8. Buenos Aires

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Cada vez que Mía se acordaba del motivo por el que estaba en el avión, sentía un cosquilleo en el estómago. Le dio la mano a Diego, sentado a su lado, justo entre ella y su hermanita Ariel, quien dormía apaciblemente a pesar de que era su primera vez en un avión. Diego le sonrió a Mía. Por un momento, sintió que no era tan importante el lugar a donde fueran, ni lo que le depararía el destino siempre y cuando estuviera aferrada a esa mano.

— Mal momento para ir a Buenos Aires — dijo repentinamente Diego.

— ¿Qué? ¿Por qué?

— Hay una banda de secuestradores de niños... — murmuró después de echar un vistazo a Ariel y comprobar que estuviese dormida.

— No te preocupes — lo tranquilizó Mía — juntos la vamos a cuidar... 

Diego le dio un dulce beso en la mejilla y continuó leyendo el periódico. Mía también volvió a centrarse en su libro pero no logró concentrarse. Tantas cuestiones flotaban en su mente que hasta un libro la hacían sumergirse en las dudas: ¿Cómo será su nueva universidad? ¿Cómo serán los profesores? ¿Será suficiente la base de literatura que aprendió en su otra universidad? Sabía que los Argentinos tenían literatura muy compleja: Borges, Cortázar, Sábato, Piglia... Suspiró: "¡Y yo como una tonta leyendo esta novela de María Dueñas para pasar el rato cuando debería centrarme en la literatura argentina a la que me voy a enfrentar en la universidad!".

Llegaron a Buenos Aires esa lluviosa madrugada del jueves. Entre el trayecto del taxi a la nueva casa de Diego, Mía pudo ver la hermosa arquitectura europea, tan distinta a la del Perú pero también tan distinta al pueblo argentino en el que había crecido. ¡Ya quería ver la ciudad de día!  Algo interrumpió su línea de pensamientos.

— ¡Ah bueno! — exclamó Mía empapándose con la lluvia, regocijándose con el barrio ostentoso en donde se había detenido el taxi.

— Tienen sus ventajas los doctorados... — se encogió de hombros Diego ayudando a bajar a Ariel de auto quien estaba fascinada con la lluvia.

— ¡Mira la pista está toda mojada! — se divirtió Ariel chapoteando desde la vereda. En Lima no existía esa magnitud de lluvia.

— ¡¿Y querías conseguirme una residencia universitaria aquí...?!

 — Ya te la conseguí — sonrió él. — ¡Cómo te gusta arruinarme las sorpresas! Mañana vamos para allá. Niña me estás mojando...

— ¡Es lluvia de verdad! — rió Ariel. — ¿Es esta casa blanca?

— ¡Sí Ariel! Vamos, no te olvides tu mochila....

— ¡Es enorme! — exclamó la niña recogiendo su mochila del taxi.

— Eres increíble — le dijo Mía a Diego dándole un beso en la mejilla y recogiendo su maleta.

La casa tenía una arquitectura antigua pero por dentro estaba renovada. Ariel se instaló en el primer piso y Diego en el segundo. De todas formas, quedaban dos habitaciones libres, una destinada a convertirse en el estudio de Diego y la otra para invitados.

— ¡Tiene chimenea! — exclamó Ariel asombrada. 

Las maletas ya habían llegado antes que ellos, pero a esas horas de la noche no se iban a poner a deshacer las maletas, por ello cada uno había llevado en su maleta lo necesario para dormir aquella noche. Diego y Mía hicieron las camas, acostaron a Ariel y cayeron agotados a pesar de la adrenalina que sentían de estar en un nuevo país y de comenzar una nueva vida.

Al día siguiente, cuando Mía se despertó Diego no estaba porque había ido a dejar a Ariel en su primer día de clases. Luego, a recoger su coche nuevo y después, como habían quedado, Diego regresó por ella y fueron juntos con un par de maletas con las cosas de Mía a la residencia estudiantil donde viviría.

Entre besos y castigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora