Después de la llamada, InuYasha recorrió cada lugar que se le ocurría en su desesperada búsqueda de Kagome. La noche era densa, y la oscuridad solo aumentaba su frustración. Cada vez más cerca de la locura, no podía entender cómo ella había desaparecido sin dejar rastro. Finalmente, decidió llamar a Miroku. Este respondió tras varios intentos y, con voz cansada, le explicó la verdad: tanto él como su padre habían estado ayudando a la familia Higurashi a buscar a Kagome. No querían decírselo a InuYasha, sabiendo lo mal que reaccionaría, incluso después de su ruptura.
InuYasha nunca había revelado a nadie el verdadero motivo por el cual terminó con Kagome, guardando ese dolor solo para él.
Aparcó su auto bajo la tenue luz de un faro, y en la calma de la noche cerró los ojos, tratando de pensar con claridad. Sabía que Kagome no se iría sin una razón, pero había tantas preguntas que lo atormentaban. Después de unos minutos, abrió los ojos, aferrándose a una chispa de esperanza. Sabía dónde podría estar. Sin perder más tiempo, llamó a Sota y a Miroku, pidiéndoles que lo encontraran en ese lugar que podría darle respuestas sobre Kagome.
La noche era fría y silenciosa cuando llegó. Lo primero que vio fue una camioneta con la puerta del conductor abierta, iluminada apenas por la luz de la luna. Inmediatamente reconoció el vehículo: era la camioneta de Kagome. El corazón le dio un vuelco. Bajó rápidamente de su auto y se dirigió hacia el vehículo. Justo detrás de él, Sota y Miroku llegaron apresurados, escuchándose sus pasos en la tranquilidad de la noche.
—N-No entiendo, ¿qué hace aquí la camioneta de Kagome? —preguntó Sota con el ceño fruncido, mientras observaba que el vehículo estaba intacto, pero su hermana no aparecía por ningún lado.
—Bueno, al menos descartamos que haya sido un accidente automovilístico —murmuró Miroku, revisando el vehículo bajo la tenue luz nocturna.
InuYasha no dijo nada, estaba concentrado inspeccionando cada detalle de la camioneta, buscando alguna pista.
—Lo que no tiene sentido es por qué los guardias no reportaron este auto abandonado... —comentó Sota, sin poder sacudirse la sensación de que algo estaba mal.
—Este lugar no es muy conocido —respondió InuYasha con tono serio, su mirada fija en el horizonte oscuro.
—Vamos a revisar los alrededores —propuso Miroku, comenzando a caminar junto a Sota en dirección opuesta.
InuYasha decidió explorar en la dirección contraria. Mientras avanzaba, la oscuridad de la noche parecía cerrarse a su alrededor, pero un pequeño destello de luz le llamó la atención. Cerró los ojos por un momento, cegado por el brillo inesperado, pero al abrirlos nuevamente, se dirigió hacia la fuente de la luz. Cuando estuvo más cerca, su corazón se hundió. Lo que brillaba bajo la luz de la luna era un collar. El collar. El que le había regalado a Kagome.
Con las manos temblorosas, tomó el collar, sintiendo una desesperación abrumadora mientras la noche parecía volverse más fría y silenciosa.
—¡CHICOS! —gritó con fuerza, rompiendo la quietud de la noche. Miroku y Sota no tardaron en correr hacia él. Al llegar, lo vieron arrodillado, sosteniendo el collar en su mano derecha, con la mirada fija en el objeto.
—Ese no es... —murmuró Sota, reconociendo de inmediato el collar que su ex-cuñado le había dado a su hermana.
—Es el collar de Kagome —susurró InuYasha, su voz apenas un murmullo en la noche mientras mantenía la vista fija en el collar, su tristeza palpable.
———
Kagome abrió los ojos con dificultad, cegada por una luz directa. Parpadeó varias veces, intentando enfocar su vista. Lo primero que vio fue una lámpara con un ventilador girando lentamente sobre ella. Intentó incorporarse, pero un dolor punzante en la parte trasera de su cabeza la hizo quedarse acostada nuevamente.
—Por fin despiertas, muchacha —dijo una señora mayor, acercándose con una toalla húmeda que colocó suavemente sobre su frente—. Estabas en muy mal estado cuando te encontré esta madrugada.
—¿Qué...? —murmuró Kagome, aún adolorida y desconcertada.
—Te encontré mientras paseaba al amanecer, como acostumbro. Estabas tirada entre unos arbustos —continuó la señora, mientras volvía a la cocina—. Al principio pensé que tal vez habías bebido demasiado, pero cuando te llamé y traté de moverte, no emitiste ningún sonido. Me alarmé mucho, así que llamé al joven médico para que viniera y te ayudara a llegar hasta aquí. —La mujer sonrió con ternura mientras preparaba una sopa.
Kagome, aunque aún confundida, comenzaba a procesar lo que le decía la señora. Sin embargo, había algo más que la inquietaba profundamente: no podía recordar nada.
—¿Quién es usted? —preguntó, su voz algo temblorosa, mientras observaba a la anciana cocinar.
—Me llamo Kaede, ¿y tú cómo te llamas? —preguntó la señora mientras tiraba algunas verduras en la olla.
—Yo... me llamo Kagome —respondió ella lentamente, aunque una gran inseguridad la embargaba—. ¿Dónde estoy?
—Estás en un pequeño pueblo llamado Sengoku —contestó Kaede—. Tranquila, muchacha, ya estás a salvo. El anciano Myoga, nuestro médico, ya te revisó, y fue el joven médico quien te trajo aquí. Ellos se encargarán de que te pongas bien. —Kaede dejó la cuchara por un momento y llamó hacia otra habitación—. Myoga, ven, ella ya despertó.
Un anciano de baja estatura, con la apariencia de alguien sabio por la experiencia, entró en la habitación. Se acercó con calma y observó a Kagome con una sonrisa comprensiva.
—Me alegra verte despierta, jovencita —dijo Myoga mientras se inclinaba hacia ella, revisando su estado—. Has pasado por una situación complicada, pero no encontramos heridas graves, solo un fuerte golpe en la cabeza. Eso probablemente afectó tu memoria. ¿Recuerdas algo sobre cómo llegaste aquí?
Kagome lo miró, confundida y ansiosa, antes de sacudir la cabeza.
—N-No lo sé... solo recuerdo mi nombre —admitió con voz baja, sintiendo una creciente angustia.
—Es normal, no te preocupes —respondió Myoga con un tono tranquilizador—. Es posible que el golpe haya causado amnesia temporal. Con el tiempo y descanso, tus recuerdos podrían volver. No te presiones por ahora.
—Mientras tanto, come algo —agregó Kaede, colocando un plato de sopa caliente frente a Kagome—. Te hará sentir mejor.
Kagome asintió lentamente y tomó la cuchara, agradecida por la amabilidad de los dos, aunque el miedo seguía presente en su corazón. No sabía quién era realmente ni cómo había terminado en ese estado, pero al menos, con Kaede y Myoga cuidando de ella, no se sentía completamente sola.
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¿DONDE ESTÁS? InuKag
FanficKagome ha desaparecido, y su paradero es un misterio. Inuyasha, atrapado en la culpa, no sabe dónde buscarla. Hace un año que se separaron tras una traición devastadora, y algo inesperado sucedió que alteró sus vidas para siempre. Ahora, ambos deben...