Carta 14

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13 de diciembre 1942

Amigo pintor:

Tu magistral obra llegó, pero tú jamás.

En tu última carta mencionaste que la pintura me recordaría siempre a Agatha, debo admitir que acertaste, pero resulta que también me recuerda a ti, porque aunque ese no haya sido tu propósito, sí fue el de la muerte.

Cuando supe la infausta noticia de su perecimiento, no lo podía creer. Ella era una obra de arte creada por la naturaleza, tal como lo es la aurora boreal, y esas creaciones deberían ser inmarcesibles. Siempre me amó y no sabes cuánto lamento nunca haber podido corresponderla.

Su partida me abatió y me orilló a buscar amparo en el seno de mis poemas, pero no conseguí soportar el duelo, y aunque comenzara escribiendo sobre hermosas flores vivaces, siempre terminaban marchitas. Y al enterarme de tu fallecimiento juro que tuve el deseo vehemente de ser una de esas flores también. Quién diría que al final conseguiría hacer poemas funestos, es mucho el precio que tuve que pagar. Detesto como nunca nadie antes a ese imbatible universo líquido, la aflicción me hizo perder el raciocinio y pensé en asesinarlo a cuchilladas, pero lógicamente era una tarea inasequible, así que decidí derrotarlo con mis palabras y escribí poemas sobre él en donde lo evaporaba hasta la última gota y otros aún más victoriosos donde él me aniquilaba también.

Sabes bien que no creo en la vida después de esta porque me repugna la idea de tener que comenzar a vivir de nuevo, pues con las alegrías e infortunios que me ha proporcionado esta vida me es más que suficiente. Así que esta es la despedida.

Sé que no podrás leer esto jamás, pero lo escribo para darme consuelo, para encontrar al menos un poco de calma en esta tormenta torrencial. No encontraron tu cuerpo en el mar, pero mañana te iremos a sepultar en espíritu.

Siempre te amé.

Tu amado amigo, el poeta.

Si me quisieras asíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora