.

-¿Y...? -Preguntó Sanji con las mejillas un poco ruborizadas.

-¿Y qué?

-¿Qué te parecieron los fideos?

Roronoa cerró los ojos y meditó un momento.

-No está mal pero sabía al agua donde se lavan platos. -Mintió.

-¿¡Y cuándo has probado el agua de lavar platos, marimo feo?! -Gritó Sanji, tomando el insulto de Zoro de forma que no lastimó su orgullo.

-¿¡Cómo me dijiste, cocinero aprendiz?!

En segundos Sanji y Zoro estaban envueltos en una pequeña pelea de insultos y uno que otro golpe leve. Más allá de tomárselo personal, era un juego para ellos.
Las personas que los rodeaban rieron felices, tampoco solían ver a Zoro tan animado como en ese momento.

Porque era eso, un juego de niños.

« Pequeñas promesas » [ZoSan]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora