29. Tabaco

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Mía vio a Diego abrir la puerta y saboreó la impresión que produjo en él. Dedujo que él estaba planeando irse a dormir porque ya tenía puesta su pijama. El asombro por el atuendo de Mía le duró unos instantes. Diego cerró la boca intentando articular palabras coherentes. Ella le dedicó una sonrisa tentadora y entró a la casa. Entonces la sorpresa se convirtió rápidamente en enojo.

— ¿¡Mía, qué haces aquí?!  — inquirió con el entrecejo arrugado todavía algo anonadado.

Ella no pudo contestar porque en seguida Ariel, con su pijama de Disney puesta, corrió a abrazarla.

— ¡Mía! — exclamó abrazando las rodillas de ella que no podía agacharse mucho por su vestido. Ariel, después de mirarla un momento con los ojos brillantes, comentó con sorpresa genuina:  — ¡¡Pareces una princesa!!

Diego se acercó a Mía y le susurró al oído:

— ¿Ves lo que consigues?  — refunfuñó en voz baja.  — ¿Le vas a decir tú que ya no estamos juntos?

— Primero tienes que aclarar eso conmigo  — decretó Mía arqueando una ceja como solía hacer él. A pesar del evidente enojo de Diego, se pudo distinguir una curva en sus labios; le encantaba sentirse desafiado.

— ¡Te extrañé tanto, Mía!  — continuó Ariel sin percatarse de la manera en que se miraban Diego y Mía. La jaló de la mano hasta la sala y luego, la soltó haciéndole una señal para que la esperara: — ¡Voy a traer mi poni nuevo! ¡Te va a encantar! Es especial para hacerle trenzas, así como las que me haces tú a mí.

Aprovechando la ausencia de Ariel que había desaparecido rumbo a su cuarto, Mía volteó a Diego y con un tono de voz impetuoso le dijo:

— En mi mundo las personas que se aman no se rinden tan fácil  — le dijo recordando a sus mejores amigos y todos los años que llevaban juntos emparejados.

— En mi mundo las personas que se aman no se acuestan con sus exs.

— Entiendo tus inseguridades  — alegó ella. — Pero si te digo que eso no pasó, es porque es verdad.

Mía le acarició la nuca buscando tranquilizarlo, pero Diego se apartó mirándola con recelo. Ella se rió:

— ¡No puedo creer que estemos peleando por Andrés! No tiene ninguna importancia, ni si quiera siento nada por él. Si fuera Gian Lucca sería otra cosa  — se le escapó.

— ¿Ah sí? Cuéntame, pues, de Gian Lucca  — contestó enojándose aún más.

— No, digo... es que...  — tartamudeó ella mientras elegía qué palabras usar  — Gian Lucca fue mi novio de verdad. En cambio, con Andrés no pasamos de besos infantiles.  — Mía rodeó a Diego con sus brazos  — Para mí no significa nada, lo juro.

— Tu palabra ya no tiene valor, Mía. Eso me lo has enseñado tú.

— ¡Mira! ¡Mira! Aquí tengo el...  — regresó Ariel con un juguete entre las manos y una emoción que no le cabía en la sonrisa. Diego la miró con desaprobación.

— Ariel, estamos hablando los adultos. Anda a tu cuarto. — La interrumpió él con una voz cortante y fría. Ariel hizo un puchero y los ojos se le llenaron de lágrimas.

— No pasa nada si son cinco minutos  — contestó Mía desautorizando a Diego con una dura mirada de reproche que lanzó sobre él sin dudarlo. Se sentó en el sillón de la sala y llamó a la niña: — ¡Muéstramelo, Ariel! Me muero de ganas de conocerlo. ¿Qué nombre le pusiste?

— Mira, aquí está  — sonrió Ariel subiendo al sillón y exhibiendo con orgullo su nueva adquisición.  — Se llama Agustín Perochena.

Entre besos y castigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora