Malcriada

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La sangre me hierve y el coraje me nubla la cabeza. No puedo creer que haya elegido a sus amigos por encima de mí. No cuando le pedí que pasara el dia conmigo después de no habernos visto desde hace varios días. Días de los que él pasó varios con ellos y que yo no pude estar por estar hasta el techo de trabajos de la universidad. Y, aun así, me tildó de histérica por reclamarle. No voy a ceder, yo tengo la razón. El que se haya marchado y me haya dejado sola en la casa lo confirman.

Cierro la llave de la ducha y salgo del cubículo, envolviéndome en una toalla sobre la alfombra. Es algo pequeña, por lo que me toca sostenerla con la mano para que no se caiga. La tela me cubre lo justo: desde mis pechos hasta el punto donde mi trasero se une con mis piernas. No es mucho, pero no hay nadie para verlo, así que no me importa. Me miro en el espejo y noto mi ceño fruncido, así que respiro profundamente y trato de relajarme. Acomodo un mechón de mi cabello que se ha escapado del desordenado moño que hice antes de bañarme para evitar mojarlo y salgo del cuarto de baño.

No alcanzo a dar un segundo paso cuando me toman del brazo que sostenía la toalla, haciéndola caer. Intento voltear para hacerle frente a mi agresor, pero mi otro brazo es retenido y mi intento es frustrado. Mi respiración se agita. Estoy desnuda, a merced de alguien que no puedo ver. Algo suave pero firme es trenzado desde mi codo hasta mis muñecas, restringiendo por completo el movimiento de mis brazos. Debe ser una cinta de tela, pues no me hace daño, pero es lo suficientemente fuerte para evitar que me suelte.

– ¿Creíste que te iba a dejar escapar intacta con tu berrinche? –susurra en mi oído.

Es mi novio. Ha vuelto.

Mi miedo disminuye y es reemplazado por el coraje que tenía antes, aunque ahora está amplificado por mil.

– ¡¿Qué crees que estás haciendo?! –pregunto azorada.

Él me da la vuelta, dejándome verlo de frente. Tiene esa sonrisa misteriosa y picara que me acelera el corazón. Su mano se posa en mi barbilla y su pulgar se desliza a lo largo de mi labio inferior.

–Mis padres me enseñaron que hay que educar a los niños malcriados para que no hagan pataletas –susurra.

Su voz es ronca y, jugando en mi contra, mi bajo vientre se contrae. Mi carácter se rebela ante sus insinuaciones y no puedo evitar quedarme callada.

–Tengo razón y lo sabes. Esto se habría podido evitar y lo sabes –espeto.

Él empieza a avanzar, como si me acechara, haciéndome retroceder en consecuencia. Mis piernas golpean el costado de la cama y caigo de espaldas sobre el colchón. Él se pone a horcajadas sobre mi inmediatamente. Intento voltearme para poder levantarme pues, estando atada en la espalda como estoy, es la única forma de hacerlo. Pero sus manos atrapan mi cadera y me detienen en mi intento. Mi respiración se acelera ante los nervios y la expectativa. Sus labios se acercan a mi oreja y su aliento cálido me hace erizar.

–Hoy eres mía y te voy a castigar por ser una niña malcriada –susurra.

No puedo evitarlo, mi cuerpo actúa en contra de mi voluntad. Me estremezco ante la expectativa. Su voz es casi afrodisiaca y despierta mis sentidos.

Él lo sabe. Sonríe sabiéndose en control de la situación.

Se levanta, liberándome. Me enderezo lo más deprisa que puedo y trato de escapar, pero me detiene abrazándome por la espalda. Su mano está abierta sobre mi bajo vientre y su entrepierna hace presión en mi trasero. Suelto un jadeo involuntario y él se ríe detrás de mí.

– ¿A dónde vas? ¿Acaso te he dado permiso de escapar? –pregunta con la voz ronca. Profunda.

Su otra mano, la que no me retiene, aparece en mi campo de visión sosteniendo un antifaz negro, de esos que bloquean la luz para dormir. Trago en seco.

Fantasia (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora