Prólogo

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—¡Estás tan podrida por dentro!—grité, el enojo y la rabia notable en mi tono de voz.

Esa típica sonrisa cínica se formó en su rostro, se estaba burlando de mi, no le afectan ninguna de las palabras que he dicho.

—¿Crees que has sido la única que lo ha dicho?—sus carcajadas se escuchaban en toda la habitación en la cual nos encontrábamos. Movió su dedo índice varias veces a los lados mientras se reía de mi y de mis palabras.

Él entró a la habitación tomandola a ella desprevenida, puso sus manos en los hombros de ella girandola hacía él, agachó su cabeza hasta la altura de ella y posó sus labios sobre los de ella. De un momento a otro el beso se tornó asqueroso, se comían entre sí, era como si el tiempo de ellos estuviera a punto de acabarse, el molesto sonido de sus labios chocando entre sí hizo que deseara ser sorda y ciega.

Traté de pensar que estoy en otro lado, pero no lo logré, el molesto sonido seguía ahí.

Cerré mis ojos por varios segundos.

—Parece que no te gusta que nos demostremos amor, ¿eh?— interrogó ella, soltando una fuerte carcajada.

Abrí los ojos, encontrandolo a él parado a pocos metros de distancia de mi. Su sonrisa plasmada en su rostro, ese inocente rostro que porta. Tan inocente que me cautivó.

—No le hables, cariño, recuerda que ella está loca— interrumpió ella, mientras que con sus manos dibujaba círculos imaginarios a los lados de su oreja.

El enojo era notable en mi rostro, seguro que si, de la forma divertida que me miraban.

Solo eres el bufón de ellos dos.

—Creo que va siendo hora de devolverla a su hogar, el manicomio— un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, no quiero volver ahí. Negué con la cabeza repetidas veces, mientras susurraba "no".

—¿Extrañas a tus amigos?—cuestionó él.

—¡Estás loca!— grité, tan fuerte como pude, su sonrisa desapareció dando paso a un rostro enojado.

—Repite lo que acabas de decir— sugirió, mientras se acercaba a paso lento a mi, él se alejo para darle espacio a ella.

En sus ojos no había rastro de culpabilidad, solo había furia, esos ojos grisáceos, tan parecidos a los míos.

—Eres la única loca— escupí, mientras sentía como ella tomada un puñado de mi cabello fuertemente. Me zarandeó varias veces antes de soltarme dándome un fuerte empujón, que me hizo caer al suelo. Con todas mis fuerzas me levanté, estaba mareada y desorientada, pero tenía que ser fuerte.

Abofeteó el lado izquierdo de mi cara con fuerza, la magnitud de dicho golpe hizo que girara mi rostro al lado contrario, un fuerte dolor me invadió esa parte de la cara, sentía un fuerte ardor y picazón a la vez. Podía sentir como su mano volvía y golpeaba el mismo lugar un par de veces más.

Él la alejó de mi, mirandome con asco y reproche.

Mis ojos se aguaron, traté de no derramar ni una sola lágrima, tenía que demostrar que era fuerte y no estaba loca. Tenía que ser fuerte, pero no pude, de todos los intentos que hice por retener las lágrimas fallé.

Rodaron por mis mejillas, una, tras la otra, hasta mojar mi rostro por completo.

—¡Tú eres la loca!, ¡inútil!, ¡demente!—gritó, mientras pataleaba. Quería volver a pegarme.

—Basta— susurró el nombre de ella— Pronto la devolveremos a su hogar.

Supe que se refería al manicomio, no quiero volver ahí, no quiero volver a vivir esa tortura, no de nuevo.

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