6. Hermanos

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«No...»

Uragi apretó los dientes y, con una mirada asesina, miró a los ojos a su superior, quien a su vez lo veía con cierta complacencia reflejada en sus ojos. La tensión en su cuerpo aumentó al sentir a su pequeño hermano aferrarse a su brazo en busca de refugio. Un refugio que ya no podía ofrecerle. 

Echó una ojeada alrededor, tratando de calcular algún escape para aquellos niños, pero en su lugar se encontró completamente rodeado. De reojo también pudo ver al chico de cabellos negros tratar de proteger a su amigo interponiéndose con su cuerpo entre los soldados y este. La escena en la que se encontraban le rompió el corazón. Todo esto era su culpa.

—Uragi, existe una delgada línea entre la valentía y la estupidez —Comenzó a decir Zan, llamando su atención —el retar a tu general para sacar a tu hermano de aquí fue una acción estúpida. Y es algo que no se puede tolerar en un sitio como este —con cada palabra, Zan se acercaba hasta quedar cara a cara con él, sosteniéndole la mirada y esperando a que el otro la bajara, cosa que no hizo. Y eso pareció disgustarle. Así que, con un ademán, dió la orden —Llevense a este idiota de aquí, tenemos un asunto pendiente con estas pequeñas sabandijas. Vamos a divertirnos un poco.

Y así, tomándolo de los costados, comenzaron a llevárselo. De pronto, la voz de Hato, que seguía sujetandole, hizo a Uragi detenerse.

—¡Hermano!

Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos. Sin mirar directamente a Hato a los ojos, acarició cariñosamente el blanco cabello del niño como cuando era apenas un bebé y, con la voz quebrada, le dijo:

—Perdóname hermanito... yo les falle. Aún así corran, huyan de aquí. Te quiero, mi pequeño hermano.

Sintió como su brazo se liberaba del abrazo de su hermano y, sin perder más tiempo, sus viejos compañeros tiraron de él para continuar su camino a donde fuera que lo llevaran. Mientras se alejaba, podía oír a Hato llamándolo una y otra vez, hasta que finalmente, el chirrido de las puertas abriéndose acalló su voz. Y finalmente, con un último vistazo, pudo divisar entre las lágrimas que habían comenzado a correr por sus mejillas a aquellos niños alejarse de aquel lugar.



—¡Alto! ¡Hermano! ¡Sueltenlo por favor!

Un par más de soldados se interpusieron entre Hato y Uragi. No entendía nada, no comprendía qué estaba pasando, ¿por qué se rendía? Después de tanto tiempo separados, por fin estaban juntos, ¿y lo iba a perder así? Ya había tenido que despedirse de sus padres, ¿ahora también de él, su única familia?

«Corre Hato, huyan de aquí»

El terror y la duda se aferraron a su pecho, pero la mano de Kawasemi sobre su hombro lo obligó a calmarse un poco. De pronto, las puertas comenzaron a abrirse con el sonoro chirrido del metal contra el metal.

Zan los observó por un momento en lo que los soldados se apartaban de la salida, dejando el camino despejado. Y con una sola palabra dijo más que suficiente.

—Corran.

Eso hicieron.

Más por un momento, Hato no pudo evitar titubear sobre esa decisión.



Cruzando calles y evitando las zonas transitadas, los tres niños corrieron por la ciudad, probando la poca libertad que había en aquel lugar. Con Kuina a la cabeza, Kawasemi tras de él y Hato a la retaguardia, continuaron sigilosos su camino en busca de alejarse lo más posible del Cuartel Sur. 

Por otro lado, la confusión en su cabeza no dejaba al joven albino pensar con claridad, ¿por qué los habían dejado ir? ¿qué querían en realidad aquellos hombres? ¿qué pasaría con su hermano?

Se divisó apenas unas horas, minutos quizá, antes de que se topara con su amado hermano mayor, un niño que había tomado la decisión de retar a las autoridades sólo para ayudar a un par de chicos desconocidos, ¿y ahora? Se sentía realmente patético. Pero es que... en verdad... no podía perder a Uragi.

—¿H-Hato?

Kawasemi lo observaba con la preocupación pintada en el rostro mientras la expresión de Kuina era más bien una mezcla de extrañeza con confusión. Se dió cuenta de que se había quedado parado en medio de la calle. 

JailbreakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora