AU. Atsumu Miya pensó que lo tenía todo: un futuro radiante como jugador de voleibol, un equipo en ascenso con los mejores compañeros, un gemelo que lo apoyaría por siempre. Pero solo tomó una desafortunada tarde para arrebatarle absolutamente todo...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
❝Prométeme esto,
que si me pierdo a mí mismo,
no me vas a llorar ni un solo día❞
Neon Gravestones — Twenty One Pilots
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Era una mañana de miércoles lluvioso cuando el último miembro del equipo de voleibol masculino de Inarizaki fue dado de alta del hospital.
Atsumu apenas era capaz de recordar su nombre y retener unas cuantas palabras durante meros segundos. Una retahíla de extraños nombres, del cual solo reconoció al famoso paracetamol —y entre los otros, estaba la quetiapina, nefersil, clonazepam para el dolor emocional, tramadol en gotas, omeprazol para proteger... algo que no era capaz de escuchar— desfilaban a través de su oído y salían por el otro; no se quedaban en su mente por mucho tiempo.
Escuchaba voces lejanas hablando. Una de ellas era su madre, y la otra era la de un hombre. No estaba muy seguro de quién podría tratarse, pero creía tener el recuerdo de que alguien más, tal vez una mujer de uniforme blanco, le llamaba doctor.
¿Un doctor? ¿Estaba acaso en un hospital?
¿Qué les había ocurrido?
Atsumu buscaba señales a su alrededor que le indicaran qué diablos ocurría. Todo era muy blanco, tétrico y borroso. Olía como al tipo de desinfectante que siempre les hacía picar la nariz y estornudar como locos.
Arrugó el entrecejo, pensando. ¿Les?
¿A él y a quién más?
Intentó moverse, pero sus miembros no respondían. Quiso levantarse, y en el intento sintió que la silla se mecía ligeramente sobre sí misma.
Era una silla de ruedas.
—¡Atsumu! —gruñó su madre mientras se lanzaba hacia él para detenerlo de intentar levantarse—. ¡Ya te dije que te quedes quieto!
¿Lo había hecho? Atsumu no podía recordarlo. De hecho, ya se había olvidado de las palabras raras que su madre y ese hombre estuvieron discutiendo solo segundos atrás.