<•> Capítulo tres <•>

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Me senté a esperar a Sylvio. Pasaron al menos unos quince minutos hasta que llegó. No quería que se diera cuenta de lo que pasaba. Afortunadamente, esconder mis emociones era mi especialidad. Debían darme un título por ello.

—Hola —saludé una vez me metí al auto, sin querer tiré la puerta y me disculpé de inmediato—. Ay, lo siento... ¿Me llevas a casa? Tengo un poco de hambre.

En esta parte tenía toda la razón del mundo. Mi estómago comenzó a doler un poco.

—Por supuesto, jovencito. Pero, ¿no quieres comer algo afuera? Podemos pasar a algún lu...

—¡No! —el viejo me miró curioso. Aparté la mirada, y me puse el cinturón de seguridad—. Está bien. Tengo ganas de un sándwich casero, uno de huevo.

—Oh, eso suena genial —respondió cerrando los ojos.

—¿Mi hermana ya está en casa?

—Sí, hoy salió un poco antes. Tuvo que esperarme unos minutos.

—Qué afortunada.

Sylvio echó a andar el auto. Por fortuna. Quería llegar lo más antes posible a casa, y lamentarme por ser tan jodidamente patético.

Era obvio que no iba a salir conmigo, así como así. Seguramente pensó que era extraño que un hombre lo invitara a comer después de clases. Ni siquiera entendía por qué me pasó por la mente que iba a tener por fin, una tarde linda, y que, a la hora de recordarla, lo disfrutara como si fuera el último día.

—¿Se canceló tu salida, dices? —Sylvio captó mi atención y mi mirada.

—Oh, sí. Los chicos, eran del equipo de fútbol, y se quedarían más tiempo a entrenar.

—¡Eeh! ¿Desde cuándo tienes tantos amigos? ¡No me habías dicho nada! —sus palabras me dolieron como si fueran un puñetazo en la cara. Nadie querría ser mi amigo.

—Oh, fue algo que surgió de imprevisto —respondí, sonriéndole melancólico. Mis brazos estrujaron mi mochila. Realmente no quería pensar en nada de eso—. No es nada especial, olvídalo viejo...

—Si tú lo dices —él solamente encogió sus hombros.

Y le agradecí internamente, que no volviera a hacer otro comentario.

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Justo cuando sonó la alarma, abrí los ojos de par en par. Me había quedado dormido apenas en la madrugada, y sentí que no descansé lo adecuado. A mi lado dormía mi hermana, tomada de mi brazo como si evitara que me fuera a algún lado. Pobrecita... Me había tocado la puerta ya muy tarde, porque no podía dormir. Mis papás se la pasaron discutiendo toda la maldita noche, sin que les importara que debíamos levantarnos temprano para la escuela.

Cómo detestaba vivir con ese tipo...

—Ey, levántate... —sacudí a mí hermana para que lograra dejar mi brazo libre—. Dietlinde, ¡despiertaaaa! —le di unos golpecitos con el dedo en la frente y por fin abrió los ojos.

—Quiero comer —rodé los ojos ante su comentario.

—Sólo eso sabes decir al despertar —y vaya que así era. Cada vez que llegaba a la cocina después de despertar, decía eso.

—Ve a bañarte, primero. Tenemos una hora hasta que venga Sylvio por nosotros.

Dietlinde de levantó y se fue hacia su habitación. Yo me senté a la orilla de la cama y me sacudí el cabello.

Invitación Para BesarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora