1. Amigos de la infancia

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Tener un amigo de la infancia era algo lindo. Una persona a la que conoces de años con la que pasas buenos momentos y los recuerdos de sus aventuras son abundantes. Alguien con quien sientes una confianza inmensa, permitiéndote comportarte de la manera más tonta sin miedo a avergonzarse. La sensación de tener dos casas; dos familias. Saber que tendrás a alguien para apoyarte siempre que lo necesites.

Así era la relación de Kenma y Kuroo, quienes se conocían hace ya nueve años y estaban juntos prácticamente todo el día, todos los días.

Si bien Kuroo era una persona bastante normal en cuanto a socializar se refería, Kenma se comportaba más libremente cuando sólo estaban ellos dos. Su cara sonriente, el sonido de su voz cuando se emocionaba, gritos de enojo que soltaba de vez en cuando; todo eso era conocido únicamente por un grupo reducido de personas, y Kuroo tenía la dicha de formar parte de aquel club. Incluso había ciertos aspectos que Kuroo no mostraba con nadie más que con su mejor amigo o cosas que sólo hablaba con él. Nunca cuestionaron la comodidad que flotaba a su alrededor, de hecho, la daban por sentado.

No había nadie en casa de Kuroo la mayoría del tiempo, por lo que se la pasaba con Kenma haciendo cualquier cosa —jugaban videojuegos hasta que Kenma se apiadaba de su compañero y accedía a practicar vóley—. La señora Kozume apreciaba mucho a Kuroo, incluso le asombraba lo bien que parecía llevarse con su hijo en tan poco tiempo de haberse conocido.

Creciendo juntos desde los siete y ocho años, su relación se parecía a la de un par de hermanos, sobre todo cuando tenían sus discusiones de sí y no para probar quien tenía la razón. "Es lindo como se enoja cuando yo tengo la última palabra" pensó alguna vez Kuroo, reaccionando instantáneamente ante el adjetivo que había resonado en su cabeza. Lindo. Seguramente no era nada importante, así que lo dejó pasar.

Pronto fue prestando extraña atención a cada movimiento que hacía Kenma. Miraba directo a sus ojos al escucharlo hablar sobre algún videojuego —cosa que a Kenma no le gustaba, odiaba sentir ojos sobre él, pero no era tan incómodo cuando era Kuroo quien lo hacía—, disfrutando de las chispas de emoción que estos desprendían; seguía los movimientos que hacía cuando colocaba el balón; divisaba sus mejillas teñirse de matices rojizos y rosados cuando el calor y el esfuerzo físico eran demasiado —demasiado en estándares de Kenma—; entre muchos otros diminutos detalles alrededor de la existencia de su amigo.

Pensaba que simplemente le gustaba ver el progreso —aunque fuera muy pequeño— en las habilidades sociales de aquel chico rubio, pero vamos, la mayoría de cosas que observaba con detenimiento no tenía nada que ver con aquello.

El poco contacto físico que tenían ocasionalmente —Kuroo era ligeramente cariñoso, abrazando a Kenma cuando alguna jugada les salía bien después de tantos intentos; Kenma solía recargarse en Kuroo mientras prestaba toda su atención a sus juegos del PSP—, ahora no era suficiente. Ninguno de los dos era excesivamente cariñoso, pero de alguna manera el pelinegro sentía que su cuerpo iba a explotar si no atrapaba a su amigo entre sus brazos.

Finalmente dejó de fingir no saber nada y empezó a pensar seriamente en el asunto.

—Bien, es cierto que siento fuegos artificiales explotar dentro de mi pecho cada que veo a Kenma, pero eso no significa que me guste ¿verdad? —Hizo una ligera pausa, prestando atención a lo que había dicho. Ahogó un grito contra su almohada y continuó —¡Estoy perdido! ¡Es obvio que estoy enamorado! ¡DE MI MEJOR AMIGO! —Su situación actual le recordaba a las miles de películas adolescentes con la misma trama cliché: romance entre mejores amigos. Desafortunadamente, esta era la vida real, y no tenía garantizado ningún final feliz.

Casi al instante algo hizo click en su cabeza, se dio cuenta de lo básico minutos después de haber hecho semejante drama. Kenma era —es— un hombre. Aunque no es que eso le importase a Kuroo. Nunca había pensado en sus preferencias, pero no tenía problema alguno con gustar de alguien de su mismo sexo, fuera Kenma o no. Un fiel creyente de que el amor era amor independientemente del género de las personas.

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