Espejito, espejito

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"Mirror, mirror on the wall,
who's the fairest of them all?"

Yacía allí hacía tanto que ya sentía que nunca había estado en otro lugar; el agua ya se había enfriado y la luz que hasta hacía algunas horas entraba por la ventana se desvanecía para darle lugar a la noche. Yacía así, casi a oscuras, con medio cuerpo bajo el agua que rodeaba su figura dejando al descubierto parte de ella.

Nunca sintió tanto miedo – estaba sola, desnuda, indefensa. Y mientras la música que sonaba de fondo parecía cada vez más lejana, opacada por las voces en su cabeza, observaba su cuerpo y absorbía cada detalle, cada imperfección, y pensaba cuán feliz sería si su abdomen fuera un poco más plano, y su cintura un poco más delgada, y sus piernas un poco más torneadas, y sus muslos lo suficientemente estrechos como para no tocarse, y qué lindo sería si pudiera ver sus costillas a través de su piel o si los huesos de la cadera sobresalieran resaltando en el final de su vientre o si su clavícula abultara un poco más.

Luego de lo que parecieron años, salió de la bañera y sin cubrirse, se paró frente al espejo poniendo especial atención a todas esas fallas que había descubierto, tocó su abdomen, no gentilmente, sino con repulsión, colocó sus manos en sus muslos, y mientras sus uñas rasguñaban su piel, sintió náuseas, la imagen que veía en el espejo le causaba náuseas y una lágrima (que luego se convirtió en cataratas de agua salada) rodó por su mejilla, odiaba la imagen que veía, odiaba ese reflejo que era ella.

Se refugió en su habitación, donde lloró hasta quedarse dormida, sin sospechar que en ese lugar, en esa misma cama, iba a pasar más tiempo del que podía imaginarse, escondiéndose del mundo, tratando de huir.

Cuando despertó se sintió abrumada por los hechos de la noche anterior, por primera vez en su vida no tenía ganas de levantarse –no, no como esos lunes por las mañanas que no quería dejar su cama porque se había desvelado la noche anterior y solo quería dormir- sino que no quería despertarse, quería dormir todo el día para que no regresen todos esos pensamientos que la hacían sentir como si se estuviera ahogando.

A partir del momento en que logró levantarse, su vida se convirtió en una rutina: todos los días durante meses, lucharía con su consciencia para abandonar la seguridad que le brindaba su habitación, se prepararía para ir a la escuela, rechazaría el desayuno que su madre le preparara con la excusa de "no tengo hambre tan temprano", pasaría todas sus mañanas en el colegio, y al llegar a su casa dormiría hasta la hora de la cena, se bañaría, se iría a dormir y al otro día, repetiría el proceso.

Supuso que comer un poco menos la ayudaría a mejorar sus defectos, convertidos en inseguridades. Y así lo hizo, comenzó disminuyendo un poco los alimentos que consumía, convenciéndose a sí misma que el hambre que sentía no era cierto, con el correr del tiempo pensó que, quizás, podía evitar el almuerzo, o la cena. Pero nada la ayudaba, porque cuando se miraba al espejo, éste le devolvía una imagen que la seguía repugnando, incluso más que antes.

Tuvo que tomar medidas extremas, mas ya no toleraba lo desagradable de su figura, la incomodaba su propia piel y la idea de que alguien más viera lo que ella, era simplemente... ni siquiera podía encontrar palabras para describirlo. Entonces cambió todo lo que hasta entonces conocía: no más ropa ajustada, nada que resalte su cuerpo; nada de golosinas, nada de papas fritas, en lo posible nada de comer en absoluto. Estableció ciertas reglas tácitas en el contrato que había firmado con ella misma:

1. No comer de más.

2. No comer porque sí.

3. No comer sin hambre.

4. No tener hambre.

Y fue de esta manera que comenzó su carrera contra la báscula, una carrera que jamás pensó se escaparía tanto de su control. No pasó mucho tiempo hasta que dejó de sentir hambre y su peso disminuyó considerablemente, todos se lo decían, menos el espejo; sí notaba que ahora sus huesos asomaban un poco en su piel y empezaba a distinguir una mínima separación entre la parte superior de sus piernas, pero no era suficiente, seguía viéndose, seguía sintiéndose gorda. Se le fue la última fracción de autoestima que le quedaba.

Camino de idaWhere stories live. Discover now