LA VIE EN ROSE [PARTE II]

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La luz de los faroles era débil y tenue, diseñaba un panorama tétrico en la madrugada de la fría ciudad. Los pequeños fragmentos de luz artificial eran engullidos por la oscuridad de la noche, que se proclamaba ama y señora de las veredas en largos tramos. Saavedra acompañaba a Dianora, un encargo de su amigo, el dueño de la cantina. «Hay que cuidar la gallina de los huevos de oro, eh». El recinto se llenaba a reventar siempre desde que la muchachita empezó a cantar ahí. Hombres y mujeres acudían admirar ya sea la belleza de la voz o el físico menudito de Ambra.«Mujeres como ellas nacieron para ser reinas, no cantantes de bares de mala muerte» eescuchó comentar Saavedra a un finísimo hombre.

Caminaron cerca de 100 metros sin hablarse, el adelante, ella detrás, intentando seguirle el paso a aquel hombre envuelto en capullos de penumbra y humo.

–Oye, camina más despacio – rogó Dianora –. Se habla mucho de ti en las cantinas.
–¿Puedo saber lo que se dice? –dijo Saavedra endulzando su voz
–Dicen que eres un: borracho, mujeriego, drogadicto, irresponsable, superficial y buen escritor.
–Todo cierto, menos lo último. – rio falsamente
–También se rumorea de que eres el hombre más envidiado por aquí.

Saavedra resoplo y se detuvo. Engancho de Dianora con el suyo y retomo la caminata.

–No quiero que te me pierdas – sonreía astutamente aquel hombre de 5 pies de altura.

Sabía perfectamente de la envidia que despertaba él, alguien sin logros, ni objetivos, a los hombres que se autoproclamaban sus amigos. Personas con trabajos, familias, proyectos, con una vida fuera de las cantinas, con aspiraciones diferentes a las nasales. Su rencor era provocado por la incapacidad de poder ir a donde una dulce veinteañera, presentarse, tomar su mano, hablarle al oído y 10 minutos después conseguir el permiso de meter las manos debajo de las prendas, pero Saavedra era capaz de realizar dicha hazaña noche tras noche. No, la ebullición de odio derivaba de la imposibilidad de provocarle daño. No había familia, matrimonio, trabajo en que joderle. Rayarle la cara tampoco servía, «seguirá levantado culos»eso se debían decir. No era feo, lo sabía, pero su encanto iba más allá de su mentón ancho y hoyuelos en la mejilla, era poseedor de un no sé qué encantador de mujeres. resignados, optaban por tomar su amistad del poeta.

Mauricio le regalaba coñac por las cartas para Elisa, la esposa de Héctor; Héctor le obsequiaba botellas de ron por esos poemitas dulzones, que eran recitados a la adolescente sobrina de Mauricio «vaya mierda» se decía cada vez que recordaba los enredos de las familias decentes. Meditabundo en medio de las resacas, llegaba a la conclusión «su envidia se seca en cada fiesta, o ni siquiera tuvieron envidia de mi»se hastiaba de pensar y volvía coger la botella.

Las palabras de Saavedra provocaron cierta fascinación en Dianora, en sus iris daba la impresión que yacían dos velitas centellantes; la aprensión de su brazo se fortaleció; la boca despedía una armoniosa melodía en cada palabra. En el recodo de En Rosa se soltó, puso las manos en los hombros de Saavedra.

–Lo entiendo. Las personas suelen odiar a quienes son felices…
–¿Quién te dijo que soy feliz?–la detuvo Saavedra – oye, vamos a la calle Rosa.

Dobló la esquina y se sentó en el bordillo de la acera. La joven analizaba confundida. Le hizo un gesto, indicando que se sentara a su lado.

–Cántame un poco. La vie en rose, por favor.
–¿Para qué?
–Quiero escucharte
–Ya me escuchaste cantar
–Quiero que lo hagas solamente para mí –dijo con una nota de ironía.
–Está bien. Pero, cantaré otra canción.

Sin ánimos de protestar, Saavedra encendió el cigarrillo, el ultimo de su caja, cerró los ojos y se dispuso a escuchar tan magnifica voz. El sepulcral silencio fue apedreado por Ain’t got no, i got life; continuamente why is it so hard; remató la tanda con sex machine.

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