Melodía desencadenada segundo a segundo

18 1 0
                                    

—Amo estas canciones —dije de repente.

—¿De verdad? —preguntó ella.

—Claro. —Sonreí—. Mamá siempre me ha dicho que soy un alma vieja.

Stand by Me de Ben E. King había terminado y Unchained Melody de The Righteous Brothers sonaba en el minuto 0:43.

—Algo tienen estas canciones que me hacen pensar en el amor —continué­—. No lo sé, pero algún día quiero ser capaz de bailarlas con una persona que verdaderamente ame.

Ambas sonreímos y continuamos trabajando en nuestras tareas universitarias.

En el minuto 1:02 comencé a pensar que era cierto, anhelaba algún día estar bailando esa canción en un lugar, tomada de la mano y cintura, balanceándome al ritmo de las canciones más hermosas del siglo XX con alguien que me amara lo suficiente para jamás dejarme ir.

En el minuto 1:16 me di cuenta que no era necesario tener una pareja para ser amado. El amor se podía encontrar en las personas que hay alrededor de uno, y muchas veces ese sentimiento es tan fuerte que es capaz de hacerte sentir una felicidad tan profunda.

Me di un ejemplo de esto en el minuto 1:30 cuando vi a mi amiga frente a mí escribiendo sus notas

Tres segundos más tarde estaba recordando el momento en el que me abrazó sin juzgarme mientras lloraba por mi corazón roto, los secretos que me había confiado, las salidas a comprar o comer, los trayectos a la Universidad, las canciones bailadas en nuestro cuarto de renta compartida, los panes y cafés que compartimos a las 7 de la noche. Fueron demasiados recuerdos solo para darme cuenta de algo tan simple: la amaba.

Así que ya una vez iniciado el coro, en el minuto 2:04, hice a un lado mis cuadernos y computadora y extendí mi mano hacia ella.

Mi amiga me miro con ojos extrañados pero comprendió de inmediato y se llevó las manos a la boca.

—¡Ay! ¡¿De verdad?!

—Baila conmigo —pedí.

—¡Me vas a hacer llorar!

Reí.

—Puede que yo también llore.

Y nos pusimos de pie y la abracé.

En el minuto 2:28 nos balanceábamos juntas.

En el minuto 2:44 la oí llorar y sobé su espalda y cabeza.

En el minuto 2:53 yo también lloraba y reímos mientras veíamos nuestros ojos rojos.

Y quince segundos antes de que la canción terminara solo me restó decirle una cosa.

—Te amo. Gracias por tanto.

Y al minuto 3:29 los violines tocaron la nota final.

RetratosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora