Capitulo I
La lluvia azotaba de nuevo el cielo gallego. Era una costumbre que había vislumbrado desde sus primeros recuerdos. Nunca le incomodó, más llegaba a hastiarse cuando durante cuatro días no veía apenas un rayo de sol amasar los verdes pastos, una muchacha de quince años gustaba del sol en el rostro y la brisa cálida.
Tocó el cristal para sentir el traqueteó infernal de las gotas, parecía que la lluvia se desistía a abandonarles, más por los destellos blancos que vio ocupar el cielo supo que aquella noche habría tormenta. Suspiró con desgana, ella odiaba la lluvia. Cada vez que esta se presentaba, la enclaustraba en esas cuatro paredes a las que se veía obligada a llamar hogar y la arrebataba de sus gloriosos momentos en el jardín, del cosquilleó delicado que ejercía la fina hierba en la planta de sus pies, del olor de las camelias y los piares alegres de los pájaros, de la sombra que aquel castaño de vigorosas dimensiones la daba para resguardarse del calor insano que a veces se imponía a la lluvia, del sublime pero arrullador susurro del riachuelo que surcaba la finca sumiéndola en un apacible sueño, todas aquellas cosas parecían demasiado lejanas cuando la lluvia se empecinaba en bañar todo.
-Baje del alfeizar señorita Aurora.
Miró a su izquierda con el semblante ensombrecido y plantó cara a la estirada mujer que se abría paso por el corredor. La señora Castro, era inconfundible a sus ojos, después de todo desde sus seis años había sido la encargada de su educación en aquella casa. Para ella era una mujer de la que jamás guardaría buen recuerdo, era antipática, demasiado correcta y sus métodos de castigos viles. Su comportamiento era comparable a su físico, que podía ser comparado con en el de un anima que surcaba los caminos buscando transeúntes nocturnos a los que arrancar el aliento o al de una urraca en busca de carroña de la cual alimentarse. Simplemente insufrible.
Podía recordar cada azote que le había propinado y cada bofetón, incluso sus duras palabras acerca de su tosco comportamiento. La llegó a comparar con el mismísimo diablo el día que había pegado con una fusta al jactancioso de su primo Rui, después la hizo rezar hasta que la boca se le quedó seca y las rodillas le dolían del tiempo que estuvo postrada sobre la dura piedra de la iglesia. Ojala Dios la augurara un destino horrible a aquella mujer. No podía desear nada bueno hacía ella, en el fondo sabía que aunque sus palabras fueran crueles y poco cristianas estaba al tanto de que la mujer que tenía en frente no dudaría ni dos minutos en enviarla de un puntapié al lugar más recóndito e inhóspito del planeta.
-Debería estar leyendo como sus primos.
- Que yo recuerde a estas horas debería estar en el jardín.
- Tan propio de usted… correteando como una salvaje.
Mantuvo sus labios apretados conteniendo los mil y un improperios que hubiera sido capaz de soltar si no temiera una represión luego. Odiaba aquella mujer por encima de sus posibilidades y eso que se consideraba a ella misma una persona afable de trato.
Pasó por su lado sin si quiera dedicarla una mirada fulminante que por lo menos la otorgara la victoria de la batalla. Se iría lejos antes de que una imprudencia mandara al traste su serenidad. Caminó por los corredores, hasta llegar a la refinada puerta de roble con tallados en los bajos, supo entonces que se encontraba a dos pasos de la sala de lectura. Después de todo no le quedaba más lugar para estar.
No era muy grande, ni tampoco acogedora. Era sobria, con el encanto frío y penumbroso que poseía toda la casa, nunca había demasiadas cosas. Solo lo indispensable. No es que ella fuera de gustos recargados más todo allí le parecía triste y mustio, tampoco es que aquella sensación dejara de invadirte cuando llegaba el verano y las flores abrillantaban los campos, dentro seguía siendo un cementerio de polvo en las esquinas. Aquella sala en si no contaba con más de cuatro estanterías de caoba oscura repletas de obras literarias, una escritorio que hacía juego y cuatro sillas de tapetes rojos alrededor de aquella imponente chimenea de piedra. Sí, era lo más hermoso y vivo de aquella sala; ya fuera solo por el fuego que burbujeaba en sus entrañas.
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Océanos de Sangre.
Historical FictionAurora Ruiz Pazos no había tenido buena vida aún con aquella privilegiada posición social. Vivir con su tía y primos no era algo que ella hubiera deseado. Pero las cosas siempre pueden empeorar, es obligada a viajar al nuevo mundo para ser desposada...