Capítulo 2.

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Las leyes callan cuando las armas hablan.

-Cicerón.

Desperté dentro de un pasillo grueso, un poco mareado. Era un vagón de tren, pues podía escuchar el estruendoso sonido de la maquinaria. Las ventanas estaban cubiertas con unas cortinas color rojo. Podía ver un hombre joven sentado delante de varios monitores, junto con otros artilugios informáticos. El chico era de cabello oscuro y llevaba ropa deportiva muy cálida para el clima frío del país, también llevaba puestos unos audífonos negros.

Delante de la puerta que daba al otro vagón, había un fornido hombre de cabello corto y de color negro. A pesar de que llevaba un uniforme militar junto con una ametralladora ligera, tenía una expresión muy amigable, luego descubriría que su nombre es Alphonse.

Leyna y yo estábamos atados a dos sillas de madera, frente a los soldados de la guerrilla, donde destacaba una en particular. Un mujer no muy alta vestida con ropa militar oscura, y llevaba colgando un arma semi-automática negra con una mira de punto rojo. Su cabello era de color rojo y lo llevaba sujeto con una cola de caballo. Sus ojos eran de color café pero mostraban una alma asesina y sin piedad hacia nadie.

-Buenas tardes- dije. La mujer de cabello rojo sólo apartó su mirada de mí, mientras que Alphonse me sonrió de manera amable.

-Hola- dijo Alphonse.

Volteé a ver a Leyna, que parecía estar analizando minuciosamente el lugar. Seguía cansado por culpa del sedante, y aproveché que Leyna estaba cerca mío y recosté mi cabeza en su hombro.

-Lucen muy tranquilos, niños -dijo la mujer de cabello rojo con una voz amenazante.

-Un poco- decía Leyna con una voz retadora- Y tu luces un poco frustrada, parece que no tendrás el derecho de interrogar a Emil como tu lo deseas.

Con enojo, la mujer se acercó a Leyna y yo me hice a un lado de ella. La mujer puso su bota sobre el muslo de Leyna y acercó su rostro a ella, viéndola frente a frente, a lo que Leyna se mantuvo firme para confrontarla.

-¿Eso crees, niña? A ti también te interrogar para saber sobre tu relación con el chico, tal vez no los conozca muy bien. Pero sé cómo se comportan las niñas como tu, te aseguro que serás la primera en romperte en llanto, rogando a que alguien te ayude, porque sin el poder adquisitivo de tu familia no eres nada.

-Eso espero- dijo Leyna.

Instantáneamente, el tren comenzó a detenerse lentamente, sorprendiendo a todos.

-¿Qué ocurre?- dijo la mujer apartándose de Leyna.

Alphonse se acercó a un costado del vagón, abrió un poco la cortina y vio rápidamente al exterior. Segundos después cerró la cortina y volteó a ver a la mujer con la que se dirigía como "señora".

-Hay una parada delante, no hay de qué preocuparse, sobornamos a los trabajadores para que nos dejen pasar sin revisarnos- dijo Alphonse.

Me pareció un poco triste que los hayan sobornado, la guerrilla no tiene muchos recursos así que lo que les ofrecieron no fue algo muy grande, las personas se conforman con unos cuantos billetes, pues viven con lo mínimo. La reconstrucción del país por parte del Emperador fue una cambio muy radical y sin piedad, hubo miles de personas que murieron con la nueva organización del país.

Varios minutos después, nuevamente el tren dio marcha.

-¿A dónde vamos?- pregunté.

-Iremos a un cuartel donde nos están esperando- dijo la "señora".

-Debes ser una sorprendente mujer para llevar a cabo esta operación, ¿qué crees que te den por tu gran misión?- le dije con una voz seria.

-Yo no necesito un premio por un simple trabajo bien hecho.

-Tu trabajo no se conside......- decía hasta que Leyna me interrumpió.

-Cállate, Emil- me dijo con una voz seria- Disculpalo, es muy engreído- le dijo a la jefa de forma condescendiente.

Sin entender, la mujer no dijo nada, solamente apartó su mirada de nosotros.

-Señorita, ¿puedo ir al baño?- preguntó Leyna.

-Rápido, yo te llevaré.

Alphonse desató la cuerda de Leyna por orden de su jefa, mientras que ella le apuntaba con su pistola. Leyna caminó al fondo del vagón, mientras que iba siendo custodiada apuntándole con un arma. Un minuto después, se escuchó que la puerta del baño golpeó a la mujer que cuidaba de Leyna, y rápidamente Leyna tiró su arma al piso y la pateó fuertemente hacia donde estaba yo atado, aunque no la podía tomar.

De pronto, fuertes pasos provenientes de otro vagón retumbaban el piso. Eran cinco soldados vestidos completamente de negro, con chalecos antibalas y muy bien armados.

La rehén de Leyna aprovechó el momento y rápidamente escapó hacia donde estaban sus compañeros, a pesar de que uno de los soldados le apuntó y le disparó, no acertó ningún disparo, con Alphonse cubriendo su retirada hacia los siguientes vagones.

Tres soldados marcharon hacia el siguiente vagón. El chico que estaba delante de los monitores no logró escapar, en su caso, uno de los soldados lo tiró bruscamente al piso y le puso unas esposas. Entonces, ese mismo soldado cortó mi nudo con un cuchillo de combate que llevaba en su pierna derecha. Mientras, el otro soldado que se había quedado en el vagón, empujó a Leyna contra la pared y ella no se resistió.

-Suéltala, ella es mi escolta- le dije al soldado seriamente, no me había enojado, pues era un procedimiento de rutina que ellos debían de hacer.

-Nadie nos informó de ella- me respondió él soldado que me había desatado.

-Pues yo ya les informé, les ordeno que la dejen de inmediato.

-Usted no tiene el permiso de darnos orden- dijo el soldado que revisaba a Leyna. El soldado comenzó a revisar a Leyna lentamente, aunque con una simple vista podías ver que no llevaba nada sospechoso; el soldado levantaba la falda de Leyna lentamente, a mí parecer eso no era una revisión, Leyna se veía disgustada e incómoda, eso era un abuso de autoridad.

Aún sentado y sin que nadie me viera, tomé el arma que anteriormente Leyna había pateado hacia mí. Luego, le disparé al soldado que revisaba a Leyna, murió instantáneamente al recibir la bala en la cabeza. Antes de que el otro soldado pudiera hacer algo, le disparé en la pierna derecha, tirándolo al piso por culpa del dolor de la bala. Sin apartarlo de mi vista, me levanté de mi asiento con ayuda de mi bastón que afortunadamente estaba cerca mío, ya de pie, alejé el fusil del soldado con mi pie.

Leyna tomó las esposas del cadáver del otro soldado y se las puso al otro. El chico que estaba esposado en el piso tenía una mirada un poco aterrorizada por culpa de lo habíamos hecho.

-Tal vez ya hayan acabado con los otros- le decía a Leyna- Son soldados de Operaciones Especiales. Pronto vendrán, iré a ver los siguientes vagones, tu revisa los demás en busca de soldados y en caso de que escuches disparos, ya sabes qué hacer.

Con su arma en mano, Leyna acató mi orden y se marchó a los demás vagones.

Larga Vida al ImperioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora