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“La hermana no hacía más que protestar y lamentarse de la vida que había dejado atrás en la ciudad”.

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Cómo era muy perezosa, preferiría quedarse en la cama hasta tardé por la mañana; a ésa hora bajaba a desayunar y luego se paseaba con tristeza por el jardín y no hacía más que quejarse y lamentarse pensando en tiempos pasados.

Una noche, llegó un segundo mensaje.

Toda la familia se reunió alrededor de la chimenea y esperó con ansiedad para enterarse de qué se trataba. El mensaje anunciaba que esa misma mañana, una nave del mercader, cargada de mercancías, por fin había llegado al puerto.

— ¡Hurra! ¡Soy rica de nuevo! ¡Finalmente volveré a la ciudad! — gritó — ¡Tengo que hacer las maletas! — exclamó feliz — y cuando llegue a casa voy a comprar ropa nueva y a tirar esos harapos que usó aquí.

— Cálmate hija mía — le pidió su padre — Un barco es solo un barco y es posible que no pueda devolvernos nuestra riqueza pasada. Además tengo que pagarles a los marineros y saldar algunas deudas. Espera a que regresé y veremos.

— Lo dices para hacerme desesperar, como siempre — respondió con rencor — Cuando vuelvas, tráeme un vestido de terciopelo azul con adornos de encajé de plata y un par de zapatillas de raso — tomó un respiro y habló nuevamente — También necesito un abanico de marfil, pendientes de diamantes, collares de esmeraldas, pulseras, diez cortes de seda de China para mandar hacer unas sábanas... Y un par de guantes largos, hasta el codo.

La chica siguió pidiéndole cosas durante un rato y el mercader la escuchaba, abatido. Aunque no hubiese tenido deudas que pagar, la carga de una sola nave apenas habría sido suficiente para comprar la mitad de lo que le pedía su muchacha.

Luego, se volvió lentamente a Bonito.

—¿Y tú no me pides nada, hijo mío? — le preguntó, solícito.

Bonito se quedó pensando.

No necesitaba nada más para sentirse feliz, pero sabía que pedir un pequeño regaló haría feliz a su padre.

— Me gustaría una ramita de un rosal — le dijo— En el huerto no tenemos rosas y tal vez podría sembrarla y lograr que echará raíces.

El mercader sonrió.

Luego se fue directamente a la cama para levantarse muy temprano al amanecer del día siguiente y partir a caballo, lleno de esperanza.

Al llegar a la ciudad, se dirigió al puerto y ahí se enteró de que, por desgracia, su familia no podría disfrutar ni siquiera un poco de aquellas riquezas, porque los marineros estaban esperando su pago desde hacía muchos meses y el buque, dañado por una tormenta, tenía que repararse por completo. Cuando hubo terminando de pagar todo, el pobre hombre se encontró sin un centavo en el bolsillo.

Se apresuró entonces a volver a casa, deseoso de abrazar a sus hijos, y apuró al caballo para salir de la ciudad a galope.

En el camino encontró un carro volcado, lo que lo obligó a desviarse del camino principal y cruzar a través de un bosque. Hacía mucho frío y viento, y la nieve caía copiosamente. El mercader sintió miedo, porque podía escuchar aullar a los lobos, y el viento era tan fuerte que lo hizo caer de la silla de montar dos veces.

Cuando, agotado, estaba por perder toda esperanza de encontrar refugio, vio una luz que brillaba a través de los árboles. Con renovados bríos, hizo avanzar al caballo en esa dirección.

Poco después, para su gran sorpresa, se encontró delante de un hermoso edificio.

— ¡Qué alivió! —exclamó — Voy a pedir refugio a los nobles que viven aquí, para no tener que pasar la noche en medio de está tormenta.

Y con esas palabras, se dirigió hacía la gran puerta de madera labrada.

El palacio tenía escaleras de mármol y amplios patios, pero el mercader no vio a ningún sirviente ni centinela.

Asombrado, avanzó un poco, con timidez, hasta que llegó a un magnífico jardín resguardo de la nieve.

Había en él prados de color verde esmeralda, arroyos como de plata, plantas en flor y bellos rosales, además de un paseó con árboles centenarios.

El mercader comenzó a atravesar la arboleda como en un sueño hasta que se encontró delante de un jardín de rosas en el que las plantas tenían flores enorme con pétalos color carmesí.

En cuanto vio las flores, recordó el regalo hermoso y sencillo que su hijo le había pedido.

Tomó con mucho cuidado una ramita llena de capullos, pero en ése momento escuchó un grito terrible: los arbustos se abrieron y apareció delante de él un ser monstruoso, mitad hombre y mitad animal, que lo miraba con ojos centelleantes.

— ¡Ingrato! — clamó — ¡Te he salvado la vida y, como me recompensas, te robas mis rosas, las flores que más quiero en el mundo! Mereces un castigo.

El mercader cayó de rodillas, aterrorizado.

— ¡Perdóname, señor...! —trató de explicar, con voz entrecortada— Tengo un hijito a él que le gustan tanto las rosas, que me pidió que le llevará una ramita de regaló, así que cuando ví sus hermosas flores yo...

— No me llames señor —interrumpió el monstruo con voz terrible y cavernosa — Mírame, ¿Te parece que me veo como un caballero? ¡Soy solamente una bestia! —concluyó con un gruñido — Te concederé la gracia de la vida con una condición: que tú hijo venga y se sacrifique en tu lugar. Pero si no quieres hacerlo, tendrás que volver en tres meses.

El mercader no consideró ni por un instante llevar a su hijo ahí para que tomara su lugar, pero se consoló al pensar que la Bestia le estaba dando tiempo para despedirse de su familia.

Cuando por fin llegó a la granja, Bonito corrió a ayudarle a desmontar. Al verlo, el mercader no pudo contenerse y rompió en llanto hasta que el joven lo convenció de que le contará lo ocurrido.

Bonito escuchó en silencio y luego dijo:

— Dado que la Bestia no te matará y se contentará con que yo tomé tu lugar, naturalmente que iré al castillo.

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El Bonito y La Bestia [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora