Acto III Cuadro I

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Casa de la DOLORES la conjuradora. Está amaneciendo. Entra YERMA con DOLORES y dos VIEJAS.


DOLORES.-  Has estado valiente.

VIEJA 1.ª.-  No hay en el mundo fuerza como la del deseo.

VIEJA 2.ª.-  Pero el cementerio estaba demasiado oscuro.

DOLORES.-  Muchas veces yo he hecho estas oraciones en el cementerio con mujeres que ansiaban críos, y todas han pasado miedo. Todas menos tú.

YERMA.-  Yo he venido por el resultado. Creo que no eres mujer engañadora.

DOLORES.-  No soy. Que mi lengua se llene de hormigas, como está la boca de los muertos, si alguna vez he mentido. La última vez hice la oración con una mujer mendicante que estaba seca más tiempo que tú, y se le endulzó el vientre de manera tan hermosa que tuvo dos criaturas ahí abajo en el río, porque no le daba tiempo de llegar a las casas, y ella misma las trajo en un pañal para que yo las arreglase.

YERMA.-  ¿Y pudo venir andando desde el río?

DOLORES.-  Vino. Con los zapatos y las enaguas empapadas en sangre... pero con la cara reluciente.

YERMA.-  ¿Y no le pasó nada?

DOLORES.-  ¿Qué le iba a pasar? Dios es Dios.

YERMA.-  Naturalmente, Dios es Dios. No le podía pasar nada. Sino agarrar las criaturas y lavarlas con agua viva. Los animales los lamen, ¿verdad? A mí no me da asco de mi hijo. Yo tengo la idea de que las recién paridas están como iluminadas por dentro y los niños se duermen horas y horas sobre ellas, oyendo ese arroyo de leche tibia que les va llenando los pechos para que ellos mamen, para que ellos jueguen hasta que no quieran más, hasta que retiren la cabeza: «Otro poquito más, niño...», y se les llene la cara y el pecho de gotas blancas.

DOLORES.-  Ahora tendrás un hijo. Te lo puedo asegurar.

YERMA.-  Lo tendré porque lo tengo que tener. O no entiendo el mundo. A veces, cuando ya estoy segura de que jamás, jamás..., me sube como una oleada de fuego por los pies y se me quedan vacías todas las cosas, y los hombres que andan por la calle y los toros y las piedras me parecen como cosas de algodón. Y me pregunto: «¿Para qué estarán ahí puestos?».

VIEJA 1.ª.-  Está bien que una casada quiera hijos, pero si no los tienes, ¿por qué esa ansia de ellos? Lo importante de este mundo es dejarse llevar por los años. No te critico. Ya has visto cómo he ayudado a los rezos. Pero ¿qué vega esperas dar a tu hijo ni qué felicidad ni qué silla de plata?

YERMA.-  Yo no pienso en el mañana, pienso en el hoy. Tú estás vieja y lo ves ya todo como un libro leído. Yo pienso que tengo sed y no tengo libertad. Yo quiero tener a mi hijo en los brazos para dormir tranquila, y óyelo bien y no te espantes de lo que digo: aunque ya supiera que mi hijo me iba a martirizar después y me iba a odiar y me iba a llevar de los cabellos por las calles, recibiría con gozo su nacimiento, porque es mucho mejor llorar por un hombre vivo que nos apuñala que llorar por este fantasma sentado año tras año encima de mi corazón.

VIEJA 1.ª.-  Eres demasiado joven para oír consejo. Pero mientras esperas la gracia de Dios debes ampararte en el amor de tu marido.

YERMA.-  ¡Ay! Has puesto el dedo en la llaga más honda que tienen mis carnes.

DOLORES.-  Tu marido es bueno.

YERMA.-   (Se levanta.) ¡Es bueno! ¡Es bueno! ¿Y qué? Ojalá fuera malo. Pero no. Él va con sus ovejas por sus caminos y cuenta el dinero por las noches. Cuando me cubre cumple con su deber, pero yo le noto la cintura fría, como si tuviera el cuerpo muerto, y yo, que siempre he tenido asco de las mujeres calientes, quisiera ser en aquel instante como una montaña de fuego.

DOLORES.-  ¡Yerma!

YERMA.-  No soy una casada indecente; pero yo sé que los hijos nacen del hombre y de la mujer. ¡Ay, si los pudiera tener yo sola!

DOLORES.-  Piensa que tu marido también sufre.

YERMA.-  No sufre. Lo que pasa es que él no ansía hijos.

VIEJA 1.ª.-  ¡No digas eso!

YERMA.-  Se lo conozco en la mirada, y como no los ansía no me los da. No lo quiero, no lo quiero y, sin embargo, es mi única salvación. Por honra y por casta. Mi única salvación.

VIEJA 1.ª.-   (Con miedo.) Pronto empezará a amanecer. Debes irte a tu casa.

DOLORES.-  Antes de nada saldrán los rebaños y no conviene que te vean sola.

YERMA.-  Necesitaba este desahogo. ¿Cuántas veces repito las oraciones?

DOLORES.-  La oración del laurel dos veces, y al mediodía la oración de Santa Ana. Cuando te sientas encinta me traes la fanega de trigo que me has prometido.

VIEJA 1.ª.-  Por encima de los montes ya empieza a clarear. Vete.

DOLORES.-  Como en seguida empezarán a abrir los portones, te vas dando un rodeo por la acequia.

YERMA.-   (Con desaliento.) ¡No sé por qué he venido!

DOLORES.-  ¿Te arrepientes?

YERMA.-  ¡No!

DOLORES.-   (Turbada.) Si tienes miedo te acompañaré hasta la esquina.

VIEJA 1.ª.-   (Con inquietud.) Van a ser las claras del día cuando llegues a tu puerta.

(Se oyen voces.)


DOLORES.-  ¡Calla!

(Escuchan.)


VIEJA 1.ª.-  No es nadie. Anda con Dios.

(YERMA se dirige a la puerta y en este momento llaman a ella. Las tres mujeres quedan paradas.)


DOLORES.-  ¿Quién es?

VOZ.-  Soy yo.

YERMA.-  Abre. 
(DOLORES duda.)
  ¿Abres o no?

(Se oyen murmullos. Aparece JUAN con las dos CUÑADAS.)

CUÑADA 2.ª.-  Aquí está.
YERMA.-  Aquí estoy.

JUAN.-  ¿Qué haces en este sitio? Si pudiera dar voces levantaría a todo el pueblo para que viera dónde iba la honra de mi casa; pero he de ahogarlo todo y callarme, porque eres mi mujer.

YERMA.-  Si pudiera dar voces también las daría yo para que se levantaran hasta los muertos y vieran esta limpieza que me cubre.

JUAN.-  ¡No, eso no! Todo lo aguanto menos eso. Me engañas, me envuelves, y como soy un hombre que trabaja la tierra, no tengo ideas para tus astucias.

DOLORES.-  ¡Juan!

JUAN.-  ¡Vosotras, ni palabra!

DOLORES.-   (Fuerte.)  Tu mujer no ha hecho nada malo.

JUAN.-  Lo está haciendo desde el mismo día de la boda. Mirándome con dos agujas, pasando las noches en vela con los ojos abiertos al lado mío y llenando de malos suspiros mis almohadas.

YERMA.-  ¡Cállate!

JUAN.-  Y yo no puedo más. Porque se necesita ser de bronce para ver a tu lado una mujer que te quiere meter los dedos dentro del corazón y que se sale de noche fuera de su casa, ¿en busca de qué? ¡Dime!, ¿buscando qué? Las calles están llenas de machos. En las calles no hay flores que cortar.

YERMA.-  No te dejo hablar ni una sola palabra. Ni una más. Te figuras tú y tu gente que sois vosotros los únicos que guardáis honra, y no sabes que mi casta no ha tenido nunca nada que ocultar. Anda. Acércate a mí y huele mis vestidos; ¡acércate! A ver dónde encuentras un olor que no sea tuyo, que no sea de tu cuerpo. Me pones desnuda en mitad de la plaza y me escupes. Haz conmigo lo que quieras, que soy tu mujer, pero guárdate de poner nombre de varón sobre mis pechos.

JUAN.-  No soy yo quien lo pone, lo pones tú con tu conducta, y el pueblo lo empieza a decir. Lo empieza a decir claramente. Cuando llego a un corro, todos callan; cuando voy a pesar la harina, todos callan, y hasta de noche, en el campo, cuando despierto me parece que también se callan las ramas de los árboles.

YERMA.-  Yo no sé por qué empiezan los malos aires que revuelcan al trigo, ¡y mira tú si el trigo es bueno!

JUAN.-  Ni yo sé lo que busca una mujer a todas horas fuera de su tejado.

YERMA.-   (En un arranque y abrazándose a su marido.) Te busco a ti. Te busco a ti, es a ti a quien busco día y noche, sin encontrar sombra donde respirar. Es tu sangre y tu amparo lo que deseo.

JUAN.-  Apártate.

YERMA.-  No me apartes y quiere conmigo.

JUAN.-  ¡Quita!

YERMA.-  Mira que me quedo sola. Como si la luna se buscara ella misma por el cielo. ¡Mírame!  (Lo mira.)

JUAN.-   (La mira y la aparta bruscamente.) ¡Déjame ya de una vez!

DOLORES.-  ¡Juan!

(YERMA cae al suelo.)


YERMA.-   (Alto.) Cuando salía por mis claveles me tropecé con el muro. ¡Ay! ¡Ay! Es en ese muro donde tengo que estrellar mi cabeza.

JUAN.-  Calla. Vamos.

DOLORES.-  ¡Dios mío!

YERMA.-   (A gritos.) ¡Maldito sea mi padre, que me dejó su sangre de padre de cien hijos! ¡Maldita sea mi sangre, que los busca golpeando por las paredes!

JUAN.-  ¡Calla he dicho!

DOLORES.-  ¡Viene gente! Habla bajo.

YERMA.-  No me importa. Dejarme libre siquiera la voz, ahora que voy entrando en lo más oscuro del pozo.  (Se levanta.) Dejar que de mi cuerpo salga siquiera esta cosa hermosa y que llene el aire.

(Se oyen voces.)


DOLORES.-  Van a pasar por aquí.

JUAN.-  Silencio.

YERMA.-  ¡Eso! ¡Eso! Silencio. Descuida.

JUAN.-  Vamos. ¡Pronto!

YERMA.-  ¡Ya está! ¡Ya está! ¡Y es inútil que me retuerza las manos! Una cosa es querer con la cabeza...

JUAN.-  Calla.

YERMA.-   (Bajo.) Una cosa es querer con la cabeza y otra cosa es que el cuerpo, ¡maldito sea el cuerpo!, no nos responda. Está escrito y no me voy a poner a luchar a brazo partido con los mares. ¡Ya está! ¡Que mi boca se quede muda! (Sale.)

(Telón.)

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