Saavedra es un juerguista empedernido. En sus noches de parranda tomaba alcohol y toda clase de drogas, hasta que los rostros de sus colegas se disolvían, los cuerpos perdían la forma y solo quedaban siluetas, bultos amorfos bailando alrededor, apenas iluminados por las luces. Al madurar las fiestas, caía desmayado al suelo. Sin embargo, volvía, regresaba por el ligue, ese que le ponía la cerecita al pastel de su alocada noche.
Se percató de la ausencia de Carmen, la cuarentona con cara de Bagre y cuerpo de vaca, que lo atendía siempre en el restaurante frecuentado por él todas las tardes.
Inundado de orgullo, se sentó a esperar a la mesera.
Todas sus fiestas eran carnavalescas y perdía todos los sentidos; su percepción de realidad y tiempo se esfumaban, pero nunca jamás se había llevado a una fea a la cama. Despertaba cada mañana con rostros extraños, rostros divinos con perfiles majestuosos de loro, sonrisa de calendario, finos y frágiles cuerpos. Algunos tan blancos como el papel de su libreta; otros, con dedicados bronceados, Saavedra se deleitaba cuando, al quitar la ropa, veía la línea del bikini en los pulcros cuerpos color caribeño.
-¿Qué va a ordenar? -le dijo la mesera.
-¿Y tú qué? - Saavedra la ojeo y volvió a sus folios - ¿Dónde está Carmen?La mujer soltó una pequeña risa y agregó:
-Se murió. Le dio un infarto y hasta ahí la contó.
-Eso si es ser desdichada.
-Era de esperarse. Siempre desinfló las llantas de mi moto cuando la subía -repuso la mujer con una nota melancólica.
-Hablaba de ti. Mira, que reírte de eso, ni yo llego a tanto. -Saavedra al fin alzo la vista. La mirada perpetua que dirigió a la mesera, algo que acostumbraba hacer, ocasionó la irritación de la víctima. Finalmente dijo con desdén -. Creo que me equivoque, al parecer te duele su muerte.
-¿A usted sí? -exclamó fastidiada
-Mientras mi comida sepa igual, no me importa. Lo de siempre, por favor.La mesera giró en dirección a la cocina. Saavedra chistó y la hizo detener.
-¿Cómo sabes que pido siempre? -preguntó sin alzar la vista.
-Señor, es el único que viene a comer a estas horas.La simple cortesía de la mesera, le había propiciado un golpe de verdad inesperado; la percepción de algo cotidiano, lo orillaba a generar conclusiones, con base a la realidad: Ya no era un jovencito, tenía treinta y cinco años. Disgustado por el mal lugar donde fue a tener esas cavilaciones, trató de despejar la mente con el recuerdo de la señorita con pelo caoba, que se había tirado la noche anterior. Fue inútil, una extraña embriaguez de desolación se apoderó de cada fibra de su persona. El feo restaurante de color rojo ácido era su preferido, pero una cosa, no quitaba lo otro; la belleza para él, solo adquiría relevancia solo en terreno de mujeres, para casi todo lo demás, era fútil. Justo ahí, se desencadenó la añoranza a su juventud y miedo al tiempo.
Comió sin apetito, bebió sin sed, fumó sin ganas, caminó sin destino. El atornillado sentimiento ambivalente de placer y culpa sobre: vivir como quería y vivir así, de la misma forma, desde los 16 años, sin alteración alguna, le asfixiaba la mente. Escribiendo relatitos para periódicos, revistas y cartitas a las amantes de sus amigos, chicas con frente alta, difíciles, que con esas palabras dulces y falsas derretía los corazones y dilataba sus entrepiernas. Las esposas de vez en cuando eran receptoras de aquellas preciosas letras de Saavedra. Esencialmente, escribía para ellas por dos motivos: aniversarios o disculpas. Cuando se partían pajitas, él, maestro de la labia, interfería a arreglar las situaciones maritales de sus compadres. «Bonita forma de ganarse la vida» chistó.
Su vida era buena. Gracias a esa calidad de entablar amistad, en especial en las juergas, no invertía mucho dinero en ella. Sus amigos le metían alcohol hasta por los poros en agradecimiento, «porque con esa carta tuya, levante ese culito» le gritaban, mientras vaciaban un chorro de whisky en su garganta. O se iba con cualquier desconocido hipnotizado por la noche, las palabras y gestos del gran Saavedra.
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LA VIE EN ROSE
RomanceSaavedra, el dichoso fracasado. Ha vivido la mayor parte de su vida entre alcohol, mujeres y drogas. En la primavera de sus 35 años experimenta el vacío de la vida nocturna y los vestigios que ha dejado en él. La nueva artista en la ciudad llega a c...