Mary Lu
Miré por última vez mis brazos, aún estaban ahí las marcas, las marcas que hizo sus dedos al hacer presión en mis brazos para sujetarme después de la última discusión, me enjugue la lágrima que empezaba a caer, ¿En que momento empezó todo esto?, ¿Él por qué se comportaba así conmigo?, Lo quería, pero empezaba a tenerle miedo. Finalmente me cubrí con aquella camisa blanca del uniforme escolar.
—¡Mary Lu! ¡Tony ya llegó! —Escuché la voz de mi madre provenir del piso de abajo. Tony era el taxista que mi madre contrató para que me llevara siempre a la escuela.
—¡Ya voy! —le grité en respuesta.
Rápidamente me puse el saco y bajé al piso de abajo, ahí estaba mi madre al pie de la escalera con su uniforme de secretaria.
—Cariño, disculpame por haberme levantado tan tarde y no hacerte el desayuno a tiempo.
—No te preocupes mamá, yo puedo comer algo en el colegio —respondí mientras bajaba las escaleras.
—Ten un buen día —deseó mi madre depositando un beso en mi frente—. Anoche te puse dinero en tu mochila, espero sea suficiente, aún no me han pagado para darte más.
—No te preocupes por eso mami. —Le sonreí.
—¿Te encuentras bien, hija? —Odié que me preguntara eso, no porque me pareciera molesto, sino porque tendría que mentirle, eso no me gustaba. Siempre he pensado que las madres tienen ese radar de emociones que casi nunca se equivoca.
—Si mamita, estoy bien. Debo irme porque se me hace tarde. Hubiese preferido las clases vespertinas.
—Creo que la propuesta de la jornada única es muy buena.
—No la has vivido mami, así que no tienes derecho a comentar.
Mi madre solo se rió de mi comentario y corrí hacia el taxi de Tony, me saludó muy cordial y me embarqué en el auto amarillo. Al llegar a la escuela me despedí de señor que siempre me llevaba y me adentre al edificio. El pasillo me abrumaba, no me gusta estar con mucha gente alrededor, pero yo sabía ocultarlo perfectamente, me aliviaba que nadie lo notara. Hubo algo que me hizo retroceder dos pasos hacía atrás, queriendo correr y salir de ese lugar en segundos. Ahí estaba aún la foto de esa chica con el mismo cabello rubio que el mío, la rubia del trágico final; desaparecida, secuestrada y finalmente muerta; en una carretera donde solo se encontraron sus huesos y pertenencias en una maleta. Valeria, mi hermana; la alumna más popular de la escuela, la más bonita, con el mejor promedio y con un futuro prometedor. Muy diferente a mí. Había otra chica que terminó de la misma manera, pero no recuerdo su nombre, de hecho, casi nadie en la escuela lo recordaba. La chica que desapareció antes que Valeria era solitaria y no hablaba mucho; creo que por ese motivo la escuela no hizo nada para honrar la memoria de esa alumna, nisiquiera mencionar su nombre; o talvez se mencionó algunas veces, pero nadie lo recuerda. Mis ojos amenazaban con cristalizarse, esa sonrisa de la foto hizo un agujero en mi cabeza, penetrando todos mis recuerdos; cómo una ráfaga de luz pasaron rápidamente pequeñas estrofas del poema de nuestra vida. Sacudí mi cabeza para borrar todo eso de mi cabeza, cómo tiza al borrador en el pizarrón, seguí caminando, mientras veía a varios chicos pasar por mi lado observándome con lastima. No quería llorar, le había dado suficiente luto a mi hermana y demostraría que podía estar orgullosa de mí, podría ser mejor o igual que ella. Finalizando el pasillo ahí estaban mi pequeño grupo de amigos: el tierno de Christopher, el chico más lindo de la clase al cual apodo como "osito de felpa", aunque eso le moleste; también estaba la insoportable de Nicol, aunque una buena amiga, es bueno tener de amiga alguien que siempre te explique las matemáticas; Anaís estaba al lado de Chris, llevaba más de un año con esa nueva figura esbelta y no lograba acostumbrarme a ella, siempre me había gustado más verla rellenita y pellizcarle los gorditos.
—Buenos días... ¿Cómo amanecieron?
—Buenos días —cantaron en coro Christopher y Nicol.
—Muy bien ¿Y tú risitos de oro? —me respondió Anaís.
—Bien también.
—Oye... ¿Si crees que fue buena idea venir a la escuela?, ¿Ya te encuentras bien? —preguntó Anaís.
—Sí, lo estoy. —sonreí—. Por cierto feliz cumpleaños Anaís. Te traje algo. —Saqué una caja de regalo cubierta detalladamente. Ella lo abrió y me sonrió.
—Gracias, aunque no debiste molestarte.
—No fue nada, sé que te gusta mucho la torta de chocolate... Yo misma la hice, aunque no la comas ahora, no es buena idea comer algo así en la mañana.
—Oye, no andas fingiendo estar bien otra vez, ¿Cierto? —intervino Nicol, acercándose demasiado a mí.
—La vida sigue a pesar de todo ¿No es así?
No respondieron. Luego de un pequeño silencio comenzaron las conversaciones triviales hasta que comenzaron las clases. El profesor tomó solo media hora para la clase de castellano, luego, se dedicó a dar consejos. Su voz comenzó a parecerme más nítida al expulsar una frase de sus labios «Si el chico con quién ustedes están les pide la "pruebita del amor" no se la den si no se sienten listas, ustedes no están obligadas». Hace unos días estaba en una cama ajena a la mía, unas manos agarraban fuertemente mis brazos mientras yo decía «No estoy lista» «Aún no lo quiero», no fuí escuchada; aunque no opuse resistencia mi cuerpo se sentía ultrajado. Recordé que ese día no paraba de mirar el techo, no miré sus ojos, ni sus labios, ni su musculatura. Mi cuerpo sentía, pero a mi alma le era ajeno. No estaba segura si fué violación, pero no se lo contaría a nadie. Lloré un poco al recordarlo y me levanté en medio de la clase y salí sin pedir permiso, ignorando los murmullos que se escuchaban por todo el salón. Corrí al baño, luego de un rato sentí una mano en mi hombro, me voltee y ví a Christopher.
—¿Qué haces aquí?, Es el baño de chicas.
—Tranquila, no te voy a comer. —Su sonrisa me pareció tan tierna, morí de ternura en ese momento, pero las lágrimas no dejaban ver eso—. Recuerda que mi plato favorito es otro —bromeó. Yo reí un poco.
—Tienes una risa muy linda risitos de oro. —Me limpió el rostro de la humedad de las lágrimas con su pulgar. El tacto fué agradable, sus manos eran muy suaves—. Yo estoy para ti, no quisiera que te sientas sola en ningún momento... ¿Quieres salir al patio? Te haré sentir mejor.
—¿Le pediste permiso al profesor?
—No pondrá ningún problema, no te preocupes. —Me abrazó por un largo tiempo, fué un abrazo muy reconfortante. Luego se separó y me tomó de la mano—. Vamos por esos sandwiches de pollo que tanto te gustan, yo invito. Y de paso te desahogas conmigo.
Al comer los sandwiches de pollo empezó a hacer preguntas, finalmente no tuve el valor de dar la verdadera razón para estar así. Por un lado, aún no superaba que mi hermana se hubiera ido, eso no era secreto. Pero mi inseguridad respecto a mi primera vez, justo cuando estaba aún en el luto de mi hermana, y agregando el hecho de que no fué para nada romántico, ese sería mi secreto que no pretendía revelar.
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El Salón De Los Subordinados
Teen FictionPuedes vivir un mundo lleno de mentiras y secretos sin darte cuenta. Estudiantes que creen vivir una vida cotidiana normal no se percatan que viven una vida loca fuera de la monotonía. Las mentiras unen al grupo y al mismo tiempo los separa. ¡Bien...