I.

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I.

Alan se subió la cremallera del pantalón mientras rehuía de la mirada felina de Eric; el muchacho seguía sobre el colchón con una almohada entre las piernas y una sonrisa cansina que no hacía más que recordarle lo que acababa de ocurrir.

—No soy ningún...

—Ningún marica, ya lo sé —completó Eric, esbozando una sonrisa amplia.

—Lo que pasó aquí, se queda aquí. En estas cuatro paredes y a puerta cerrada. ¿Entendido?

—Por supuesto. —Y fingió que había una cremallera en su boca, haciendo un gesto con los dedos para que el otro entendiese que, al menos él, no diría nada—. De aquí no sale.

Alan se puso la sudadera y la capucha antes de sentarse un par de minutos en el sillón reclinable. Encendió un cigarro y se quedó pensativo, esquivando los ojos azules de un Eric muy sonriente.

Hacía relativamente muy poco que habían empezado a tener sexo. Él seguía en esa fase de negación porque claramente nunca había sido ningún marica. Se sentía confundido y bastante contrariado consigo mismo. Y a Eric ni siquiera quería verlo porque, en el fondo, y aunque se empecinase en negarlo, el castaño no le era indiferente. Le gustaba mucho, más de lo que debería.

Todo se había desfigurado entre ellos hacía apenas tres meses cuando, en una salida al billar, mientras los otros aguardaban a que los atendiesen en la barra, un muchacho se había acercado a Eric y lo había saludado propinándole un beso en la comisura de los labios. Y Eric ni siquiera lo había presentado ya que el tipo se lo robó durante media hora, sacándolo del bar aun cuando este le decía que estaba ocupado con sus amigos. Cuando estuvo de vuelta sonreía de oreja a oreja, tenía la mirada triunfal de quien ha recibido una mamada. Alan, que entonces fumaba en una esquina, se le acercó y le preguntó directamente por lo que estaba sucediendo, y el chico le confesó que era gay. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¿Por qué no se lo había dicho nunca? Aunque se sintió bastante incómodo ante la revelación, Alan optó por no inmiscuirse en los asuntos de Eric y no preguntó más; pero algunas semanas después, mientras bebían en el mismo bar, el sujeto apareció de nuevo con la clara intención de llevarse a Eric a otro sitio, y sin saber por qué, el acto hizo que Alan experimentase una especie de rabia en su interior. Le había mirado a los ojos y le había dicho que estaban juntos. Sí, se había hecho pasar por otro homosexual para evitar que el moreno apartara a Eric de él.

A Eric le había causado gracia la reacción de Alan, tampoco parecía muy interesado en aquel tipo que, disculpándose por lo bajo, se había marchado solo para dejar el bar. Y cuando terminó de carcajearse, notó que Alan lo veía con un gesto hosco, muy duro; entonces le preguntó qué ocurría y él, inquieto y hasta cierto punto desesperado, le lanzó aquella pregunta que llevaba desvelándolo desde hacía poco tiempo: ¿te gusta que te den por el culo? Y Eric, reprimiendo una nueva carcajada, le había dicho que era versátil, después tuvo que explicarle el término y al final lo dejó igual de pensativo y confundido.

Esa noche bebió de más. Fue consciente de que se estaba embriagando para tener una excusa fácil que luego pudiese explicar lo que haría a continuación. Dentro del auto de Eric, metió su mano dentro de su pantalón y se rascó las bolas, arrastrando la voz mientras le explicaba que estaba caliente. Eric se había quedado helado cuando a la brevedad, los ojos castaños de Alan emitieron un fulgor que él conocía de memoria; era un brillo cargado de lujuria y de deseo, y le estaba pidiendo con esa mirada de súplica, que lo atendiese de inmediato. No tuvo dudas cuando con su mano reemplazó la mano del otro y, efectivamente, Alan estaba duro. Le escuchó suspirar cuando empezó a masturbarlo con firmeza, y luego quiso más que solo una paja, quiso complacerlo con la boca, comérselo entero y probar la tibia leche de aquel que juraba ser heterosexual.

A puerta cerrada [EXTRACTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora