Duele

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Te preguntas por qué le has rechazado, a la vez que la miras caminar frente a ti. No te saluda como usualmente hace, y muerdes tu labio inferior con preocupación ante aquel gesto de indeferencia.

Ella lleva días haciendo eso, y sabes bien el por qué. Quieres ir y disculparte, decirle que todo lo que le dijiste fue mentira, pero entonces ella pediría una explicación; y es allí donde ya no podrías, porque temes decirle que te asustaste, que te entró el pánico ante su declaración de amor por ti, porque tú te sentías igual, y eso te asustaba en gran medida; porque tú estabas, y repito, estabas tan segura de que sentías sólo atracción hacia los hombres, y te asustaba el hecho de que estuvieras sintiendo algo más que odio hacia la chica de cabello rubio. .

Suspiras y te levantas, decidida a acabar con la incomodidad que sientes, y te reprochas a ti misma por el egoísmo de tu desición.

Pero sabes, muy en el fondo, que no sólo irás por la incomodidad que tú sientes ante la indiferencia mostrada por la chica, por la fríaldad, tristeza o molestia en su tono de voz o por las miradas de desinteres que te dirige sólo por educación. Tampoco irás porque ya estás jodidamente harta de la atención que fuerza cuando le hablas, o por la obviedad de que ella no soporta estar contigo sin sentirse incomoda. O por otros detalles más que ella ha cambiado desde ese momento.

Lo haces porque te duele cuando ella te ignora, porque ya no soportas más que no te preste la atención que anteriormente te daba. Te duele que a ella le duela, y que te tenga tan desesperada por no recibir respuestas decentes de su parte, sólo monosílabos, y si tenías suerte, más de tres oraciones, pero eso pasó sólo una vez. Vagamente sus respuestas se podrían considerar respuestas. De vez en cuando conseguías un gesto de su parte, pero el gesto estaba tan lleno de desgane que no te animaba, y te obligaba a callar, pues el gesto era tan forzado que dolía más recibir un gesto a no tener respuesta alguna.

Lágrimas amenazan con brotar de tus ojos, y tú haces lo más que puedes por impedir tal cosa. No soportas la vista frente a ti, a la Manoban de hoy en día que parece nunca estar en este mundo, ya no más. Extrañas su animosidad de antes, aquella que odiabas y asegurabas sería un total alivio si desaparecía; que serías feliz si ella dejaba de dirigirte la palabra.

Pero esos pensamientos desaparecieron, ahora ruegas silenciosamente por todo lo contrario, porque esta Lalisa Manoban, la que apenas muestra una mínima señal de felicidad, de que está viva, te pone muchísimo peor que la anterior, la que tanto extrañas y matarías porque volviese.

Sabes a su vez que, no te será fácil decirlo en voz alta, por no decir que ni en un murmullo serías capás sin romperte a llorar, sin desbordar todo sentimiento que has ignorado y has guardado hasta el momento. Odias eso, ser sensible. Y nunca en tu vida has creído que la indiferencia, frialdad, ignorancia y poca atención que te dirigía la chica que estaba a unos cuantos metros de distancia, te pondría así de mal.

Pero sinceramente, ¿quién sí? Una gran mayoría diría lo que con tanto orgullo decías antes: que odiabas a la rubia, que no la soportabas, y que seguramente harías una fiesta cuando ella te dejara en paz. Sin embargo no es así, no ahora que has sentido lo que deseabas tanto.

Te has dado cuenta de que no es lo que deseabas, si no lo que temías pasara. Y a pasado, tan abrupta e inesperadamente, que no te ha dado tiempo de poder prepararte por lo que te haría sentir.

Respiras muy profundamente, pues sientes que te asfixias, que el aire te hace falta, y tras eso caminas hasta donde está la chica tailandesa. Te sientas a su lado y ella no te mira, y sabes que si le hablas o la tocas te mirara con desinterés, lo cual es ahora una sustitución de que no notó cuando te acercaste a ella, una sustitución de un gesto de sorpresa.

Historias Cortas Jenlisa&ChaesooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora