Familia nueva, Vida nueva.

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   Pasados unos años fui adoptado por la familia Comasqui de la alta sociedad. Me llevaba muy bien con todos excepto con su único hijo Derek, quien me maltrataba, humillaba y golpeaba frente a sus amigos para tener “fama”. Él me robó mi colgante y me dijo que lo había vendido, aunque para mí lo había escondido.

   Una mañana antes de ir a la escuela, vi a una mujer en la sala de estar, era bella, rubia y de ojos color mar, y caminé hacia ella con la intención de saludarla pensando que era una amiga de la señora Comasqui. Ella desapareció y en ese entonces creí que se debió al gran cansancio que tenía por haberme quedado toda la noche estudiando.

   Esa noche pensando en lo que me sucedió, me resultó muy conocida, por lo que busqué en fotos de la familia pero no encontré nada, sólo algunos de parientes, varios ya fallecidos.

   Al otro día, le conté al señor Comasqui, pero no me creyó; fui con la señora Comasqui y le describí la mujer. Ella no sabía quién era.

   Pasaron años y no encontré nada, entonces me di por vencido y dejé de investigar. Una tarde todos se fueron a trabajar y Derek a la casa de su novia. Quedé sólo porque no me tocaba trabajar, y me recosté un rato. Estaba entre dormido cuando escuché que me llamaban. Llamé a Derek pensando que era él, pero nadie me respondió. Bajé a ver. Revise el comedor, el living, la cocina, la sala de juegos, las habitaciones, el gimnasio y los dos baños, y no hallé a nadie. Seguía escuchando mi nombre hasta que me di cuenta de que provenía del sótano. El coraje brotó de mis venas y bajé. Traté de encender la luz, pero la bombilla estaba quemada. Me encontraba en la mitad de la escalera y recordé que junto a una pequeña ventanilla teníamos una lámpara a querosén; por esto fue rápidamente allí, la tomé y necesitaba fósforos, pero a estos los habían dejado al otro lado del largo y oscuro sótano.

   Cuando estaba llegando escuché que la ventana se rompió por culpa de un fuerte viento, entonces agarré los fósforos y encendí la lámpara.

   De repente percibí una imagen de mujer a diez centímetros de mi rostro; corrí del miedo en dirección a la escalera. Una caja grande se movió hacia mi paso y caí. Me di la cabeza contra la punta de un mueble y perdí la conciencia.

   Recuerdo que al otro día amanecí en mi cama con un terrible dolor de cabeza. Fui al baño a lavarme la cara, y al verme al espejo noté que llevaba puesto un desgastado colgante.

   Me senté a un lado de la cama y observándolo se abrió. Dentro contenía una vieja y enmohecida foto, y una frase que decía: “SIGUE LA LUZ, ELLA TE GUIARÁ HACIA LO QUE TE HARÁ BIEN…”

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