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Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se topó con Dorothy. Extrañamente, después de que ella haya dormido en su casa, jamás volvió; además de que Hidan no la había vuelto a mencionar.
Deidara debía admitir que hacia demasiado que no sentía tanta paz como aquella, su hogar por fin comenzaba a volver a lo que era originalmente, y no podía estar más agradecido con la vida.
-Qué día -suspiró para sí mismo, levantándose de su cama y estirando los brazos para recobrar movilidad. Durmió tan bien que fue inevitable que una sonrisa se dibujara en su rostro apenas despertaba.
Caminó a la cocina, con un humor bastante bueno. Al llegar, se topó con su compañero en pijama y con una taza de café en la mano. Al parecer su aspecto no se parecía en nada al del rubio, eran básicamente lo contrario. El de ojos rosas tenía unas enormes ojeras debajo de éstos mismos, y cada paso que daba parecía que llevase consigo una cadena de 50 kilos.
-Buen día, Hidan.
-Sí, sí, cómo sea -respondió el otro, sentándose en la barra.
-¿Qué tal tu noche? -cuestionó con una gran sonrisa, ignorando por completo el estado de su amigo.
-Una mierda.
-Pues la mía ha sido una maravilla. De hecho, he estado durmiendo muy bien desde ya hace rato.
-Qué interesante -respondió Hidan, sin pizca de gracia y fastidiado.
-Para ser exactos, desde que tu fiel amiguita no se para en esta casa mis ánimos han estado por los cielos.
Al parecer, aquella mención logró tensar y volverse incómodo al muchacho peliplata. Deidara notó el cambio de ambiente y juntó ambas cejas muy confundido. Al parecer algo sucedía, se lo decía su sexto sentido; las cosas no estaban bien, y comenzó a sospechar que algo pasaba entre ambos amigos satanistas.
-No la menciones -pidió Hidan, con un tono entre molesto y cansado.
-¿Qué pasa?
No es como si el rubio estuviera deseoso de enterarse de aquel chisme, ni mucho menos de conocer la vida de la muchacha; pero la curiosidad era su mejor amiga.
-No creo que te interese saber. Estás feliz con esto, déjalo así.
Y sin siquiera permitir que Deidara objetara, el chico se levantó y se marchó, dejándolo aún más confuso.
¿Qué demonios pasaba? ¿De qué se había perdido?
Hizo un gesto con los hombros restando importancia al asunto, aunque tratando de reprimir su evidente curiosidad.
/.../
Definitivamente, desde lo ocurrido en la mañana, ya no había seguido disfrutando de su tranquilidad. Muchísimas preguntas se quedaban estancadas en su mente, haciéndolo un enredo de pensamientos y dudas.
¡Esa estúpida niña ahora me atormenta incluso sin estar presente! Pensó a la par que tomaba una lata de sardinas observando la caducidad. Deidara creía fielmente que la mejor forma de conseguir paz mental (aunque sea por un rato) era ir a hacer compras de supermercado, funcionaba mejor que una cita costosa con un psicólogo.
Echó un suspiro, cerrando los ojos. Ni siquiera elegir la mejor lata le hacía conseguir un poco de serenidad; seguía preguntándose qué había sucedido entre aquellos dos amigos para que ya no quisieran hablarse.
Antes de continuar con su sufrimiento, un fuerte golpe en la cadera le había hecho retroceder.
-¡Rubia!
¿Acaso de verdad Dios le tenía resentimiento? Como si de una obra divina se tratase, la azabache se cruzó en su camino haciendo un choque de caderas con él, con aquella sonrisa cínica que tanto sacaba de quicio al ojiazul.
-Dorothy -respondió simplemente.
Deidara analizó el aspecto de la chica, sin dudas era totalmente distinto al que traía Hidan. Ella no había cambiado en nada, seguía siendo la misma fastidiosa, e incluso se había acercado a hablarle.
-Hace mucho que no te veía -declaró ella. Él trató de encontrar en su tono de voz algún signo extraño que delatara la molestia que debía existir en la fémina por los hechos que rodeaban su lejanía.
-No sabes lo feliz que me has hecho.
-Me alegra, supongo que así será de ahora en adelante.
Ahora sí, un silencio incómodo llegó al ambiente. Deidara lanzó la lata de su mano hacia el cesto de ella, quien lo miró extrañada.
-La sardina es rica, yo invito -expresó el rubio, evitando el contacto visual. Aquellas palabras sorprendieron a su contraria, quien ante ellas no pudo profesar palabra alguna.
Ni siquiera él entendía porqué había hecho esa "invitación", pero sabía que algo dentro suyo no estaría en paz hasta que resolviera el misterio de toda la penosa situación del par.
-¿A tu casa? ¿De verdad me estás invitando? -cuestionó por fin Dorothy, haciendo un raro gesto de duda en su rostro.
-S-supongo...
¿Por qué tartamudeaba? No existía razón para que el invitarla a su hogar fuera extraño.
-No -respondió la azabache-. Tu casa no.
Él comprendió al instante. Hidan.
-¿La tuya?
-¿No me tomas el pelo? -preguntó aún dudosa Dorothy-. Hasta donde sé, no te agrado mucho.
-Es una forma de agradecerte lo del otro día -aclaró, tratando de sonar convincente-. No te ilusiones.
-A mi casa, entonces.
La sonrisa en el rostro de la chica le hizo intuir que, a pesar de cualesquiera fueran los problemas con Hidan, ella no evitaría el contacto con él. Ella tenía que contarle la razón de aquel distanciamiento, y Deidara los ayudaría a ambos, sabía que terminaría comportándose como una jodida buena persona.