manuscrito de Tlatelolco

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Lectura de ''los cantares mexicanos.''

Cuando todos se hallaban reunidos

los hombres en armas de guerra cerraron

las entradas, salidas y pasos.

Se alzaron los gritos.

Fue escuchado el estruendo de muerte.

Manchó el aire el olor de la sangre.

La vergüenza y el miedo cubrieron todo.

Nuestra suerte fue amarga y lamentable.

Se ensañó con nosotros la desgracia.

Golpeamos los muros de adobe.

Es toda nuestra herencia una red de agujeros.


Las voces de Tlatelolco

Eran las seis y diez. Un helicóptero

sobrevoló la plaza.

Sentí miedo.

Cuatro bengalas verdes.

Los soldados

cerraron las salidas.

Vestidos de civil, los integrantes

del Batallón Olimpia

—mano cubierta por un guante blanco—

iniciaron el fuego.

En todas direcciones

se abrió fuego a mansalva.

Desde las azoteas

dispararon los hombres de guante blanco.

Disparó también el helicóptero.

Se veían las rayas grises.

Como pinzas

se desplegaron los soldados.

Se inició el pánico.

La multitud corrió hacia las salidas

y encontró bayonetas.

En realidad no había salidas:

la plaza entera se volvió una trampa.

—Aquí, aquí Batallón Olimpia.

Aquí, aquí Batallón Olimpia.

Las descargas se hicieron aun más intensas.

Sesenta y dos minutos duró el fuego.

—¿Quién, quién ordenó todo esto?

Los tanques arrojaron sus proyectiles.

Comenzó a arder el edificio Chihuahua.

Los cristales volaron hechos añicos.

De las ruinas saltaban piedras.

Los gritos, los aullidos, las plegarias

bajo el continuo estruendo de las armas.

Con los dedos pegados a los gatillos

le disparan a todo lo que se mueva.

Y muchas balas dan en el blanco.

—Quédate quieto, quédate quieto:

si nos movemos nos disparan.

—¿Por qué no mc contestas?

¿Estás muerto?

—Voy a morir, voy a morir.

Me duele.

Me está saliendo mucha sangre.

Aquél también se está desangrando.

—¿Quién, quién ordenó todo esto?

—Aquí, aquí Batallón Olimpia.

—Hay muchos muertos.

Hay muchos muertos.

—Asesinos, cobardes, asesinos.

—Son cuerpos, señor, son cuerpos.

Los iban amontonando bajo la lluvia.

Los muertos bocarriba junto a la iglesia.

Les dispararon por la espalda.

Las mujeres cosidas por las balas,

niños con la cabeza destrozada,

transeúntes acribillados.

Muchachas y muchachos por todas partes.

Los zapatos llenos de sangre.

Los zapatos sin nadie llenos de sangre.

Y todo Tlatelolco respira sangre.

—Vi en la pared la sangre.

—Aquí, aquí batallón Olimpia.

—¿Quién, quién ordenó todo esto?

—Nuestros hijos están arriba.

Nuestros hijos, queremos verlos.

—Hemos visto cómo asesinan.

Mire la sangre.

Mire nuestra sangre.

En la escalera del edificio Chihuahua

sollozaban dos niños

junto al cadáver de su madre.

—Un daño irreparable e incalculable.

Una mancha de sangre en la pared,

una mancha de sangre escurría sangre.

Lejos de Tlatelolco todo era

de una tranquilidad horrible, insultante.

—¿Qué va a pasar ahora,

qué va a pasar?

Jose Emilio Pacheco

Tlatelolco 1968Donde viven las historias. Descúbrelo ahora