CON UN BESO. HANK

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 Dedicado a Anabel Pinedo

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 Dedicado a Anabel Pinedo. Gracias por todo, muñeca. 

— ¡Basta! —gritó Hank molesto al ver a su madre rogar por una gota de alcohol, la vieja Queta Olson alzó la mirada y limpió sus manos arrugadas en su camisa color rosa palo. Ella tembló cuando vio a su hijo mayor acercarse, el ceño fruncido y pasos fuertes, imponente tal como lo fue Lucas Olson.

No era su culpa estar así una vez por mes, pero desde que su marido se cayó del caballo nada volvió hacer lo mismo, desde que Irene dejara a Hank, tal vez ella debía ser de ayuda, tal vez darle consuelo, pero ver como el amor de su vida se consumía la derrumbó por completo.

¿Por qué la vida a veces solía ser cruel? Siempre fueron una familia feliz, lo tenían todo y con todo se referían al amor, comprensión y respeto, pero aquella caída y unión de Hank con Irene solo trajo amargura a la vida de los Olson.

Hank se acercó, apretó los puños y escuchó los murmullos atrás suyos, las miradas de tristeza por verlo rescatar como cada vez a su madre se hundía en la bebida y luego ser la comidilla del pueblo por el abandono de su esposa, y aunque habían pasado años; el pueblo no olvida, era su recordatorio constante que no fue lo suficiente hombre para Irene.

Queta pasó saliva cuando Hank sacó unos billetes de su pantalón, con fuerza los dejó en la barra y entre dientes masculló al amigo de ella:

—Espero que esta vez me hagas caso, Mario y no vuelvas a vender una sola copa a mi madre —pidió y el cantinero miró a la vieja Queta que tenía los ojos fijos en sus botas que en su mejor momento fueron café—. Si vuelves hacerlo, te prometo que haré todo para cerrar este maldito bar.

—Pero Hank, ¿cómo me pides que le prohibida? ¡Tú conoces a tu madre!

— ¡Cerraré este maldito lugar! —gritó enfurecido y todos dieron un brinco, pero no todos le tenían miedo, no todos como era el caso de Octavio Rayer, el abogado de ese lugar y el querido, en las próximas elecciones su cara estaría pegada en cada esquina.

—Parece que a la vieja Queta se le olvidó enseñarte a respetar, ¿o fue que Irene se los llevó así como tu dinero y dignidad? —algunos le lanzaron una mirada de advertencia. Hank esbozó una sonrisa fría, sus ojos azules brillaron con malicia mientras se iba girando lentamente. Queta sostuvo el brazo de su hijo, pero él apenas y la miró.

—Eres tú quien no sabe respetar —señaló avanzando con lentitud quedando a pocos centímetros del idiota abogado que se mostraba como una oveja mientras era un lobo—. Es señora Olson, no vieja Queta. Así que aprende a dirigirte a las personas mayores maldito niño mimado.

—Eres tú el mimado, te crees con el poder de cerrar bares y lugares para que tu madre no se acabe... —pero no terminó la oración cuando Hank alzó su puño estrellándolo en su mejilla con fuerza tirándolo sobre la mesa. Todo quedó en un silencio sepulcral cuando vieron al abogado caer sobre la mesa y esta romperse, cuando lo escucharon gemir y ver su nariz rota. Otra vez Hank lo había hecho.

EL HILO ROJO Y NO DEL DESTINODonde viven las historias. Descúbrelo ahora