Capitulo II

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                                                                                 Capitulo II 

Después de dos días el sol volvió a brillar en la bóveda celeste, más ella lo veía distinto, había algo en su luz que parecía desalentarla. Quiso retractarse porque después de todo el sol seguía siendo el mismo. Ella no.  

Se tumbó bajo el castaño y su vista se dirigió a las hojas que se arremolinaban espesas cubriéndola de los rayos de sol que apenas se vislumbraban como puntitos amarillos. Un nudo se formó en su estomago. Una vocecilla en su cabeza le había dicho “Será la última vez que veas esto” y no podía decir que mentía. 

Inconscientemente se aferró a la hierba y sintió el contacto frío de la tierra enterrarse entre su carne y las uñas. Nada de lo que hiciera podría anclarla a su presente, el futuro nunca había dado tanto miedo como en aquel entonces. Pensó, esta vez con alegría, que ojala fuera un roble o un castaño porque así jamás tendría que irse,  podría quedarse allí toda la eternidad.

Dio un largo suspiro, por lo menos las cosas habían mejorado, claro esta que en la medida de lo posible. No había vuelto a ver a ninguna de sus primas más de lo necesario, tampoco a su tía y la señora Castro, las únicas personas que se comunicaban con ella eran el servicio y su primo. Parecía respirar sin ningún peso doblando sus costillas. Al parecer los últimos días allí serían tranquilos y apacibles, sin ningún contratiempo. 

El tiempo pareció fluir despacio, como una caricia. Todo se escuchaba más afondo, más armónico, como una melodía jovial. Parecía escuchar todo; como la hierba se tocaba entre si en un gesto áspero pero grato a la vez, el agua recorrer las piedras limándolas, escuchaba incluso el lento vaivén de una araña colgada de un hilo. Pura magia. 

Despertó cuando el sol había comenzado a ponerse, no supo decir en que momento exacto había caído dormida, solo sabía que aquel color naranja que poseía el cielo proclamaba con ganas las horas oscuras. Se irguió y caminó presurosa al interior del pazo. 

-Señorita Aurora, señorita Aurora espere. 

Paró en seco al escuchar la voz de Catalina, aquella voz y sus apuradas maneras la desconcertaron.  

-¿Pasa algo? 

-Sí mi señorita. Ya sé quién vino a cenar el día que usted fue botada de la casa. 

Aurora exclamó un “o” con lo labios. Olvidó que en su vano intento por descubrir quién había sido el afortunado en visitar la casa, mandó a Catalina el trabajo sucio. No hubiera sido buena idea preguntar directamente puesto que el asunto parecía bien guardado bajo llave, eso solo la llevaba a la única conclusión no descabellada… Aquel que hubiera pisado su hogar tenía que ver algo  con su viaje, y eso ya lo había supuesto desde un principio, más se le escapaba el por qué a tanto silencio. 

Aurora tomó por un brazo a la muchacha y la llevó a los establos. Aquello podría derivar en un severo castigo para ambas si alguien las descubría hablando de asuntos ajenos.    

- Bien, habla Catalina. 

-Vino Diego de Salvatierra mi señorita, ni más ni menos. 

-¿El conquistador? 

-¡Claro, quién más si no! Las muchachas andan diciendo que negó la petición de la señora Rosa de desposar a Magdalena. 

- ¿Estás de chanza? 

-No mi señorita. Al parecer el hombre no cayó ante sus encantos. 

Océanos de Sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora