El rey y el consejero

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El rey y el consejero

Permítanme ponerlos al tanto de esta historia.

En algún tiempo existió un reino, uno de tantos reinos que se erigieron para funcionar a la perfección, y que de alguna manera terminan en conflicto.

En sus albores este reino era bueno. El rey era, como es costumbre el único que reinaba sobre aquellas tierras. El rey mandaba y sus hombres hacían; Y aunque el reino era pequeño, aquellas tierras se expandían rápidamente. Llegó el día en que el reino había crecido lo suficiente como para ponerse al nivel de los reinos fronterizos, y comenzaron sus relaciones políticas. Fue así como poco a poco los reinos vecinos, escucharon del nuevo reino que había surgido; Escucharon de la fertilidad de sus tierras y de su gentil espacio, que habiendo crecido tan prontamente, dejaba abierta la invitación a gente de otros reinos a trabajar la tierra y a fraternizar con su disminuida, pero pulcra población. Verán, en este reino todos obedecían sin reparo alguno al rey, y como las intenciones del rey eran buenas, todas las personas en su reino eran buenas y esmeradas.

Pero los rumores corren y las voces se esparcen por los cuatro vientos. Cuanto más gente sabía del reino, mas dudas intercambiaban entre si "¿ Pero como es que el reino, apoyándose solo en su rey a avanzado tanto? ¿Y no tiene una mesa, no tiene jueces en sus tierras? Mira al rey, es joven, seguro que cometerá un error pronto. ¿Cómo se asegura de que sus gobernados obedezcan? ¿Y su comercio como está? Tiene que comerciar con otros reinos, ahora que los tiempos son difíciles". Y entre palabras y murmullos se hicieron las noticias, las cuales llegaron al rey por medio de sus mensajeros. Al leerlas el rey consideró justas aquellas señalaciones; Pero como el era monarca y no erudito, el rey llamó a alguien de sus tierras a quien nombró consejero real.

Un día un dilema menor se le presentó al rey, su deseo era alimentar a sus súbditos por sus esfuerzos durante la cosecha y quería decidir entre darles pan hecho con trigo del este o darles uvas de los viñedos del oeste. Viéndose el rey ante esto, quiso aprovechar a probar su nuevo consejero. El rey mandó a llamar al consejero y cuando este fue traído frente a el le dijo el rey:

- Tu eres mi consejero, aconséjeme pues cual decisión es más sabia. ¿He de alimentar a mi pueblo con pan del este, o he de alimentarlos con uvas del oeste?- a lo que el consejero respondió:

- Su majestad, yo soy un hombre de números, y en mis cuentas veo que hay suficiente pan como suficientes racimos de uvas para alimentar a todo el pueblo.

-¿Dices entonces, que habrá suficiente comida, siendo cualquiera mi decisión?

- Su majestad, eso es lo que digo.

Y el rey se alegró porque podía alimentar a su pueblo según fuera su deseo. Más antes de que el rey emitiera su decisión, habló el consejero:

- Sin embargo, mi señor. Nuestro reino vecino alimenta a sus súbditos con pan del este, y sus habitantes son muchos mas que los de aquí y aún quedó pan sin repartir, Mi consejo es que los alimente con pan del este. Pues yo soy un hombre de números y nuestras cuentas siempre son verdad.

El rey que era de corazón noble, vio sensatés en las palabras del consejero y así consintió:

-Muy bien, esta tarde entonces los reuniré para alimentarlos con pan del este.

- Sea la voluntad del rey- respondió el otro y se marchó con una reverencia.

Al siguiente día la gente se encontraba laboriosa, y a todos pareció agradar el trato del rey. Como todos estaban contentos, todos decían a una voz: ¡LARGA VIDA AL REY! ¡LARGA VIDA A LA CORONA! Y todos celebraron durante la tarde, también el rey estaba comiendo con su pueblo, el consejero estaba sentado en la mesa, junto al rey, ocupando el puesto de honor, pues había agradado al rey.

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