Jailbreak

7. No tan rápido

—Oye, ¿está todo bien ahí?

Ellos también se habían detenido y el de cabellos negros se había plantado frente a él.

—Hato... —comenzó a decir antes de que lo interrumpiera

—No Kuina... ¡Nada está bien! Tengo que regresar...

Comenzó a darse la vuelta, pero Kuina lo sujetó del brazo como antes.

—¡Hato! ¿Qué crees que haces?

—¡Suéltame Kuina! ¡Suéltame!

—¡¿Te has vuelto loco?! ¡Acabamos de salir de allí! Lo que tenemos que hacer es irnos de aquí, ¿acaso no entiendes?

Aquello se había vuelto una pelea entre los dos niños, que comenzaron a forcejear entre sí, Hato tratando de soltarse y Kuina reteniéndole consigo. Kawasemi los observaba sin siquiera tratar de disimular el miedo que comenzaba a aflorar en su interior. Finalmente, Hato miró a los ojos a Kuina y lo sacudió con las lágrimas aflorando de sus ojos.

—¡Ustedes son los que no entienden! Debo regresar Kuina, ¡debo regresar por mi hermano! Él... él es todo lo que me queda, ¡No voy a perderlo también! —finalmente se liberó de Kuina y ambos se quedaron de pie, callados uno frente al otro.

—Hato... por favor...

—Lo siento chicos... —dijo el joven albino antes de dar la media vuelta y deshacer el camino por el que habían ido.

Había comenzado a atardecer.

Por entre los edificios, la dorada luz del sol bañaba las calles vacías, áridas, sin vida.

Kawasemi reprimió a duras penas el impulso de salir tras él, con la creciente sensación de haber olvidado cómo hablar. Kuina tenía la vista clavada en el suelo. Sin saber exactamente qué hacer, Kawasemi se acercó a él y puso su mano sobre el hombro de su amigo. Este se limitó a apretar los puños, con frustración: tanta lucha... para nada.

No.

Ellos habían salido de ahí, vivos, a salvo, juntos. Y si Hato no podía seguir, tendrían que hacerlo ellos solos. Aún así...

—Kuina — comenzó a decir, tratando de elegir las palabras adecuadas— ,fue su decisión, no hay nada que podamos hacer

Así pues, reemprendieron la marcha en dirección opuesta a donde había desaparecido Hato apenas un par de momentos atrás. Hato, su amigo.

Recorriendo los callejones, pronto desembocaron a una zona más concurrida si es que podía llamársele así. Aunque la gente que había no era demasiada, al menos era la suficiente para poder llamarla un pequeño gentío. Un auto pasó a su lado. En aquella parte de la ciudad no eran tan comunes de ver, pero le hicieron a Kuina recordar una vez más aquellos días viviendo en las calles, durmiendo junto a basureros y comiendo lo que encontraba. Por un segundo se preguntó si había sido lo correcto escapar del cuartel, aquel lugar que, pese a lo gélido que podía ser, les había brindado algo de comida, ropa y una cama donde dormir.

«No... si nos marchamos de ahí fue por la falsedad de aquella fantasía y para proteger a mi mejor amigo...» se reprimió a sí mismo.

Aunque absolutamente nada había resultado como lo habían planeado, al final habían conseguido salir de allí pese a las complicaciones y obstáculos del camino. Sin embargo, la cabeza del chico de cabellos oscuros comenzó a llenarse de preguntas que, por más obvias y sencillas que fueran no se había permitido hacerse en su desesperación por salir del cuartel, algunas referentes a los hermanos, la mayoría enfocada al soldado que los había liberado. Aun podía notar aquella mirada encendida posada sobre si, la malicia en sus ojos, el placer que le causaba aquella situación. Instintivamente sujetó con fuerza la muñeca de su amigo y apretó ligeramente el paso. Kawasemi no dijo nada al respecto.

La paranoia comenzó a apoderarse de los pensamientos de Kuina, la sensación de ser observados desde todos sitios, vigilados cuidadosamente. Era más que obvio que no los habían dejado escapar por que se hubieran dado la libertad de perder a dos niños, y mucho menos por que fueran buenas personas

Y fue por eso que no se sorprendió al ver a aquel soldado a lo lejos, apenas unas calles detrás de ellos, ni tampoco cuando las balas comenzaron a volar en todas direcciones..