Elisa

Relato corto de una flor

La brisa rozaba suavemente los cristales de la ventana, de vez en cuando lo golpeaba salvaje y quizá con desesperación; el día era caluroso como el infierno, el bochorno había arruinado mi actitud bohemia, entonces quedaba esa sombra apuntando directamente hacia la danza de la hojarasca, tan infame la maldita coincidencia.

Pagué la cuenta por el café y el pequeño bizcocho a la señorita, apenas salí de la cafetería y las ganas de pisar las hojas secas de ese árbol me consumían, el suave crujir bajo mis pies siempre fue uno de mis delirios, claro que tenía otros más marcados, algunos más atroces que otros. Entonces caminando con un sólo rumbo, soportando el radiante sol sobre la nuca caminé con la intención de llegar a una sombra que me llamaba, al frente de aquella hojarasca amontonada miré un lugar impresionante, no era nada fuera de lo común solo una florería, sin embargo juraría que eran las flores más bellas que había visto, de unos colores impresionantes, la calidez de aquel lugar me envolvió a tal grado que el bochorno desapareció en un instante. Así que no tuve más remedio que acercarme al acecho del deleite de mis sentidos.

-Buen día, dígame ¿Es usted el dueño del lugar?- mientras hablaba el hombre frente a mí sonrió, eso me hizo pensar que no era la única curiosa a la que había conocido.

-Así es señorita he tenido esta tienda por casi la mitad de mi vida- el amable señor me dijo mientras me invitaba a observar todo lo que quisiera.

-Juraría que percibí el aroma desde el otro lado de la calle, todas son hermosas- la fragancia que cada una despedía era deliciosa, y sus colores eran tan intensos, estaba fascinada, hipnotizada por los pétalos, y las texturas.

En ese lugar mi mente reproducía una tonada suave que me relajaba y provocaba un singular hormigueo bajo mi espalda.

-Las flores sienten, por eso si se les cuida de la manera correcta desarrollan una belleza única- con cuidado palpaba cada pétalo que se le atravesaba con un sentimiento indescifrable para mí.

-¿Usted se hace cargo de todas ellas?- Los narcisos me llamaron desesperados, con sus pétalos amarillos penetrantes y su tallo verde imponente atrapando mi olfato por completo; cuando me acerque hasta ellos el solo mirarlos bastó,mi vista desde ese día no fue la misma, mis ojos volvieron más grises las cosas, como si agonizaran mientras suplican una vista tan gloriosa como esa.

-No lo hago solo, mi hijo y el encargado hacen la mayoría del trabajo. Estos de aquí mi hijo los cuida, son...

-Narcisos- tomé uno y lo lleve hasta mi nariz, el perfume de esa flor marcó mi destino, quiero pensar eso, que las palabras del vendedor fueron reales y no solo mi incapacidad por rendirme -¿Cuanto le debo?

Entonces por un segundo me ví, de pie con un narciso en mi mano izquierda y un billete en la derecha, y entendí por completo la mueca que el hombre me había dado.

-¿Sabes? Yo soy viejo y sigo creyendo en cosas de viejos, es por eso que ahora mismo pienso que esa flor te pertenece, te esperaba, incluso sintió cuando cruzabas esa carretera, me lo dijeron sus pétalos, así que llevatela por favor, ya es tuya de cualquier manera.

Cuando me fui de ahí mi actitud aventurera resurgió, con un sentimiento ameno junto a ella. El bello narciso acompañó mis delirios esa tarde, solo cuando sentí que me hundiría lo puse a salvo bajo los montones de ropa sucia y mis tenis de la suerte.

Ese día pude hacer cualquier cosa pero decidí perder mi día en un lugar desconocido, con la pinta de ser lo más aburrido de toda mi existencia, tomar un café intentando ignorar las llamadas insistentes del móvil, cancele los compromisos que había planeado un mes atrás, ese día incluso ignore el sentimiento arrinconandose en las puntas de mis dedos, la sensación que provocaba que tuviera esos desvaríos innecesarios que me hacían ver lo jodida que quería estar con la presión de estar bien. Una cosa llevó a la otra y yo llegue a una floreria imposible de ignorar.