Su primer encuentro no fue para nada común, pero sí emotivo. Roronoa Zoro jamás olvidaría los dulces ojos azulados que lo miraron suplicante, ni esa fría mano que clamaba comprensión.
El pequeño de cabello verde había salido a comprar unos víveres para el dōjo, que además de enseñar el manejo de katanas, recibía y brindaba servicios varios a sus estudiantes. Como huérfano, lo que le brindaban en lecciones, Zoro lo pagaba con trabajo.
Ni siquiera había llegado al mercado de la ciudad cuando a un lado del camino divisó a varios niños que pateaban algo. Su curiosidad sólo surgió cuando escuchó que ese "algo" gemía que se detuvieran.
—¡Oigan! —Gritó el pequeño espadachín. Al acercarse pudo ver con claridad a un niño rubio de su edad en el suelo, hecho un ovillo. — No es muy educado meterse con más débiles que ustedes.
—Tampoco es muy educado meterte en pleitos que no te corresponden. —Repuso un niño de cabello rojo con lentes oscuros, mientras se cruzaba de brazos.
En ese momento uno de cabello azul levantaba del pañuelo que rodeaba el cuello del rubio, ejerciendo una fuerza que lo hizo toser.
—¡Oye ya suéltalo! —Gritó Zoro, enfurecido.
—¿O qué harás, plebeyo? —Exclamó uno de cabello verde.
Roronoa no tenía ni sus espadas de práctica, así que su primer impulso fue abalanzarse a los 3 chicos con los puños. No supo cuándo, pero en unos instantes el de cabello rojo ya lo tenía sujetado mientras el peli azul y peliverde lo golpeaban en el estómago. A esa distancia, Zoro los reconoció al verles las cejas. No eran nada más ni nada menos que Ichiji, Niji y Yonji Vinsmoke, de quienes se hablaba bastante en los periódicos del reino, hijos prodigios de Judge Vinsmoke, su rey. Y el que estaba en el suelo debía ser Sanji, el tercer hijo de quien no se hablaba demasiado.
Tembló, no podía golpear a los príncipes, quizá eso le costaría la vida y a su dōjo. Un puño fue a dar a su boca, con tanta fuerza que empezó a sentir el sabor de su sangre.
El rubio se levantó, tenía la cara llena de raspones y golpes; y su ropa alguna vez fue blanca ahora era café debido al lodo, pero lo miró a los ojos. Estaba llorando.
—¡Niji! ¡Ichiji! ¡Yonji! !Ya déjenlo! —Pidió con voz temblorosa. Nadie lo escuchó. Ni siquiera se podía mantener en pie.
Zoro miró ese único ojo que no cubría con su cabello dorado, miró su ceja rizada, le pareció absurda. Hizo un último esfuerzo y se sacudió, cuando logró liberar sus brazos del agarre de Ichiji y posó sus pies en el suelo echó a correr hacia el rubio y le agarró de la mano. Ambos corrieron con todas sus fuerzas.
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—¿Qué es este lugar? —Preguntó curioso Sanji mientras miraba el techo en mal estado de la cabaña a la que llegaron.
—Mi refugio —Susurró Zoro al momento que levantaba un cubo de madera. Desapareció tras una puerta que miraba a un riachuelo. Cuando regresó el cubo estaba lleno de agua fría.
—Es muy linda —Dijo Sanji mientras se sentaba sobre sus rodillas. Zoro se arrodilló frente a él, le sostuvo un brazo y con un pañuelo que recién había mojado comenzó a limpiarle las heridas.
—No tienes por qué mentir, la vida en el castillo del reino Germa debe ser mejor que está pocilga —Respondió Zoro mientras seguía limpiándole las heridas.
—Quisiera que así fuera —Zoro levantó la mirada y pudo ver una curvatura en los labios de Sanji, una débil sonrisa en su golpeado rostro.
Suspiró— ¿Por qué te golpean tus propios hermanos?
—No les agrado. Papá dice que soy una deshonra para la familia. A ellos les gusta golpear todo lo que se mueva y competir entre ellos, mientras a mí me gusta leer para aprender a cocinar. Gracias por ayudarme.
—Tienes que ser más fuerte. No puedes vivir así —Zoro comenzó a limpiar el rostro de Sanji. Sus pequeñas manos encajaban perfectamente en las mejillas del rubio. Nuevamente lo vio sonreír. Se puso nervioso.
Para cuando Zoro terminó de limpiar sus propias heridas y dar un par de vueltas más al riachuelo, comenzaba a ponerse el sol. Un par de estrellas se veían desde el techo roto de la choza, Sanji las miraba casi hipnotizado.
—Mi mamá está ahí —Soltó rompiendo el silencio. Su labio empezó a temblar. — Ella...era la única a la que no le enojaba que fuese diferente a mis hermanos.
Zoro suspiró cansado. Las cursilerías no eran su fuerte, pero no pudo evitar sentir empatía por aquel chiquillo, era como él.
—Mi mejor amiga también está ahí —Dijo. Llamando la atención de Sanji. —Ella y yo encontramos esta choza para entrenar. Nuestra meta era competir por quién se volvería el mejor espadachín del mundo.
—Ella debe estar orgullosa de ti. Yo quiero encontrar el All Blue, sólo he leído sobre él pero sé que existe.
Por la siguiente hora el rubio habló sobre un mar que juntaba todos los mares del mundo, las maravillas de ingredientes que se encontrarían en ese lugar y un par de cosas más. Cómo si nunca hubiese hablado en su vida. Llegado un punto, se durmió, cansado del día y aspirando a sus sueños. Zoro se limitó a oírlo, y posteriormente, a verlo dormir, con paz reflejada en su rostro.
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Ya estaba oscuro cuando Sanji despertó, moviéndose al compás de un caminar. Lo primero que vio fueron las estrellas y después el cabello verde de su nuevo amigo, parecía un alga, se dijo a sí mismo. Estaba en su espalda.
—¿A dónde vamos?
—De regreso al castillo, donde vives.
—No quiero volver ahí, ¿Y si me quedo contigo?
La pregunta lo hizo detenerse, sacudió la cabeza y pensó unos momentos. Luego continuó caminando.
—Por ahora lo mejor será que regreses, algún día si aún quieres, podrías vivir conmigo.
—¿¡En serio?! —Preguntó entusiasmado, con un brillo en los ojos que Zoro sólo pudo ver cuando hablaba de su sueño.
Zoro asintió. Se detuvo y lo bajó, junto a uno de los muros del castillo, cerca de una entrada lateral.
—Pero por ahora tienes que volverte fuerte, tus hermanos no dejarán de fastidiarte si te sigues mostrando débil.
—Está bien. —El rubio corrió en dirección a la puerta. Regresó cuando estaba a medio camino. — Aún no sé tú nombre.
—Me llamo Zoro, Roronoa Zoro.
—Bien, Zoro, con cabeza de marimo. Mañana te veré aquí al medio día. —Dijo con una sonrisa y se fue, siendo guiado por un guardia que lo introdujo al castillo.
Zoro ladeó la cabeza, ese niño tenía algo que lo hizo ser más gentil que de costumbre. Quizá por lo que le transmitía, o por estar igual de solo que él. Pero al sentir esa mano fría lo hizo prometerse que lo ayudaría. Después de todo, Kuina tenía esa temperatura el día que se fue.
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« Pequeñas promesas » [ZoSan]
Fiksi PenggemarEn un universo alterno, la terrible infancia de Sanji recibe un pequeño y verde rayo de esperanza. La historia de ambos en busca de la libertad y el amor. ⟩Historia corta ⟩Basada en una serie de dibujos de la artista @nori ⟩La historia es chico x c...