Burnt Orange

53 1 3
                                    

Tom se concentraba en su elixir entre dorado y cobrizo con cubos de hielo translúcidos. Ambos líquidos: el whisky y el agua se mezclaban levantando olas en una danza sin música. Dos años frecuentando ese bar, todos los viernes por la noche. Tratando de nacer de sus cenizas. Buscando una marchita inspiración para escribir algo. Una libreta de notas y una pluma en su mano lo acompañaban, ambas de dos años de edad. Ni una sola nota en la inmaculada libreta, pero la falta de desgaste del papel se manifestaba en su rostro; ajado y amarillento por el fracaso y el alcohol.

Un escrito, un poema, algo tan solo que lo llevase de vuelta a la fama. Un gran escritor en el pasado a quien un bloquéo destruyó.

Un cambio en estos dos años: en una mesa a pocos metros del bar una muchacha sentada. Su acompañante nada más que un Burnt Orange.

¿Sola? - Quizas

Algo misterioso emanaba de ella, algo que la asemejaba al Burnt: un aura fría la rodeaba como el vaso de martini previamente enfriado, pero por dentro el alegre color naranja: sugerente y dulce. Un porte elegante, traviesa sonrisa y un rostro juguetón finalizaban ese cocktail. Estaba allí por la música, sin un acompañante ¿por no encontrar uno? definitivamente no, una mujer como ella no escasearía pretendientes. Probablemente sola para disfrutar enteramente de la música, para ser parte de ella y no ser interrumpida por vacías e innecesarias conversaciones con ocultas pretenciones.

El grupo de Jazz que para él pasaba desapercibido la atrapada y deleitaba como antes las sonatas a buenos contemporáneos. Música en su purísima expresión invadiendo su alma, ella estaba hipnotisada, y en el proceso lo hipnotisaba a él. Sin permiso sus manos tomaron una pluma y el libreto. Vertiginosamente comenzó a garabatear palabras que ni él mismo asimilaba. La dibujaba a ella, la dibujaba en un poema... Su primer poema en dos años. Una extraña fortuíta lo liberaba de un hechizo sin siquiera usar palabra.

El Jazz sonaba en la lejanía, las conversaciones ajenas desaparecieron, en ese momento mi pluma sobre el papel era el sonido más fuerte y hermoso.

Una vez acabado de nuevo sin saberlo y sin permiso se acercó a ella con papel en mano. No era dueño de si mismo, la melodía terminó, ella lo miró sin derruir su sonrisa.
El tiempo se distorsionó, el último recuerdo su regreso a casa: libreta y pluma en mano, ambos estrenados más ninguna huella. Faltaba una página. ¿Es bueno ser espontáneo a veces?

Chica CocktailDonde viven las historias. Descúbrelo ahora