Su amigo y yo

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DISCLAIMER: ESTA HISTORIA NO ME PERTENECE. SOLO HICE EL TRABAJO DE EDICIÓN.


Suspiro mientras entro a mi apartamento. Aunque ha sido un día liviano en mi trabajo, puedo sentir los vestigios de la jornada en mi cuerpo. Dejo mi morral en la mesa y me percato de los golpes rítmicos en las paredes de la casa, producto de las vibraciones que solo la música a alto volumen podría causar, aunque la melodía se vea sofocada por las mismas paredes que parecen moverse al compás de las canciones.

– ¿Amor? –llamo, pero no obtengo ninguna respuesta.

Me adentro a la vivienda y noto la luz encendida del baño, a la vez que siento aumentar el volumen de la música, por lo que deduzco que mi novia ha de estar tomando una ducha. Me acerco a la puerta y, antes de siquiera tocar la madera, escucho unos gemidos que son lo suficientemente ruidosos como para ser notados por encima de la música. Sonrío de lado al pensar que ha de estar probando su regalo de cumpleaños, obsequiado por sus amigas hace unos meses. Supongo que fue una pequeña broma pero, por lo que acabo de escuchar, claramente se lo ha tomado en serio.

Decidido a no quedarme atrás de un juguete, corro a la cocina por un cubo de hielo, el cual meto a mi boca para absorber el frio en lo que me desvisto para quedar a la par de ella.

Entro al baño y, ensimismada como está, no se da cuenta de mi presencia hasta que, sin previo aviso, quito el juguete de sus manos y reemplazo su presencia en su vagina con dos de mis dedos. Su cara de sorpresa no hace más que aumentar mi deseo y, queriendo que ella lo sienta también, presiono mi erección contra su cadera mientras la beso efusivamente. A pesar de su sorpresa, y saboreando el frio de mi lengua, rodea mi cuello con su brazos mientras ahoga sus gemidos con mis labios, en tanto sube su pierna hasta mi cintura, la cual sostengo con mi mano libre, permitiéndome llegar aun más profundo en su interior. Ella jadea y su cabeza se descuelga hacia atrás, momento que aprovecho para morder su cuello y empezar a bajar por su torso. Una vez arrodillado frente a ella, y colocando su ya elevada pierna en mi hombro, empiezo a lamer toda su entrepierna hasta que el frio que quedaba en mi boca, ha terminado de desvanecerse, siendo reemplazado por su propio calor corporal que amenaza con quemar el interior de mi boca. Recojo el juguete que he dejado a un lado mientras mis dedos siguen trabajando en su interior y, justo cuando empiezo a sentir sus temblores, me detengo inesperadamente. Su cara es de enfado y, antes de que pueda reprocharme, me levanto y la volteo, haciéndola apoyarse contra la pared de forma que su trasero está encarándome, como si me retara a hacerle algo, y así lo hago. Ella brinca ante la nalgada y aprovecho su sorpresa para penetrarla con su vibrador, el cual he puesto en su máxima potencia. Sus grito resuena en las paredes del baño y sus caderas se mueven hacia atrás en un intento de profundizar las estocadas del juguete. La vista de sus labios tragándose el falo es enloquecedora y no puedo evitar sentirme celoso de que un plástico se lleve toda la gloria. La enderezo y aprieto uno de sus pechos cuando vuelvo a sacar el juguete de su interior, privándola una vez más del clímax. Nos giro y hago que apoye una de sus piernas contra la pared de vidrio, haciendo que su clítoris quede expuesto para mí. Ensarto mi miembro en su vagina y su largo gemido me complace.

Ningún pene falso puede sacar esos gemidos de ella.

Empiezo a moverme y veo que mis anteriores torturas han hecho mella, pues está en extremo sensible y su cuerpo ruega por que la deje correrse. Tomo ventaja de la posición vulnerable en la que se encuentra y empiezo a rozar, muy superficialmente, su clítoris con el vibrador. El efecto es inmediato. Ella se arquea hacia adelante en busca de un mayor contacto, pero yo no estoy dispuesto a dárselo, así que alejo el juguete para que no reciba más de lo que yo quiero que obtenga. Mis movimientos se vuelven mas fuertes y puedo sentir que yo también estoy cerca, así que dejo de alargar el momento. Nos vuelvo a girar, dejándola de espalda contra la pared y, enfrentándola, vuelvo a subir su pierna a mi cadera mientras la penetro nuevamente. Mis estocadas son duras y presiono las vibraciones contra su clítoris, por lo que su vagina empieza a presionar a mi alrededor, llenándome de un calor asfixiante que me hace pensar que voy a derretirme pero, en vez de fundirme hasta el suelo, mi cabeza estalla hacia el espacio mientras que mis bolas expulsan todo mi semen en su interior. Ella grita y, al sentir que va a desplomarse, libero mis manos para sostenerla, rodeándola por la cintura y acercándola a mi desde sus omoplatos, de forma que nos deslizamos los dos hasta el suelo mientras la regadera nos limpia como una lluvia que intenta, sin éxito, aliviar el calor de nuestros cuerpos unidos.

–Bienvenido a casa –susurra y yo suelto una pequeña risa sin poder evitarlo.

–Ya llegué.

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