33. El Cortadero

18 9 1
                                    

Moscas.

El zumbido de decenas de moscas.

Luz. Es de día. Sabe a tierra, a tierra y a sangre. Estoy vivo.

Rénald se encontraba tumbado boca abajo, con la cabeza ladeada. Entreabrió los ojos y vio la hojarasca que cubría el suelo del bosque. Apoyó los codos en el suelo para tratar de incorporarse, pero un agudo pinchazo en el cuello lo obligó a desistir del intento. El lado izquierdo de la cara dolía como si... ¿Como si hubiera sido golpeado por el brazo de un Lobohombre?

Giró el cuerpo para ponerse boca arriba, y vio que había caído por un pequeño terraplén. Arriba estaban las moscas. Se agarró la cabeza con las dos manos de modo que pudo estabilizar su cuello y ponerse de rodillas. Cuando se irguió y su vista venció la altura de la zanja a la que había caído, vio al licántropo muerto sobre el follaje. Ron se encontraba tumbado sobre el Lobohombre, con la mandíbula aún cerrada sobre su cuello, y los intestinos desparramados sobre el ser abominable.

¡Ron! ¡No, joder, Ron!

Caminó hacia los dos cadáveres y se arrodilló ante ellos, sosteniéndose la cabeza con una mano mientras acariciaba a su perro con la otra.

Gracias, amigo, gracias.

Se fijó en el grueso collar de cuero del Lobohombre, y se tumbó a su lado para poder utilizar las dos manos y extraerlo. Ron había clavado su poderosa dentadura por debajo de la altura protegida por el collar, y había destrozado la tráquea de la bestia. Rénald se hizo con la gruesa tira de cuero y la forró mediante varias de las correas de su propio uniforme, de modo que pudo ajustársela sobre su propio cuello. El alivio llegó enseguida, y pudo incorporarse con mayor facilidad. Se irguió y vio la mancha seca producida por el chorro de sangre que había manado del lateral del cuello del licántropo, después de haber sido herido de muerte por Dama.

Dama, mi querida Dama, ¿Dónde estás?

El cuerpo musculado de la perra se encontraba tirado a quince pasos, y Rénald caminó hacia ella en cuanto la vio. Se agachó con los ojos llenos de lágrimas, y acarició su cara. Entonces Dama emitió un débil gemido.

¡Joder! ¡Dama! ¡Sí, joder!

Obviando el intenso dolor, Rénald metió los antebrazos bajo el cuerpo de Dama y se incorporó. Dolía como si mil demonios se dedicaran a clavarle agujas detrás y en los laterales del cuello. Se pegó el cuerpo de la perra al pecho, y sintió su leve respiración. Después caminó.

Dolerá, pero será después. Camina Rénald, camina o muere aquí mismo. Duele, duele, duele...Resiste, pequeña, resiste, iré tan rápido como pueda.

Caminó tan rápido como pudo, y aunque tropezó varias veces, no cayó en ninguna de ellas. Bordeó el Lago de Cristal y descendió a través de los bosques, sumido en una nube de dolor, pero con un objetivo fijo y cada vez más cercano.

Una hora, Rénald, solamente una hora de dolor. No puedes desfallecer ahora, tendrás tiempo después, todo el tiempo que quieras, pero no ahora. Ahora debes correr.

Aceleró el paso en cuanto llegó al llano, y fue ganando velocidad a medida que entraba en calor y el dolor se disipaba. Dama gemía de vez en cuando, alimentando la llama de esperanza que ardía en el corazón del Cazador Pardo y haciendo que el dolor fuera una especie de nube de vapor que, aunque confundía sus sentidos, también evitaba que fuera plenamente consciente del cansancio y del tremendo esfuerzo que estaba realizando. Antes de una hora divisó la roca donde se encontraba el eremitorio, y corrió hacia ella.

─ ¡Levon! ¡Levon, ermitaño! ¿Dónde estás?

Los perros de Levon corrieron hacia él, saltaron a su alrededor y lo acompañaron hacia la entrada a la cueva, de donde Levon salía mostrando una expresión de honda preocupación.

─ ¡Rénald! ¿Qué te ha pasado, muchacho?

El ermitaño condujo a Rénald al interior del eremitorio, donde tumbaron a Dama sobre un mullido montón de paja.

─ Un Lobohombre, Levon, llevaban a un puto Lobohombre. Dama y Ron lo mataron.

─ Ron...

─ Dama le destrozó la yugular y la carótida, y Ron le rompió la tráquea. De no haber sido por ellos, ahora yo estaría muerto.

Levon reconoció las heridas de Dama, y no tardó en localizar el mordisco en el pescuezo.

─ Da gracias a que Dama tiene el cogote de un buey, pero... ─ Levon miró a Rénald de modo taciturno ─. Ha sido mordida por un Lobohombre.

─ No conozco a ningún animal que haya sido mordido por uno. ¿Qué es lo que ocurre, ermitaño?

Levon hizo un gesto de negación.

─ Nadie deja que ocurra.

─ No voy a sacrificar a Dama, Levon ─ respondió Rénald con firmeza ─. Debemos curarla, después veremos.

El eremita asintió con la cabeza, y cogió a la Dama por los cuartos traseros.

─Entonces ayúdame, tenemos que encerrarla en una jaula.

Los dos hombres tumbaron a Dama en el interior de una gran jaula de barrotes de hierro, sobre un montón de helechos. Después Levon llenó un cuenco de agua y lo puso al lado de la perra.

─ ¿Y tú, muchacho? ¿Estás bien?

─ Lo mío curará, solamente necesito descansar durante unos días. Te compensaré por esto, Levon, llenaré este agujero de pan, queso, harina, y carne y pescado curados. Y vino, mucho vino.

─ No bebo.

─ El vino es para cuando venga yo.

Rénald durmió durante más de catorce horas, hasta que lo despertó el sonido de un perro bebiendo de un recipiente. Se levantó sobresaltado y el dolor del cuello envolvió toda su cabeza. Cuando se giró hacia la jaula, vio a Dama incorporada y bebiendo con avidez.

─ ¡Dama, Dama! ─ exclamó acercándose a la perra y arrodillándose ante ella.

Metió la mano entre los barrotes, y Dama lo miró. Rénald saltó hacia atrás y cayó apoyando su trasero en la roca. Dama lo miraba mediante sus ojos amarillentos y provistos de una pupila vertical y alargada.

─ Te lo advertí, Rénald ─ la voz de Levon sonó a su espalda. El ermitaño traía medio corzo despellejado, y lo dejó caer ante la jaula ─. Es la cuarta vez que se levanta. Ya se ha comido un corzo.

Rénald miró asustado a Dama, y aunque su comportamiento no parecía diferir del habitual, no se atrevió a tocarla.

─ ¿Es más...?

─ ¿Grande? Así lo parece. Despertó durante la noche, me acerqué a ella y movió la cola. Rellené el agua desde el exterior, y le di de comer. Quebró los huesos del corzo como si se trataran de un puñado de ramas secas, y cada hora despierta y vuelve a comer y a beber. Su musculatura ha crecido, y diría que sus patas son más largas que antes. Se le está anchando la cara, y sus colmillos... bueno, sus colmillos son casi tan grandes como mi dedo pulgar.

Rénald se volvió a acercar a la jaula, y cuando Dama terminó de comer y beber metió su brazo entre los barrotes. La perra agachó la cabeza mientras resoplaba y se relamía los labios, y se frotó la cabeza con la mano que el Cazador Pardo tenía extendida hacia ella. Rénald miró a Levon y sonrió.

Los Cazadores Negros. Tomo  IntegralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora