23. Tómmund

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─ Tocado.

Lenila sonrió, y se retiró para cambiar de arma. Esta vez escogió la pica. El constante jadeo mostraba claramente su cansancio, pero nunca se permitía descansar demasiado entre un combate y el siguiente. Lógicamente, esto también obligaba a Tómmund a tratar de acelerar su recuperación.

Tomar la medida a Lenila le había costado a Tómmund casi tres semanas de entrenamiento diario. Pelear con ella le exigía la máxima concentración, y los combates eran a veces tan largos que terminaba el día al borde de la extenuación. En cambio, su rival se mostraba abiertamente contrariada cuando Élenthal decretaba el final de la serie de derrotas a las que Tómmund era sometido en cada una de las sesiones. Aún así, tanto Élenthal como él mismo estaban más que satisfechos con la evolución. El propio Úthrich le había asegurado en más de una ocasión que nadie resistía tanto tiempo frente a la muchacha.

El modo de proceder de Lenila le parecía muy curioso. Disfrutaba cuando Tómmund era capaz de resistir una serie de movimientos de ataque que se prolongaban de forma interminable, y lo hacía aún más cuando era Tómmund quien intentaba alcanzarla durante otro buen rato. En cambio, cuando Tómmund mostraba algún signo de cansancio, Lenila mostraba un enfado fuera de lo común. Esto le hacía perder la concentración y cometer errores, lo que facilitaba la labor de Tómmund y la balanza se volvía a equilibrar.

─ ¡La ira nubla tu capacidad de razonamiento, Len ─ gritó Élenthal desde el estrado ─, y obnubila tus instintos! ¡Concéntrate, o te vencerá!

Esto hizo que Lenila se enfadara aún más, y Tómmund estuvo cerca de alcanzarla por primera vez. ¡Mierda, si no estuviera medio muerto la habría pillado, joder!

Tómmund aprovechó la ocasión y atacó de frente con sus dos espadas largas. Lenila retrocedió haciendo girar la pica y deteniendo a duras penas la acometida de su rival, pero era tan rápida, sus movimientos tan fluidos, que de algún modo consiguió penetrar la defensa de Tómmund y rozarlo en una pierna. Tuvo que contener la rabia.

─ Tocado.

─ ¡Muy bien, habéis estado muy bien! ─ dijo Élenthal mientras aplaudía con satisfacción ─. ¡Tómmund, has peleado como un viejo durante este último rato, maldita sea, parecías Réynor! ¡Y tú, Len, aprende a controlar esa ira, si en vez de Tómmund hubiera sido un Lobohombre de los jóvenes, te hubiera abierto en canal!

En ese momento, Réynor abrió la puerta de la pista de entrenamiento.

─ Élenthal, creo que Úthrich va a necesitar que le eches una mano, Ýgrail está causando problemas en el local de Berta. Y por cierto, te he escuchado, maldito engreído. ¡Ojalá hubieras nacido cincuenta años antes, te hubiera enseñado lo que significa manejar la espada!

─ Bien, combatientes, no olvidéis agradecer el esfuerzo realizado por vuestro rival. ¡Vamos, quiero escucharos dándoos las gracias mutuamente!

Tanto Tómmund como Lenila lo hicieron, aunque esta última frunció el ceño y retrocedió enfadada hacia la armería. Élenthal bajó del estrado de un salto y se acercó a trote a Réynor. Le dio un beso en la mejilla, que el anciano aceptó sin cambiar su gesto de enfado.

─ Creo que es la primera vez que no mientes sobre tu edad.

A Réynor se le escapó una carcajada.

─ Llévate al muchacho, bastardo, seguro que aprende algo.

─ Está bien. Vamos, Tómmund, Réynor cree que el lupanar tiene cosas que enseñarte. ¿Vienes, Len?

─ No. Prefiero buscar a Mur, será mucho más interesante que ir a recoger a un noble de sangre azul borracho a un lupanar.

En el vestíbulo de El Vigía, Úthrich y Ákhram esperaban a Élenthal. Sin dar demasiadas explicaciones, Ákhram guió al grupo a través de las atestadas calles hacia una zona a la que Tómmund no había acudido jamás, ni siquiera cuando había recorrido la mayor parte de la ciudad en busca de plantas que destacaran por alguna de sus cualidades o que bien le eran desconocidas. Entrar en Bolsillo Roto transportó a Tómmund a una ciudad absolutamente diferente de la que había visto hasta entonces. Las sucias y estrechas callejuelas por las que transitaron, aún más claustrofóbicas debido a que muchas de las paredes de los edificios se encontraban combadas y casi en estado de ruina, diferían mucho de las que formaban parte de las zonas exploradas con anterioridad. Se cruzaron con decenas de personas que practicaban la indigencia, con niños sucios y harapientos que los perseguían bien para obtener limosna o simplemente por diversión, y en más de una ocasión Tómmund tuvo que esquivar a perros que defendían la puerta de un edificio de aspecto bastante insalubre. Ákhram y Élenthal se adelantaron unos pasos, mientras Úthrich y Tómmund trataban de seguir sus pasos.

Los Cazadores Negros. Tomo  IntegralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora