2. Recuerdos del orfanato

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Esa noche, Mía no podía dormir. Ya habían pasado varios años desde la última vez que fue castigada por Gian Lucca y apenas creía recordar cómo se sentía. Sus mejillas enrojecían al recordar la vergüenza de estar sobre las rodillas de su ex novio. Se acordó del ardor en sus nalgas, de estar llorando en un rincón mientras reflexionaba sobre lo sucedido, pero también de lo bien que se sentía ser perdonada y volver a los brazos de Gian Lucca. Tenía sentimientos encontrados. Finalmente, se quedó dormida y tuvo sueños muy extraños. Por eso, a la mañana siguiente se le vino vívidamente a la mente uno de los recuerdos del orfanato.

Mía tenía trece años. Ella y sus mejores amigas, Luciana y Candela, entraron a la clase y se sentaron donde siempre; en el fondo de la clase junto con sus novios de ese entonces: Andrés, Bautista y Fabricio. Ese día tenían una actividad en parejas bastante extraña en la que tenían que representar los abusos del patriarcado en una actividad específica escrita en la pizarra. Mía era muy joven aún para entender de qué se trataba todo aquello, pero las instrucciones de la actividad estaban bastante claras. Igual pensó en preguntarle después a Fabricio que acababa de cumplir dieciséis años; era el mayor del grupo, después seguían su novia Candela y Bautista con catorce años y finalmente Andrés, Luciana y Mía con trece.

La profesora Stella empezó la clase pasando asistencia. Mía pensó en lo caricaturesca que se veía desde su puesto. Los dedos huesudos de la profesora emergían de la tabla de madera para después levantar la cabeza como un búho que lograba transmitir autoridad por su imponente nariz aguileña. Luciana, una de sus mejores amigas levantó  la mano pero Stella no se inmutó, pues Luciana era una de las alumnas que más detestaba. Cuando pronunció el nombre "Valeria" se dio cuenta que le faltaba una alumna.

— ¿Valeria? — volvió a preguntar pero nadie contestó. Luciana tosió levemente en un intento de que Stella le diera la palabra. — ¡¿Qué querés mocosa?! — preguntó Stella irritada.

— Quería nada más avisarle que Valeria hoy está exonerada de esta clase, tiene permiso para quedarse en su cuarto.

— ¿¡Permiso de quién?! — bramó Stella. Ahora su clase estaba impar y no podría separarlos en parejas exactas. — ¿Quién fue el idiota que le dio permiso? — murmuró para sí pero en voz alta mientras, irritada, se pasaba detrás de la oreja un grueso mechón de cabello negro. 

—El director — añadió con frescura Luciana y toda la clase se rió.

—¡Mocosa insolente! — gritó Stella y su aliento a alcohol se hizo evidente para toda la primera fila de alumnos.— ¿¡Cómo se le ocurre hablar así del director?! ¿Acaso te volví a dar la palabra a vos? Esta es un orfanato de nivel. Aquí vas a aprender a comportarte vos, así que... — Stella hizo una pausa de unos segundos, que para Luciana fue una eternidad. — Voy a aplicarte un correctivo, en el recreo — Stella miró su reloj y siguió: — ¡UPS! El recreo ya paso entonces te lo tendré que dar al final de la clase, aquí mismo. — Soltó una risita malévola; al menos podría descargar su furia con una alumna que se lo merecía.

Luciana se puso colorada. Ella sabía la clase de correctivo que le esperaba. ¡Encima enfrente de todos! No subió la mirada pues sabía que todos la estaban mirando y no le apetecía saber cómo. En ese momento, Bautista, molesto por la injusticia que iban a hacerle a su novia, levantó la mano. Stella le dio la palabra:

— Señorita Stella, Usted hizo una pregunta y Luciana la respondió. ¿no cree usted que está exagerando con el casti...

— ¡Lo que faltaba! —lo interrumpió. — Otro mocoso impertinente que quiere decirme a mí cómo hacer las cosas. ¡Eso no se lo permito! Y ahora por contradecirme te castigaré a vos también. — Bautista se acurrucó amargado en su asiento mientras que su novia lo miraba con ternura por intentar defenderla.

Entre besos y castigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora