1. Reclutas

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—Todo despejado, hora de irse de aquí

En medio de la oscuridad de una noche sin luna, dos sombras se deslizaron sigilosas a través de las paredes del cuartel sur.

Cerca de ellos se hallaba la salida. Reptando, se dirigieron hacia ella, hacia la libertad de las calles en donde empezarían su nueva vida. Al menos en parte.

Una de las sombras se adelantó a la puerta de salida y trato de abrir la puerta, pero esta tenía seguro.

—¡Agh! Está cerrada —Murmuró éste al tiempo que forcejeaba con la salida. Su compañero se acercó

—Deja ver

El primero se apartó mientras que el otro observaba cuidadosamente el seguro que mantenía cerrado su paso a la libertad. Tras unos minutos de tenso silencio y espera, este volvió a hablar.

—Creo que podríamos forzarla... si ambos tuviéramos más fuerza y quizá una herramienta. Salir por aquí es imposible.

—¿Estás seguro?

—Bueno... solo podríamos sí alguien más la abriera por nosotros, cosa que no hará nadie, o si robamos las llaves a alguno de los soldados que nos vigilan...

A pesar de la oscuridad reinante, el chico pudo ver en los ojos ambarinos de su amigo aquel brillo de picardía encenderse en ellos de la misma manera que cuando se le ocurría alguna idea. Una muy mala idea. Ya sabía que vendría a continuación, pero también que no tenía sentido replicar, así que se limitó a seguirlo de vuelta por los pasillos de vuelta al dormitorio principal.

El lugar estaba conformado por al menos diez literas en donde varios chicos dormían plácidamente. Llevaban ya tres semanas ahí, todos provenían de distintas familias e incluso algunos eran huérfanos. Pero eso no les importaba a quienes los habían recogido. A todos por igual se les había dado comida, agua, ropa idéntica, cama y abrigo. En medio de aquella ciudad, aquel lugar podría parecer una especie de paraíso, hasta que apenas unas noches atrás descubrieron la realidad que aquellas gentes ocultaban.

—Ey, ¿Kuina? —había dicho

—¿Qué?

—¿Estás despierto? —ambos dormían en la misma litera. Pese a no poder verse el uno al otro, estaba seguro de que su amigo había entornado los ojos por semejante pregunta.

—No, estoy dormido, porque obviamente hablo dormido

Por unos momentos los dos se quedaron callados. Kuina retomo el habla.

—¿Qué quieres Kawasemi?

—¿Por qué estamos aquí?

—¿A qué te refieres?

El silencio volvió por un momento

—Todos tenemos la misma edad más o menos. La mayoría somos de distintos sitios de la ciudad. Muchos tenían familia que podía cuidarlos perfectamente, pero ellos también están aquí, ¿Para qué nos quieren estas personas?

Otra dosis de silencio llenó el aire, ahora cargado de duda. Kawasemi tenía razón.

—No lo sé —respondió finalmente el chico de los ojos ámbar. —pregúntale a quien esté leyendo esto. O a quien lo escribió.

—¿Qué? ¿Cómo que...?

—Olvidalo. Solo digo que esto que planteas parece una historia salida de la cabeza de alguien. Pero lo que dices tiene sentido. No puede ser para algo bueno. Buenas noches. —agregó antes de que se apagaran las luces.

A la mañana siguiente las frenéticas sarandeadas de Kuina despertaron a Kawasemi, quien repetía su nombre una y otra vez entre susurros. Aquella noche Kuina se había colado en la oficina principal en busca de respuestas a la pregunta de su amigo la cual, por un mal presentimiento, había logrado quitarle el sueño. Sin encontrar nada, estaba por irse cuando un par de soldados entraron a la habitación. Él se escondió debajo del escritorio.

—Menudo día —dijo uno de ellos. —Estoy harto de todo esto. Era justo un descanso.

—No deberías relajarte Uragi, tenemos nuevas órdenes que ejecutar —replicó el otro

—¿Qué? ¿Ahora de qué se trata?

—Es respecto a los mocosos que han estado trayendo, debemos llevarlos al cuartel central en cinco días. Pronto serán la nueva generación de reclutas, aunque claro, antes se desharán de aquellos que resulten incompetentes. Y eso incluye a los débiles, discapacitados a aquellos que sean demasiado tímidos... Tú sabes cómo son nuestros superiores, necesitan gente con carácter pero que ejecute las órdenes ciegamente. Pero en fin, ese no es nuestro asunto.

—¿Tienes la orden escrita?

—Si, la dejaré sobre el escritorio.

Después de eso se marcharon. Kuina salió de su escondite con el corazón acelerado, tomó los papeles y regresó sigiloso al dormitorio.

Ahora se encontraba ahí, agitando la valiosa información frente a su amigo de cabellos anaranjados.

—Tenemos que irnos de aquí pronto, tu vida podría estar en peligro Kawasemi... —había dicho Kuina aquella vez. Y ahora tendrían que esperar una noche más para poder lograr su tan planeado escape. Pero quizá no tuvieran ese tiempo...

JailbreakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora