3. Aliado

59 10 4
                                    

Hato, Kuina y Kawasemi desfilaron cautelosos por los pasillos en dirección a la oficina donde el segundo había estado el día que había robado la orden. Pronto, y gracias a Hato —quien conocía todas las instalaciones por los dichosos ductos de ventilación— divisaron la puerta de la misma y se escabulleron dentro.

—Bien —dijo Hato —Kuina, cuida la entrada, Kawasemi, consigue las llaves. Yo veré que todo esté despejado fuera. Pronto seremos libres.

La determinación en su voz hacía sentir a cualquiera que en verdad todo estaría bien. Es por eso que todos pusieron manos a la obra.

Aquella oficina era en sí misma un sitio completamente fuera de lugar en aquella ciudad: era elegante, con suelo tapizado con una fina alfombra y una gran estantería al fondo llena de libros, documentos y carpetas. La silla que se encontraba tras el escritorio, seguramente de la madera más fina posible y sobre el cual reposaba un pequeño hurón disecado, tenía un recarga brazos que le daba un ligero aspecto de trono.

Kawasemi comenzó a revolver los cajones en busca de la llave, sin encontrar más que papeles y más documentos. Finalmente, la encontró. Abrió la boca para avisar que era hora de irse, cuando notó un movimiento frente a él.

—Ay no —murmuró al ver al hurón que lo observaba con ojos brillantes, para después salir corriendo. «Saben que estamos aquí» Hato irrumpió en la estancia con el rostro pálido.

—Chicos, hay que irse de aquí, ¡rápido!

Sin hacer preguntas, Kuina y Kawasemi siguieron corriendo a su amigo fuera de allí. Cruzaron de nueva cuenta los pasillos por los que habían venido, hasta qué Hato frenó en seco: frente a ellos, un puñado de soldados los esperaba con calma. Él que estaba a la cabeza dió un paso al frente con una sonrisa cruel pintada en el rostro. Sobre su hombro, el hurón los veía con un brillo amenazante en sus pequeños ojos.

—Bien hecho, Rai. —después se dirigió a los niños —Vaya vaya, ¿Qué tenemos aquí? ¿Una fuga? ¿En serio? Por favor, ¿en serio esperaban que no notáramos su ausencia? ¿O cualquiera de sus escapes nocturnos? Vamos, por si no lo han notado, nosotros somos soldados y ustedes son solo niños. —aquel hombre pronunció cada palabra con un alto contenido de sarcasmo, destacando algunas del resto para dejar clara la burla a su intento de escape.

—Hagamos algo —continuó —si ustedes no se resisten, les dejaremos despedirse unos de otros. Pero si lo hacen... no considero necesario terminar la oración. Son lo suficientemente listos para hacerlo ustedes. No me importa que sean niños. Igualmente, saben que iba a pasar, ¿no es así?

Con cada paso que daba aquel sujeto al hablar, el trío retrocedía uno por igual. Kuina se había colocado frente a Hato haciendo el gesto de defenderlos. A él y a Kawasemi. Echando un vistazo al pasillo por que habían venido, miró a sus amigos y tomó una decisión.

—De acuerdo. Tenemos un trato —La sonrisa del hombre se hizo aún mayor, pero se desvaneció de inmediato al oír las siguientes palabras. —elegimos la opción C: Nos largamos de aquí sin perder a nadie, señor.

Nadie se movió por unos instantes. El corazón les latía tan fuerte que parecía que se les saldría en cualquier momento. Kuina no comprendía que estaba esperando para salir corriendo. El hombre volvió a hablar.

—Acepto su decisión, niños. Lamentablemente, la opción que eligieron no está disponible. Atrapen a esos mocosos.

En ese momento, los tres echaron a correr en dirección contraria.

Hato, que era el más rápido de los tres, pronto alcanzó la delantera, corriendo y guiando a los otros dos por el laberinto de pasillos. Uno de los soldados que los perseguían apareció frente a ellos, tratando de bloquearles el paso, pero gracias a su tamaño pudieron escabullirse por debajo de sus piernas al tiempo que este trataba de atrapar a alguno sin éxito.

Doblando esquinas y cruzando pasillos, trataban de evitar a los soldados, hasta que llegaron a un pasillo con una puerta como única salida. Al tratar de abrirla, descubrieron con desesperación que estaba cerrada. Y los pasos se acercaban a gran velocidad.

—¿Ahora qué hacemos?

—No lo sé, pero hay algo que podamos hacer ¿no?

Ambos, Kawasemi y Kuina, se quedaron mirando a Hato, que se había quedado pensativo con la vista clavada en el suelo. Estaba a punto de hablar, cuando la figura de un soldado apareció al otro extremo del pasillo, con una pistola en mano. Los tres se apretujaron entre sí, esperando alguna descarga del arma para avisar de su presencia. Pero no pasó nada. De pronto, Hato alzó la vista y se separó de ellos. La voz del soldado resonó por el corredor.

—Siganme, voy a sacarlos de aquí.

JailbreakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora