Parte 8

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Un día, la calma de la casa de Kaede fue interrumpida por un golpe en la puerta. Al abrirla, la anciana se encontró con un joven de rostro ansioso, que parecía debatirse entre la emoción y la inseguridad.

—Buenas tardes, anciana —dijo Hojo, inclinándose respetuosamente—. Estoy buscando a alguien... una chica llamada Kagome.

Kaede entrecerró los ojos, midiendo cada gesto del joven.

—¿Y cómo es que sabes de Kagome? —preguntó, cruzándose de brazos.

Hojo titubeó, nervioso.

—Me dijeron que podría estar aquí... Pero no quiero incomodar.-confesó.

Kaede dejó escapar un leve suspiro. Era claro que no tenía malas intenciones, pero algo en su reacción no dejaba de parecerle extraño. Sin decir nada, lo invitó a pasar.

—Ven, quizás te interese lo que voy a decirte.

Cuando Hojo entró, su mirada recorrió la humilde estancia hasta detenerse en una figura que apareció en el umbral del pasillo: Kagome. En el momento en que sus ojos se encontraron, el joven quedó petrificado.

—¿Kagome? —susurró, incapaz de contener su asombro.

Kagome lo observó con cautela. Algo en él le resultaba familiar, pero no lograba ubicarlo.

—¿Quién es él, Kaede? —preguntó, frunciendo ligeramente el ceño.

Kaede carraspeó antes de responder.

—Es alguien que vino buscándote. Pero antes de que digas algo, debo aclarar una cosa, joven. Kagome perdió la memoria. No recuerda nada de su vida pasada.

El rostro de Hojo cambió drásticamente. Lo que antes era asombro ahora era una mezcla de confusión y preocupación.

—¿Perdió... la memoria? —repitió, como si necesitara procesar las palabras.

Kagome, que había permanecido en silencio, dio un paso al frente.

—No sé por qué, pero siento que ya te había visto antes —dijo, estudiándolo con una mezcla de curiosidad y desconcierto.

Hojo soltó una risa nerviosa, llevándose una mano a la nuca.

—Jamás olvidaría a una belleza como tú —respondió, tratando de sonar despreocupado, aunque sus palabras parecían cargadas de un sentimiento más profundo.

El comentario hizo que Kagome bajara la mirada, sus mejillas enrojecidas. Pero en el fondo, esa sensación de haberlo conocido antes persistía, aunque no podía explicarla.

Kaede observó la escena con atención, sin intervenir. Algo en la forma en que Hojo miraba a Kagome, y en la reacción de esta última, le indicaba que aquel encuentro no era casual. Había algo más profundo que aún estaba por descubrirse. Con cautela, sacó su teléfono y empezó a marcar, sin perder de vista a los dos jóvenes.

—Koga, no sé qué está pasando, pero la repentina aparición de este joven no me gusta. Por favor, ven en cuanto puedas.—dijo en un murmullo.

Volvió su atención a Hojo, lista para continuar, pero su mente seguía inquieta. Algo le decía que aquella visita estaba a punto de alterar el frágil equilibrio en el que todos se encontraban.

Kaede, con un gesto amable pero firme, condujo a Kagome hacia la pequeña habitación para que pudiera descansar. Su mirada se dirigió hacia aquel joven, evaluando cada movimiento de esté.

—Dime, Hojo, ¿cómo llegaste a saber de Kagome? —preguntó la anciana, su tono curioso pero cauteloso.

El joven vaciló un momento antes de responder.

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