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Bonito, que se estaba tranquilizando y comenzaba a encontrar agradable su compañía, hizo una mueca al escuchar aquellas palabras.

— No me casaré contigo — susurró finalmente, esperando la ira del monstruo.

Sin embargo, la bestia no hizo más que suspirar y se alejó abatido.

Cuando estuvo de nuevo solo, Bonito se sintió muy mal por hacerlo sufrir de aquella forma y esperó con ansiedad la noche siguiente para volver a ver a la Bestia y pedirle perdón.

La noche siguiente, el monstruo regresó y volvió a hacerle compañía a el muchacho, y así sucedió durante los siguientes tres meses, que fueron los más tranquilos y serenos que Bonito hubiera vivido jamás.

Paseaban juntos por el enorme jardín que rodeaba el castillo o bailaban al compás de la música mágica que sonaba cuando lo pedían, y pasaron incontables noches sentados frente al fuego leyendo los libros favoritos de Bonito.

Sin embargo, una noche, el chico le dijo:

— Vi en el espejo que mi padre está enfermo. Mi hermana se casó y lo dejó solo. Por favor, te ruego que me dejes volver a casa, para hacerle un poco de compañía.

— Lo más importante para mí en el mundo es que seas feliz — le respondió la Bestia — Mañana te despertarás en tu casa, pero... ¿me prometes que volverás? No olvides que sí me dejas solo, me moriré.

La Bestia lo miró largo rato a los ojos.

— Toma este anillo — le dijo y le entregó un anillo de oro con un zafiro — Cuando quieras volver, ponlo sobre tu mesa de noche, antes de acostarse. Recuerda que te espero contando las horas y que no puedo vivir sin ti.

Bonito se despidió de él, se marchó a la cama y se quedó dormido.

Cuando se despertó, vio con asombro que estaba en su habitación en la pequeña granja en el campo, con las gallinas picoteando bajo la ventana.

— ¡Papá! ¡Papá!, estoy de vuelta — gritó saltando de la cama y corriendo escaleras abajo.

El padre corrió a encontrarlo y al verlo, rió y lo recibió entre sus brazos. Sin poder creer lo que veían sus ojos, lo abrazó y lo besó.

— ¡Creía que habías muerto! ¡Oh, Bonito! ¡Te extrañé tanto! ¿Estás bien?.

Bonito le aseguró que estaba bien y que era feliz en el palacio con la Bestia. Al principio, su padre no le creyó y pensó que le mentía para consolarlo, pero cuando vio la sonrisa serena de su hijo y sus ojos brillantes, se dio cuenta de que realmente era feliz.

— Ahora tengo que vestirme —le dijo Bonito soltándose del abrazo de su padre—. ¡Todavía estoy en pijama!. Me pregunto qué voy a ponerme... No traje ropa del castillo.

— Ve a la entrada, pequeño mío. Hay un baúl que no estaba allí antes. Mira, está completamente lleno de ropa y joyas — le dijo su padre— Si no fuiste tú quien lo trajo, ¿quién lo dejó ahí?.

— ¡Fue él! —exclamó Bonito con una sonrisa.

Cuando la hermana mayor llegó a visitar a su padre y vio a él más joven atraviado con aquel maravilloso traje nuevo digno de un rey, sintió que casi reventaba de envidia y comenzó a comentar entre sí:

— ¿Por qué mi hermano tiene toda la suerte? ¿Por qué no se lo comió el monstruo? Si no se lo ha comido todavía, seguramente lo hará después. ¡Exacto! Tengo que encontrar una manera de ponerlo en contra de la Bestia, que parece que lo quiere mucho. Trataré de mantenerlo aquí con nosotros más de ocho días que le dio la Bestia — pensó— Así el monstruo, para vengarse, se lo comerá.

Con ese malvado plan en mente, colmó a su hermano de atenciones y de buenos tratos y Bonito, que no estaba acostumbrado a que le demostrará tanto cariño, se conmovió profundamente.

— Hermanito mío, ¡quédate con nosotros un día más! — le dijo con intriga la hermana al terminar la semana, enjugándose de los ojos lágrimas inexistentes.

Bonito vaciló.

No dejaba de pensar en la Bestia, que estaba tan lejos. Al estar alejado de él tanto tiempo, se dio cuenta de que lo echaba de menos terriblemente ¡y quería volver a verlo muy pronto!.

Sin embargo, al ver los ojos enrojecidos de su hermana, él más joven aceptó a regañadientes quedarse ocho días más.

Su padre se había recuperado y Bonito recordaba las palabras del pobre monstruo, que lo esperaba con ansiedad, así que más de una vez se encontró contando las horas que faltaban para volver a su lado.

Unos días más tarde, tuvo un sueño.

En él, vio al monstruo, demacrado y consumido por el dolor, que se arrastraba penosamente hasta la orilla del arroyo, en el fondo del jardín llamándolo con tristeza.

A sus espaldas, el castillo que recordaba tan lleno de luz tenía las ventas oscuras y las puertas cerradas y era la imagen de la desolación.

Bonito se despertó de pronto, con el corazón palpitante.

“Soy un ingrato”, pensó. “No cumplí mi palabra y traicioné la confianza que me demostró”. Entonces lo asalto una duda. ¿Y si no hubiera sido un sueño? ¡Parecía tan real! ¿Y si realmente la Bestia estuviera muriendo por culpa suya? En cuanto lo pensó, Bonito estuvo seguro de que lo que creía haber soñado era la realidad.

Se sentó en la cama y buscó el anillo mágico que lo llevaría de vuelta al castillo de inmediato, sin saber que su hermana lo había tomado sin decirle nada, para probárselo.

Desesperado, se levantó y corrió a despedirse de su padre. Luego corrió al granero y se montó de un salto en el caballo. Llegó al castillo al atardecer y comenzó a recorrerlo de principio a fin, llamando a gritos a la Bestia, pero nadie le respondió.

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El Bonito y La Bestia [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora