Difícil promesa.

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Montimer se derrumbó, no tenía consciencia del tiempo que llevaba llorando, ni tampoco de cuando Larry lo envolvió entre sus extremidades, obligándolo a tomar asiento junto a él, compartiendo una vez más el lecho en el que dormían todas las noches, pero con nuevos sentimientos que no eran bien recibidos por el joven murciélago, que preocupado deseaba que todo fuera una pesadilla de la que pronto despertar.

Por favor Larry, por favor. . . No quiero, no quiero perderte. — El alfa suplicaba, ocultando su rostro en el pecho del beta, incapaz de controlar los temblores en su cuerpo.

Monti, mi dulce Monti. . . — Larry descendió su rostro hasta depositar sus labios sobre la cabeza del murciélago, regalándole un beso como caricia. — Estoy aquí, no vas a perderme, no me iré a ningún lado.

Montimer se movió bruscamente separándose del agarre. Larry no entendía a razones ni la precaria situación en la que estaban metidos. Todo lo que quería era hacer entender al ratón que su vida peligraba, y aún así este lo pasaba por alto, como si olvidara sus sentimientos, dejándolos en segundo plano. No entendía cuan preocupado estaba por su salud, tanto que las lágrimas no se detuvieron, incluso cuando su boca se abrió para volver a hablar.
Pero unas suaves manos lo detuvieron.

El beta había tomado entre sus dedos las manos del murciélago, llevándolas a su boca para dejar suaves besos en ella. Decir que no estaba asustado era mentir, pero luego de pesar por tanto juntos, veía aquella pequeña luz como un milagro, uno que haría entender a Montimer.

Soy fuerte, no me lo has dicho, pero puedo leerlo en tus ojos. . . Sé cuál es el riesgo que corro, pero aún así me atrevo a pasar por ello. . . — El cuerpo de Montimer tembló de nuevo. Y Larry aprovechó para volverlo a abrazar, como si se tratara de un niño pequeño buscando el refugio entre los brazos de sus padres. — Te prometo, corazón. Te prometo que lucharé, nada ni nadie me separará de ti.

El beta, en su discurso, llevó una de sus manos a su aún plano vientre. El lugar en donde crecía su cachorro no se sentía diferente de lo usual. Seguía teniendo su vientre plano y marcado, cubierto de aquel pelaje azul grisáceo, aunque se podía apreciar que había perdido peso resultado de los largos días que pasó expulsando de su cuerpo todo lo que ingería.

Tan metido en sus pensamientos estaba, que no notó como Monti remplazó su mano por la propia, tocando también ese especial lugar mientras lo miraba con preocupación. El alfa no esperaba que el ratón se quedara callado en su discurso, y cuando se separó para observarlo tan solo vio como el beta pasaba su mano por su vientre.
Asustado, el murciélago también cubrió el lugar con su zarpa, pensando que era de nuevo uno de aquellos molestos malestares que atacaban a Larry y no lo dejaban en paz.

Pensamientos muy diferentes, que Larry interpretó como la primera muestra de cariño hacía el cachorro que crecía entre sus entrañas.

Puso su mano por sobre la de Montimer, regalándole una de sus más alegres sonrisas a la vez que con su otra mano, tomaba el cuello del murciélago para juntar sus frentes, en algo parecido a un beso esquimal.

— ¿Ves, cachorro? Tu papá ya te quiere. . . — Nada más alejado de la realidad. Pero Montimer no se atrevía a negarle aquella felicidad a su compañero. — Por favor, crece sano y no des muchos problemas, pequeño garbanzo. . . No queremos que Montimer se enoje contigo de nuevo ¿Sí?

Larry. . .

Sí, lo sé. Tal vez sea muy pequeño como para escucharme. . . pero se siente tan irreal y fantástico a la vez, corazón. Dijiste que vino el doctor, ¿no es así?

Aunque la cara de preocupación en el alfa no cambió, asintió ante lo dicho por su beta. No negaría la importante información que se le concedió. A Larry no le hizo falta hablar. Como si Montimer conociera que iba a preguntarle, empezó a narrar todos los hecho.

Amanecer Tardío | TAITFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora